Burundi: «Las armas tendrían que haber callado antes»

ROMA, 29 agosto (ZENIT.org).- Se abre una rendija de paz para Burundi. Ayer, en Arusha, capital de Tanzania –con la presencia del presidente Clinton y el mediador Mandela–, tras agotadoras negociaciones, las delegaciones de los mayores partidos gubernamentales tutsis y de la oposición hutu de Burundi, además de uno de los tres grupos guerrilleros hutu, firmaron un acuerdo que compromete a las partes en el difícil camino de la paz. Un acuerdo que, sin embargo, ha sido calificado por los expertos de «frágil».

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El arzobispo de Gitega, Burundi central, presidente de la Conferencia Episcopal burundesa, monseñor Simon Ntamuana, prefiere esperar algún tiempo para saber cómo irán las cosas: «Si el acuerdo tiene éxito, para Burundi se
abrirán las puertas de la esperanza». «Sin embargo es tarde –añade el arzobispo–. Esta guerra, que dura desde hace
siete años, es una catástrofe, una miseria social, podía ser evitada mucho, mucho antes».

–¿Quién no ha querido o ha ralentizado el camino hacia la paz?

–El problema es que los burundeses, de las dos partes, han tratado siempre de defender sus propios intereses personales y no los de toda la nación. Y, hasta que estos intereses individuales de política egoísta no se satisfacen, nadie cede un paso. Mientras que, si se hablara con la voz de la verdad y de la solidaridad de una nación que se debe reconstruir, estoy seguro que todo habría sido más sencillo para todos. Sobre todo para aquellas familias, aquella pobre gente que hoy no está con nosotros. Existencias que han sido segadas por el odio y oscuros intereses de poder.

–Monseñor Ntamuana, tras Arusha ¿cuales son los pasos que hay que dar?

–Habrá que trabajar sobre los que ha sido acordado, aunque sea poco, para poner en práctica estos principios. Yo digo que reagrupando a todos los burundeses como una sola familia. Tenemos todavía necesidad del apoyo de la comunidad internacional para que el hilo de la esperanza no se rompa. Se sabe que nosotros africanos firmamos pronto un acuerdo pero luego los pactos no siempre se llevan al cumplimiento en términos operativos.

–Hasta hoy se ha hablado de 200.000 víctimas de la guerra civil…

–Creo que son muchos más y creo que no me equivoco si digo que al menos 350 o 400 mil personas han muerto en estos siete años. ¿Cuántas son las fosas comunes escondidas en el país? Nadie lo sabe, incluso porque no se ha ofrecido
la posibilidad de irlos a contar. Sobre una población total de seis millones de personas, hay un 1.200.000 refugiados y prófugos.

–¿Los «campos de reunión», como los llaman las autoridades políticas de Bujumburu están todavía abiertos?

–Sí. Y se han abierto incluso otros con la excusa de que en la capital no se puede garantizar la seguridad. Esperamos ahora un verdadero signo de esperanza que es el cese al fuego general. El fin de las hostilidades. Porque mientras que mueran hombres y mujeres es difícil decir a la gente que deseamos la paz. Este es el desafío que debería llegar con la firma de Arusha: el alto al fuego.

–¿Y qué se puede decir de los extremistas hutus y tutsis que no se pliegan e incitan a la guerra?

–Desgraciadamente existen y esto es un grave problema. Es un nudo que hay que desatar. A ellos les querría decir que miren a los ojos de sus hijos que son el futuro de nuestro pequeño país, que midan con la racionalidad, con un espíritu realista, por qué los modos que han elegido para resolver los problemas son imposibles y no razonables. Porque destruyen y no construyen nada. La vía para recomenzar, para compartir el mismo país es hablar y saber escuchar. Mirar al futuro y no remover el pasado. Sólo de este modo volverá la paz a Burundi.

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ZENIT Staff

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