Camerún: Nuevo paso en la ayuda a la reinserción de mujeres de la calle

Bendecido el local de una cooperativa de mujeres

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YAUNDÉ, miércoles, 27 mayo 2009 (ZENIT.org).- El Grupo Rahab que en Yaundé, Camerún, trata de abrir caminos de reinserción social a mujeres de la calle, vive una nueva etapa con la creación de una cooperativa, un sueño acariciado durante largo tiempo. Ahora, se ha hecho realidad con el alquiler de un amplio local.

El Grupo Rahab se creó hace doce años. «La idea era –explica a ZENIT Annie Jose, coordinadora del grupo y miembro de la Institución Teresiana–, en primer lugar ayudarlas a recuperar su dignidad de mujeres, a darse cuenta de que valen muchísimo más de lo que hacen y, a partir de ese descubrimiento, pensar en otras cosas para ganarse la vida porque son de un nivel social bastante bajo».

«No han tenido posibilidad de estudiar, vienen de familias modestas y casi todas están en la calle porque tuvieron hijos muy jóvenes, adolescentes, y al no tener medios para alimentarlos no vieron otra salida que la prostitución -añade la coordinadora–. En cuanto ven otra actividad que les pueda sacar de aquello, desean cambiar de vida. La mayoría tiene una conciencia grande de que es una actividad que les avergüenza».

El Proyecto de Cooperativa (GIC), informa Annie Jose, está pensado para aquellas mujeres «que no encuentran empleo al final de la formación profesional. Se piensa también en un aprendizaje del trabajo conjunto y de la gestión compartida de una actividad».
 
«Como han estudiado oficios diversos –explica Annie Jose–, vamos a empezar por la parte de restauración, queremos poner una casa de comidas. También un local de corte y confección. Hemos alquilado una casa, con varias habitaciones, para que se puedan compaginar varias actividades, ayudándose unas a otras. Lo que tenemos muy claro es que no se trata de que cada una haga su oficio y gane su dinero, sino buscamos que todas, en la medida de lo posible, se ayuden. La que es costurera, si en ese momento no tiene nada que hacer puede ayudar a las que están haciendo la comida. Y las demás, cuando la costurera tiene mucho que hacer, pueden planchar la ropa, por ejemplo».
 
«Pretendemos lograr que trabajen de modo cooperativo y no individualista –añade–. Algo muy difícil de conseguir porque, por su experiencia, no suelen ser amigas entre ellas. En la calle, están en competencia por buscar clientes y hay celos entre ellas».
 
Durante casi un año, explica Annie Jose, «hemos buscado un local que convenga a nuestras  expectativas: grande, en buen estado, que de la posibilidad de combinar varias actividades, al borde de una vía, no demasiado caro. ¡Tantas exigencias no facilitaban las cosas! Hemos buscado en varios barrios, para finalmente encontrarlo en el barrio de Oyom Abang (el nuestro) una casa que responde a todos nuestros criterios de selección. Salvo quizá el alejamiento del centro de la ciudad con los desplazamientos que esto implicará, ¡pero nuestros medios no nos permitían pensar en el centro!».
 
«La casa está compuesta por un gran salón, tres habitaciones, una cocina, ¡y un gran patio que contamos con aprovechar bien! Las reformas están en curso antes de poder empezar las actividades pero hemos querido marcar simbólicamente una etapa con la bendición de la casa el pasado 29 de abril», añade.
 
En momentos anteriores a la bendición, las mujeres empezaron a colaborar en la preparación de la casa y la instalación del material lo que, afirma Annie Jose, «ha permitido al grupo empezar a apropiarse del espacio, y pensar en las actividades imaginando cómo utilizar las diferentes estancias y el jardín».
 
Durante este tiempo continuaron las arduas gestiones para el registro del GIC que finalmente fue reconocido oficialmente el pasado 21 de abril.
 
Durante la fiesta de bendición del local, el celebrante comenzó explicando el sentido de la bendición de una casa, diciendo que no se bendicen sólo las paredes sino a las personas que las van a habitar, y que la bendición es una invitación a expulsar el miedo. Para concluir este día de fiesta, los invitados compartieron una comida.
 
Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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