Benedicto XVI revela en Altötting la clave para suscitar vocaciones

Orar con fe, según pide Jesús en el Evangelio

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 11 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI está convencido de que si se reza con auténtica fe la Iglesia recibirá las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada que tanto necesita en todos los continentes.

Así lo constató al rezar las vísperas en la tarde de este lunes con los religiosos y seminaristas de Baviera y con los miembros de la Obra Pontificia para las Vocaciones en la basílica de San Ana en el Santuario Mariano de Altötting.

«Sí, la mies de Dios es grande y espera obreros: en el así llamado Tercer Mundo –en América Latina, en África, en Asia– la gente espera heraldos que lleven el Evangelio de la paz, el mensaje del Dios hecho hombre», reconoció el Papa.

«Pero también en el así llamado Occidente, en Alemania, así como en la inmensidad de Rusia, es verdad que la mies podría ser mucha. Pero faltan los hombres que estén dispuestos a hacerse obreros en la mies de Dios», añadió.

Ahora bien, el Papa reconoció que «el Señor busca obreros para su mies» y Jesús en el Evangelio pidió: «rezad al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies».

El acto se convirtió en una súplica por las vocaciones para pedir que el Señor se apiade de «la atribulación de nuestra hora que tiene necesidad de mensajeros del Evangelio, de testigos para ti, de personas que indiquen el camino hacia la «vida en abundancia»».

«¡Mira el mundo –dijo el Santo Padre dirigiéndose a Dios– y déjate llevar por la compasión! Mira el mundo y manda obreros!»

En la mañana el Papa celebró la eucaristía ante unas 60.000 personas en la plaza del Santuario, que todos los años recibe a más de un millón de peregrinos.

En su homilía, dedicada a María, explicó que Cristo y su madre están unidos por la aceptación de la voluntad de Dios que la Virgen hace patente durante la Anunciación.

Al final de la misa, inauguró en el santuario la nueva Capilla de la Adoración.

La calificó de «estancia del tesoro», pues «allí donde antes se custodiaban los tesoros, objetos preciosos de la historia y de la piedad, ahora se encuentra el lugar para el auténtico tesoro de la Iglesia: la presencia permanente del Señor en el Sacramento».

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ZENIT Staff

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