Cardenal Cañizares: “En el sacerdote, no hay lugar para una vida mediocre”

Intervención en un congreso celebrado en Roma

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ROMA, miércoles, 9 de junio de 2010 (ZENIT.org).- En el debate sobre el sacerdocio, es necesario reconocer «la indiscutible necesidad de que toda forma de existencia sacerdotal tenga un contenido profundo, nítido, vibrante y no adulterado: Cristo conocido, Cristo vivido, Cristo comunicado», considera el cardenal Antonio Cañizares Llovera.

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, intervino con estas palabras en el congreso «A imagen del Buen Pastor», que se celebró este martes en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma, en la víspera del congreso mundial de presbíteros que clausura el Año Sacerdotal.

Si en el fundamento del sacerdocio tiene que estar Cristo, aclaró, entonces «en el sacerdote no hay lugar para una vida mediocre».

«No debería haber lugar nunca y mucho menos en el momento actual, en el que es tan necesario mostrar la identidad de lo que somos y dar así razón de la esperanza que nos anima».

«El sacerdote debe ser como Cristo. Debe ser santo. La santidad sacerdotal no es un imperativo exterior, es la exigencia de lo que somos». De hecho, sin la santidad sacerdotal «todo se derrumba».

El Año Sacerdotal, bendición de Dios

Para el purpurado español, el Año Sacerdotal ha sido «un gran don, una bendición de Dios».

«En el futuro constataremos los frutos de la deseada renovación: la fuerza del Espíritu Santo renovador y santificador, impetrada con tanta oración y ayuno en todo lugar, no será vana si se muestra en un testimonio sacerdotal vigoroso y gozoso, renovado y evangélico, que contribuya a la tan necesaria renovación de la humanidad de nuestro tiempo», aseguró.

Si bien este año se ha celebrado «en medio de una tormenta mundial, en la que se ha manifestado la debilidad de sacerdotes», esto «no ofusca ni mucho menos el reconocimiento del inmenso don que representan los sacerdotes».

Los presbíteros, «presencia sacramental de Cristo, sacerdote y Buen Pastor de nuestra vida», «son de por sí un don de Dios a los hombres» y «ofrecen a Cristo en persona que es el Camino, la Verdad y la Vida, Luz que ilumina nuestros pasos, Amor que no tiene límites y que ama hasta el final».

«Nos anuncian y nos ofrecen su palabra, que es vida, fuerza de salvación para quienes creen, buena noticia que llena de esperanza; nos conceden de parte de Dios el perdón y la gracia de la reconciliación».

«En particular, nos dan a Dios, sin el cual no podemos nada y no podemos esperar nada. Son gesto y señal del amor irrevocable de Dios, que no abandona a los hombres».

«Los sacerdotes no son sólo algo conveniente para que la Iglesia ‘funcione’ bien; más bien hay que reconocer que los sacerdotes son necesarios simplemente para que la Iglesia exista».

Ejemplos de virtud

El cardenal expresó «admiración, reconocimiento y gratitud a los sacerdotes», recordando a los que le han ayudado «a ser lo que soy y que de ningún modo merezco ser: un sacerdote, sencilla y gozosamente un sacerdote».

«Doy las gracias, por ejemplo, a ese gran santo sacerdote de mi pueblo, durante 45 años, que entre las numerosas manifestaciones de su caridad de buen pastor fue capaz de dejar su casa a los apestados», «y cargó a espaldas a los muertos para darles digna sepultura».

«Doy las gracias al sacerdote ejemplar y apostólico que me llevó al seminario y me orientó a través de ese camino que ha llenado de alegría mi vida».

«Quiero dar las gracias a tantos sacerdotes que están dedicando toda su vida a las misiones, a los países más pobres y al servicio de los más pobres, de los que nadie se preocupa», «los numerosos sacerdotes que trabajan en el anonimato de las ciudades, que tienen que afrontar dificultades generadas por una corriente de secularización fortísima, y cambios de mentalidad debidos a una nueva cultura».

Su reconocimiento se extendió también a los presbíteros que «desempeñan su propia tarea y servicio pastoral en los suburbios y pueblos, que con frecuencia tienen la sensación de ser olvidados y estar aislados, de no saber qué hacer, pero que muestran siempre que Dios se encuentra en lo que es pequeño y en lo que no cuenta a los ojos del mundo».

«No os echéis para atrás ante el duro trabajo del Evangelio –dijo a los sacerdotes–. Nuestra vida sacerdotal vale la pena; somos necesarios. ¡Animo! ¡Adelante!».

«¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él ese tesoro evangélico por el que vale la pena darlo todo. Y a todos los demás pido reconocimiento, ayuda, comprensión, colaboración y oración por los sacerdotes».

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ZENIT Staff

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