Caluroso encuentro del Papa con los hinchas del Lazio

El club de fútbol italiano cumple cien años

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CIUDAD DEL VATICANO, 27 oct (ZENIT.org).- Una sana y distensiva diversión es la atmósfera justa para los grandes desafíos en los estadios de los que deben desterrarse ofensas y violencias. El Papa ha recordado este empeño común a los deportistas en un caluroso encuentro de esta mañana con la sociedad deportiva Lazio.

Un encuentro con ocasión del Jubileo de los Deportistas pero también en el centanario de una sociedad deportiva futbolística que ha escrito una página interesante en el libro del deporte italiano. El Papa ha subrayado con gratitud el compromiso de los socios en el campo del voluntariado, por ejemplo en la ayuda que prestaron en la Jornada Mundial de la Juventud. Entre los numerosos hinchas que acudieron al Aula Pablo VI, estaban los técnicos, los directivos y algunos campeones del equipo de fútbol.

Lamentablemente el vandalismo y la violencia son fenómenos frecuentes en el ambiente futbolístico y por esto el Santo Padre ha querido proponer las justas correcciones de ruta para el sector. «Me gusta citar –ha dicho Juan Pablo II– una conocida expresión del apóstol Pablo, que se apropia bien a vuestra múltiple actividad amateur y agonística: «Cada atleta es temperante en todo» (1 Cor 9,25). En efecto, sin equilibrio, autodisciplina, sobriedad y capacidad de interactuar honestamente con los otros, el deportista no está en grado de comprender plenamente el sentido de una actividad física destinada a robustecer, además del cuerpo, la mente y el corazón».

«Algunas veces, lamentablemente, –ha subrayado el Pontífice– en el ámbito deportivo suceden episodios que humillan el verdadero significado del agonismo y golpean, además de a los atletas, a la misma comunidad. En especial, el apoyo apasionado del propio equipo nunca puede llegar hasta ofender a las personas o dañar los bienes de la colectividad. Cada competición deportiva debe siempre conservar el carácter de una sana y distensiva diversión. De estos valores hablan los colores olímpicos –el blanco y el azul– que caracterizan vuestra bandera y que deben ser siempre tenidos a la vista con mirada aguda y penetrante como la del águila que campea en vuestro escudo».

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ZENIT Staff

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