Buenas intenciones y pocos compromisos en la Cumbre Mundial de la paz

Los representantes religiosos se comprometen a promover la colaboración

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NUEVA YORK, 1 septiembre (ZENIT.org).- Concluyó ayer la Cumbre Mundial del
Milenio por la Paz («Millenium World Peace Summit») que por primera vez en
la historia, reunió a líderes religiosos y espirituales de todo el mundo
–unos mil procedentes de un centenar de países–, quienes al final del
encuentro firmaron a título personal una carta de compromiso a favor de la
paz.

En dos páginas, se resumen los numerosos discursos que se pronunciaron en
cuatro días de trabajo en el Palacio de Cristal, sede de las Naciones
Unidas en Nueva York, y después en el Waldorf Astoria Hotel.

La cumbre anticipó el encuentro mundial de los líderes de los parlamentos,
que concluyó hoy en el aula de la Asamblea general de la ONU, y la asamblea
del milenio de los jefes de Estado y de gobierno, que se celebrará del 6 al
8 de septiembre.

Los líderes religiosos, en el «Compromiso por la paz global» hacen un
llamamiento a promover la paz a todos los niveles, para «liberar al mundo
de la violencia» y hacer que disminuya la brecha que existe entre ricos y
pobres. En el documento, se condena toda forma de violencia en nombre de la
religión y se lanza un llamamiento a todas las comunidades nacionales,
étnicas y confesionales a respetar la libertad de culto.

Entre los participantes, «a título personal» se encontraba el cardenal
Francis Arinze, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo
Interreligioso. El purpurado entregó un mensaje del Papa dirigido a los
participantes en el que se afirma: «las religiones no pueden ofrecer
soluciones técnicas a todos los problemas del mundo, pues no es su tarea,
pero ofrecen sabiduría moral y espiritual que ilumina y enseña la verdad
trascendente de la persona humana. Tan sólo de ella mana el respeto por la
vida humana, sin la cual no hay justicia, ni solidaridad ni paz».

Juan Pablo II, subrayando su cercanía espiritual a los participantes de la
cumbre de Nueva York, afirma, que ha sido «un signo de esperanza el que los
jefes religiosos y espirituales puedan decir al mundo con una sola voz que
la paz es posible, que la paz es nuestro deber sagrado, que la paz es el
futuro querido por Dios».

En su intervención, el cardenal Arinze recalcó ante la asamblea la
necesidad de la colaboración entre los seguidores de las diferentes
religiones ante los desafíos de la justicia, de la pobreza y de la
solidaridad. La contribución específica de los católicos, en este sentido,
se vive a través de la enseñanza evangélica del perdón, de la
reconciliación y a través de la acción en defensa de los más débiles,
enfermos y marginados.

Según el «Catholic Family & Human Rights Institute» (C-FAM), que ha seguido Consejo religioso permanente en el seno de las Naciones Unidas. Según esta
institución, los objetivos que se había propuesto el encuentro no pudieron
alcanzarse ante la falta de representación de cristianos y musulmanes.
Constata, asimismo, que la gran mayoría de los participantes provenían del
hinduismo y el jainismo –dos religiones del lejano oriente–.

Esta falta de compromisos concretos se debió también a la manera en que se
organizó este encuentro, financiado por la Fundación de Naciones Unidas de Ted
Turner, por la Fundación para un Mundo Mejor y otras. Turner expresó ante
la asamblea sus prejuicios personales con respecto a la religión y en
especial ante el cristianismo (que considera como una religión para
«perdedores»). Los intereses de estos grupos y el hecho de que el encuentro
fuera patrocinado por las Naciones Unidas, llevó a exclusiones
injustificables en un encuentro de líderes mundiales religiosos, como es el
caso del Dalai Lama.

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ZENIT Staff

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