Cardenal Egan: Los desafíos a la paz, de la guerra, la violencia y el terrorismo

NUEVA YORK, 15 de marzo de 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del cardenal Edward Egan, arzobispo de Nueva York, pronunciada el 29 de enero en la videoconferencia internacional de teología organizada por la Congregación vaticana para el Clero sobre la paz.

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Hace cuarenta años el mundo parecía estar al borde de la guerra, una guerra que podría haber sido el toque de difuntos de la humanidad. El Muro de Berlín dividía el Este del Oeste, y los dos lados se habían envuelto en una frenética carrera de armamentos con cada uno produciendo enormes arsenales de armas de destrucción masiva. Además, la Crisis de los Misiles Cubanos tuvo al mundo en vilo. Se había llevado a cabo la más seria de las amenazas, y parecía que la humanidad se precipitaba en el peor conflicto armado de la historia.

Es en este contexto en el que el Papa Juan XXIII, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, redactó su magistral encíclica «Pacem in Terris». Era una súplica por la paz, pero era mucho más que una súplica. Presentaba una estrategia para la paz tan válida que todavía hoy, como en 1963, sigue siendo válida.

En su mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz 2003, nuestro Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, dirigía su atención a esta declaración magistral de Juan XXIII, apuntando especialmente a esos cuatro «requisitos del espíritu humano», que el buen papa Juan hacía pieza central de su encíclica.

El primero de estos requisitos es la verdad. Ninguna guerra de cualquier dimensión, observaba, puede declararse legítimamente sin un conocimiento claro y cierto de un peligro claro y cierto. Así ocurre en nuestra actual crisis, hombres y mujeres de buena voluntad a lo largo del mundo apoyan y aplauden la labor de los inspectores de armas de las Naciones Unidas. Su tarea es difícil. Nadie lo negaría. Pero es también esencial. Se debe establecer la verdad del peligro más allá de cualquier duda.

Y una vez que ha puesta ante nosotros claramente la verdad, entran en juego el segundo y tercer «requisitos del espíritu humano» del papa Juan. Si no puede demostrarse un peligro claro y presente, la justicia exige que no se emprenda conflicto alguno.

En nuestra época, virtualmente en cada esquina del globo, hay un paralelismo moral de todo esto, un paralelismo claro y muy triste. Nadie ha sido capaz nunca de probar que el ser que está dentro del seno de su madre no sea otra cosa que un ser humano inocente con un derecho inalienable a la vida. Por esta razón, tal ser no puede ni debe ser asesinado. Sin certidumbre, nunca somos libres para destruir la vida, sea por el aborto o por la guerra. La justicia siempre debe ser la norma cuando está en la balanza la vida.

Y cuando el peligro claro y presente se confirma, incluso entonces Juan XXIII tiene otro «requisito del espíritu humano» que compromete nuestra atención-compasión. Procedamos en todos nuestros tratos con nuestros hermanos y hermanas con justicia ante Dios, sí, pero también con preocupación, comprensión y caridad. No nos arrojemos en el conflicto. Entremos en él, si debemos, con mesura, con moderación, y con respeto por cada hijo de Dios, cada uno imagen de la Divinidad en medio de nosotros.

Verdad, justicia y compasión: estos son los tres «requisitos del espíritu humano» que el Papa Juan XXIII proponía al mundo al borde del conflicto hace 40 años; y añadía que debían entrar en juego sobre la base de su cuarto requisito, la libertad.

Todos nosotros hemos sido formados a imagen y semejanza del Todopoderoso y dotados de la capacidad de conocer y elegir. Estos nos convierte en lo más noble de la creación visible del Señor, y también pone sobre nosotros una gran carga. Ante nuestro Dios y ante nuestros compañeros seres humanos, tratamos el tema de la guerra, como hijos –sabios, conscientes y en orgación– de un Padre en los cielos. Ejercitamos nuestra libertad de una manera adecuada a nuestra dignidad, es decir, con verdad, justicia y compasión. Y todo esto lo hacemos, confiando en un Dios amante y providente, y guiados por una Iglesia sabia y cariñosa.

[Traducción del original inglés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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