Cardenal Re: La Iglesia no es una democracia

Analiza la relación de gobierno entre los obispos y el Papa

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MILAN, 5 marzo 2002 (ZENIT.org).- La Iglesia «no es una estructura democrática en la que el pueblo es soberano», sino más bien un «dato de fe», explicó este domingo el prefecto de la Congregación para los Obispos.

No se puede olvidar, aclaró el cardenal Giovanni Battista Re al inaugurar en Milán un ciclo de encuentros sobre «El gobierno de la Iglesia universal», promovido por la Universidad Católica de esa ciudad, que nos encontramos ante «una sociedad instituida desde lo alto».

«La constitución jerárquica de la Iglesia –siguió explicando el cardenal– no hay que verla como una limitación a la libertad o espontaneidad de los cristianos, sino como una manifestación más de la misericordia de Dios hacia los hombres», con el fin de «sustraer» a la Iglesia a las «variaciones, mutaciones y competiciones» posibles en la historia.

La función de gobierno es por tanto, para el cardenal Re, «un específico ministerio dentro de la Iglesia que no quita nada a la corresponsabilidad de todos los fieles».

En la Iglesia, subrayó el ponente, «hay necesidad, hoy más que ayer, de una fuerte colegialidad pero también de un fuerte ejercicio del ministerio del Papa».

Para explicarse mencionó el nuevo contexto internacional, la globalización, en el que según consideró, «el ejercicio del primado y de la colegialidad tendrá manifestaciones diversas de las de épocas pasadas, en las que la facilidad de las comunicaciones no había alcanzado los niveles de hoy».

En este marco, añadió el hombre que asesora más directamente al Papa en el nombramiento del episcopado, los obispos católicos están llamados a «afrontar actuando colegialmente, en armonía de pensamiento y de empeño, bajo la guía del sucesor de Pedro» desafíos como la secularización o la proliferación de las sectas.

Otros de los grandes desafíos que los hombres de Iglesia tienen que afrontar, siguió diciendo, son los «interrogantes relacionados con el progreso científico-tecnológico y económico» y a «una cierta cultura que propone soluciones confusas sobre el problema del vivir y el morir».

El entrelace entre el poder del Papa y el de los obispos –concluyó el cardenal– pertenece en última instancia al misterio de la Iglesia y, en la práctica, competerá a la legislación eclesiástica determinar su específico desarrollo según las circunstancias históricas, partiendo del principio de que «la naturaleza de la Iglesia y las relaciones del Papa y los obispos no se pueden comprender sin la fe».

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ZENIT Staff

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