Cardenal Casaroli, “embajador de Cristo” según el cardenal Bertone

Un congreso en el Vaticano recuerda la figura y obra del artífice de la “Ostpolitik”

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 13 de junio de 2008 (ZENIT.org) A diez años de la muerte del cardenal Agostino Casaroli, artífice durante treinta años, de las difíciles negociaciones de la Santa Sede con los Estados comunistas más allá del Telón de Acero, un congreso en el Vaticano ha querido recuperar su memoria.

El simposio, con el título «La Ostpolitik de Agostino Casaroli. 1963-1989) tuvo lugar el pasado lunes 9, en el Aula del Sínodo, y en él participaron el actual secretario de Estado, cardenal Tarsicio Bertone, el decano del Colegio Cardenalicio, cardenal Angelo Sodano, el prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, cardenal Achille Silvestrini, y el presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, cardenal Jean-Louis Tauran.

En sus intervenciones, recogidas por L’Osservatore Romano, los cuatro pusieron de manifiesto la gran labor llevada a cabo por el difunto diplomático. «Si hubiera que indicar un pasaje de la Sagrada Escritura para definir la existencia de Casaroli -explicó el cardenal Bertone- se encontraría en la Segunda Carta a los Corintios: ‘Soy embajador de Cristo'».

«La acción pastoral y diplomática del cardenal Casaroli, que coincide en gran parte con la llamada ‘Ostpolitik’ de la Iglesia, se mueve entre estos dos polos: el bien de la Iglesia, ‘ser embajador de Cristo’, y la búsqueda del diálogo posible, ‘para reconciliar a todos'», afirmó el purpurado.

Pero además de su conocida labor diplomática, el cardenal Casaroli fue también un «amigo de los pobres». El cardenal Bertone recordó su dedicación, especialmente en los últimos años de su vida, a los jóvenes de la cárcel de menores de Roma, quienes lo conocían como «padre Agostino».

El cardenal Angelo Sodano, durante la homilía de sufragio por Casaroli, celebrada en la basílica romana de los Santos Apóstoles, destacó «su rostro sereno y su trato acogedor. Nos parece volver a escuchar la voz de un amigo, el amigo de la puerta de al lado».

Abominatio desolationis

Para el cardenal Bertone, la ‘Ostpolitik’, es decir, la acción diplomática desarrollada por la Iglesia hacia los países comunistas del Telón de Acero, se desarrolló en dos fases diferentes: la primera y más dura, desde el final de la guerra mundial hasta 1963, coincide con los pontificados de Pío XII, Juan XXIII y los inicios de Pablo VI, y la segunda, desde 1963 hasta la caída del Telón de Acero.

«El cardenal Casaroli llamaba a la primera fase abominatio desolationis, y se caracterizó por los arrestos, condenas y reclusiones de obispos, sacerdotes y religiosos por parte de los regímenes comunistas. La drástica ruptura de las relaciones de la Santa Sede con estos Gobiernos hizo difícil las relaciones eclesiales. Fue Juan XXIII quien advirtió la necesidad de abrir alguna puerta al diálogo para hacer salir a la Iglesia del aislamiento en que se encontraba».

De aquella época, el cardenal Bertone hizo especial referencia al doloroso caso del cardenal Mindszenty, primado de Hungría, perseguido por el régimen, condenado a cadena perpetua y refugiado en la embajada de Estados Unidos, a quien Casaroli tuvo que pedir, en nombre del Papa, su dimisión.

«Mostrando a Casaroli la carta en la que pedía a Mindszenty la dimisión, el Papa Montini comentó que tal decisión entraba en lo que se habría podido definir como el ars non moriendi», explicó el cardenal Bertone.

Por su parte, el cardenal Jean-Louis Tauran recordó el papel decisivo de Casaroli en las negociaciones con los regímenes comunistas, así como en la cumbre de Helsinki (1963). «Cuando hablaba de estas misiones, siendo consciente de ser un pionero, subrayaba siempre que tenían sólo un objetivo: intentar mejorar la suerte de las comunidades cristianas.. sabía que era objeto de críticas por parte de algunos obispos que lo juzgaban demasiado permisivo. Me dijo una vez: ‘Si uno quiere hablar con el `prisionero, tiene por fuerza que hacerlo antes con el carcelero'».

«El cardenal Casaroli estaba convencido de que la cortesía, la firmeza y la prudencia responden todas a un mismo imperativo de la caridad hacia los hombres aunque sean adversarios, o no amigos; hacia la verdad, la justicia, la Iglesia», añadió el cardenal Silvestrini.

El cardenal Silvestrini destacó la intervención de Casaroli en la Comisión de las Naciones Unidas (Ginebra, 1989) en defensa de los derechos humanos, así como enn la Conferencia de la ONU sobre desarme. «En el primero, se refería al respeto de la libertad religiosa afirmando la importancia de que cada hombre pueda libremente realizar su propia búsqueda de la verdad, seguir la voz de su conciencia, adherirse a la religión que elija y profesar públicamente su fe en la libre pertenencia a una comunidad religiosa organizada».

Respecto a la cuestión del desarme, recordó el purpurado, Casaroli «subrayaba la necesidad de un desarme moral y político, para intentar quitar, o al menos disminuir al máximo, junto a las armas, las razones que empujan a los hombres y las naciones a recurrir a ellas: la voluntad de dominio y de supremacía por una parte, y por otra el temor fundado de convertirse en objeto de agresión».

Para el cardenal Silvestrini, el difunto diplomático fue capaz de unir el respeto y el diálogo a la firmeza: «la lógica del diálogo no podía significar el abandono o la retractación de aquellos que habían luchado y sufrido por la Iglesia; al contrario, se ponía a su servicio y contaba con su disposición a cooperar y a sacrificarse noblemente por una causa superior, que era la de la Iglesia y la de sus naciones».

Por Inmaculada Álvarez

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ZENIT Staff

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