Canadá tendrá un nuevo santo este domingo

Se trata del hermano Andrè Bessette, de la congregación de la Santa Cruz en Montreal

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ROMA, miércoles 13 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Cuando el pequeño Andrè Bessette nació (1845-1937)  tenía tantas complicaciones de salud que sus padres lo hicieron bautizar inmediatamente por temor a que muriera pronto. Sin embargo, fue llamado a la Casa del Padre a los 91 años.

Benedicto XVI canonizará el próximo domingo a este hermano de la congregación de la Santa Cruz de Montreal.

Para conocer más sobre su vida, ZENIT entrevistó a Mario Lachapelle, CSC, vicepostulador de la causa de canonización.

-¿Cómo fue la infancia de Andè Bessette?

P. Mario Lachapelle CSC: Se pueden distinguir tres etapas importantes en el desarrollo de la vida de fe del hermano André.

En la etapa de su juventud (1845-1870), experimentó grandes pruebas: una salud frágil y la falta de educación, la pérdida de sus dos padres a una edad temprana y el exilio a un país extranjero para encontrar trabajo.

Este periodo permitió al hermano consolidar fuertemente su relación con Dios. En lugar de alejarle de Dios, los acontecimientos desgraciados de la vida le aproximaron a Él.

Después está el periodo que se extiende de 1870 (su entrada en la Congregación de Santa-Cruz como hermano religioso) a 1904 (la construcción de la capilla original dedicada a san José en el Mont-Royal).

-¿Cómo era su relación con Dios antes de entrar a la congregación de la Santa Cruz?

P. Mario Lachapelle: Fue en el regazo de su madre donde aprendió sus primeras oraciones y a amar a Dios.

La pérdida de su padre a los 9 años y la de su madre a los 12 años le afectaron profundamente. María y José se convertirán entonces en sus padres adoptivos. Ellos le guiarán hacia Dios.

La oración y frecuentar los sacramentos ocupan una gran parte de su vida. Conoce la confianza en Dios a pesar de duras pruebas. «La oración -dirá más tarde a uno de sus amigos- es mi mejor arma».

-¿Cuál fue su misión en esta congregación?

P. Mario Lachapelle CSC: Muchos encargos se le confían entonces al joven religioso a pesar de su mala salud. Se le nombra, entre otras cosas, portero del Collège Notre-Dame de la Côte-des-Neiges de Montreal, en Canadá.

Allí acoge a visitantes y familiares. El otro se convierte entonces en una realidad importante para el hermano André; se abre al prójimo como ha sabido abrirse antes a Dios.

Así, escapa a la reclusión de una relación exclusiva con Dios a la que las pruebas de la vida habrían podido conducirle.

Se da cuenta de que no se puede amar verdaderamente a Dios sin amar al prójimo ni amar a los demás sin reconocer la presencia de Dios en ellos.

-¿Como fue su servicio como portero en el Notre Dame College?

P. Mario Lachapelle: Sin duda fue poco a poco como el hermano André descubrió su vocación a servir y a hacer amar al Señor.

Su función de portero en el Collège Notre-Dame de la Côte-des-Neiges en Montréal debió ayudarle en ese sentido porque recibió a muchos familiares y visitantes.

Él se informaba discretamente del estado de salud de los miembros de la familia de cada uno y de sus asuntos. A menudo aprovechaba la oportunidad para dar un buen consejo y para animar a todos y cada uno a confiar en el Señor.

La acogida, la compasión, la apertura al otro se convierten en los signos característicos de su persona. Su reputación de taumaturgo empieza también a extenderse más allá de los muros del colegio.

-¿Cómo decide construir un monasterio dedicado a San José?

P. Mario Lachapelle CSC: Finalmente, de 1904 a su muerte el 6 de enero de 1937, empieza su ministerio público. A los 60 años, una edad en la que se piensa a menudo en la jubilación, hizo construir el santuario más grande de los dedicados a san José.

El hermano Andrè no es sólo el constructor de un edificio de piedras, sino de una comunidad cristiana viva.

Se convierte en un punto de unión destacable. Más de un millón de personas irá a rendirle homenaje a sus funerales a pesar de un tiempo invernal de los más difíciles y todavía hoy, más de dos millones

-¿Cuál fue el milagro para su canonización?

Mario Lachapelle: Un niño de 9 años sufrió un accidente de carretera que le causó un grave traumatismo craneal y le sumió en un coma irreversible que parecía conducirle a la muerte.

La oraciones de las personas más cercanas a él y la intercesión del hermano Andrè le llevaron al estado consciente y le devolvieron la salud, y varios expertos en medicina lo han considerado científicamente inexplicable. Esto sucedió en 1999.

-Como vicepostulador de su causa, díganos ¿Cuáles eran sus principales virtudes?

Mario Lachapelle: Sin duda la compasión, la acogida de los más pobres y la confianza en Dios. A él le gustaba decir que « Dios, con los pinceles más pequeños hace los cuadros más bellos ».

Esto significa que todos tienen valor a los ojos de Dios y nadie debería ser excluido de su amor o hallarse indigno de Él.

En un momento en que demasiado a menudo sus contemporáneos tenían una imagen de un Dios lejano y justiciero, a él le gustaba decir que Dios está muy cerca de cada uno de nosotros y que no debería olvidarse hablar de su misericordia.

También supo muy pronto rodearse de laicos y darles confianza. Su acogida incondicional del otro le condujo a un ecumenismo vanguardista.

Una de las mayores cualidades del hermano Andrè residía seguramente en su gran habilidad para hablar sencillamente, y con palabras cotidianas, de la grandeza y del amor de Dios.

Él sabía hablar al corazón de la gente. Cuando iban a visitarle a su oficina de acogida, no salían todos curados pero sí transformados.

-¿Qué significa su canonización para Canadá?

P. Mario Lachapelle: En una época difícil para la Iglesia canadiense, los fieles de toda Canadá se alegran de constatar que Dios está entre ellos y que manifiesta signos inequívocos de su presencia.

El reconocimiento oficial que realiza ahora la Iglesia universal de la santidad de un humilde fraile canadiense da a todos y a cada uno una razón para perseverar más que nunca en su fe.

En los últimos años, más de diez millones de peregrinos que han venido al Oratorio San José de Mont-Royal han mostrado por escrito su deseo de que la Iglesia reconozca cuanto antes la santidad del humilde amigo de los pobres y los afligidos. Es un nuevo aliento de esperanza para la Iglesia canadiense.

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ZENIT Staff

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