Benedicto XVI: Sacramento de la confesión, resurrección interior

Intervención con motivo de la oración mariana del Ángelus

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 15 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía, al dirigir la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados, en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

En estos domingos, el evangelista san Marcos ha presentado a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy nos presenta una sumamente particular: la de un leproso sanado, quien se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: «Si quieres, puedes limpiarme» (Cf. Marcos 1,40-45). Él, conmovido, le tendió la mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Instantáneamente se verificó la curación de ese hombre, a quien Jesús le pidió que no revelara lo sucedido, y que se presentara a los sacerdotes para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés.

Aquel leproso curado, por lo contrario, no logró guardar silencio, es más, proclamó a todos lo que le había sucedido, de manera que, según refiere el evangelista, acudían a Jesús aún más enfermos de todas las partes, hasta obligarle a quedarse fuera de las ciudades para no ser asediado por la gente.

Jesús le dijo al leproso: «queda limpio». Según la antigua ley judía (Cf. Levítico 13-14), la lepra no era considerada sólo como una enfermedad, sino como la forma más grave de «impuridad». Les correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar inmundo al enfermo, quien tenía que ser alejado de la comunidad y quedarse fuera de los poblados, hasta que tuviera lugar una eventual y certificada curación. Por este motivo, la lepra constituía una especie de muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección. En la lepra es posible entrever el símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. La enfermedad física de la lepra no nos separa de Él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por este motivo, el salmista exclama: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado». Y luego dirigiéndose a Dios, añade: «Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: ‘confesaré al Señor mi culpa’, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (Salmo 31/32,1.5).

Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente confiando en la misericordia divina, llegan a producir la muerte del alma. Este milagro reviste, por tanto, un intenso significado simbólico. Jesús, como había profetizado Isaías, es el Siervo del Señor, quien «cargó con nuestras dolencias y soportó nuestros dolores» (Isaías 53,4). Con su pasión, se convertirá como en un leproso, impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hará por amor, con el objetivo de alcanzarnos la reconciliación, el perdón y la salvación. En el Sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, a través de sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y, con los hermanos, nos ofrece el don de su amor, de su alegría y de su paz.

Queridos hermanos y hermanas: invoquemos a la Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos ayude a evitar el pecado y a recurrir frecuentemente a su sacramento de la confesión, el sacramento del perdón, que hoy debe ser descubierto aún más en su valor y en su importancia para nuestra vida cristiana.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, y a los que se unen a ella a través de la radio y la televisión. Os invito a acoger la exhortación del apóstol san Pablo de hacerlo todo, más que por el propio interés, para la gloria de Dios y el bien de los demás, siguiendo así el ejemplo de Cristo. Nos acompaña en este camino la intercesión maternal de María Santísima, siempre dócil a la voluntad del Señor. Feliz domingo.

[Traducción del original en italiano de Jesús Colina

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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