Cardenal Rivera: Los fundamentos de la tolerancia

Intervención del cardenal de México

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MÉXICO, martes, 5 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció este miércoles el cardenal Norberto Rivera, arzobispo primado de México, con motivo del Día Internacional para la Tolerancia, en el Museo Nacional de Antropología.

* * *

La democracia es un «ordenamiento» y, como tal, un instrumento y no un fin. Pero el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son ciertamente la dignidad de cada persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el «bien común» como fin y criterio regulador de la vida política. Sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia puede asegurar una paz estable, pues la paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres, es a menudo ilusoria y se convierte en una palabra vacía.

Una seria amenaza para la democracia y la paz la representa la intolerancia, que se manifiesta en el rechazo de la libertad de conciencia de los demás. Por las vicisitudes históricas sabemos dolorosamente los excesos a que puede conducir esta intolerancia, que puede insinuarse en cada aspecto de la vida social, manifestándose en la marginación u opresión de las personas o minorías, que tratan de seguir la propia conciencia en lo que se refiere a sus legítimos modos de vivir.

Las religiones pueden entablar un diálogo, a pesar de sus diferencias, porque tienen una antropología común. Aunque explico esto desde la perspectiva católica, creo que eruditos de otras religiones encontrarán eco en sus propias escrituras de las principales características de la antropología común, la base de un nuevo humanismo, para la cura de la violencia en nuestro mundo.

La antropología común comienza con la creación de los seres humanos. Fueron hechos a imagen y semejanza de Dios, que es vida, amor, sabiduría, poder. La persona humana es, en el fundamento y el centro de su ser, hecha para la propia donación, que es amor. Puesto que Dios es esencialmente amor, el hombre está hecho para el amor.

Puesto que los seres humanos fueron creados antes de cualquiera de las religiones existentes que conocemos, podemos hablar de una antropología original, que precede a todas las religiones.

De ahí que se le llame antropología común. ¿Cuáles son las características de esta antropología común?

La primera es la verdad. Por ella entiendo la correspondencia de la persona humana con Dios. Hecha a imagen y semejanza de Dios, la persona humana es verdadera.

La segunda característica de esta antropología común es la igualdad; hombres y mujeres son iguales en dignidad, enraizada en su semejanza con su Creador.

La tercera característica es que las personas humanas por naturaleza son relacionales. Hombre y mujer se relacionan uno con el otro, y con los demás en la creación.

La cuarta característica es la armonía interior, la amabilidad, la paz.

Para la tradición judeocristiana cuando Adán y Eva pecaron, la situación cambió tanto que dio lugar a una parodia de la creación. La violencia, hace su aparición y queda todo marcado por ella. La igualdad entre el hombre y la mujer se oscurece; las relaciones entre los seres humanos se vuelven engañosas y manipuladoras; la armonía interior desaparece, proyectando hacia la creación entera el desequilibrio que padecemos.

A pesar de todo esto, existen experiencias que prueban que es posible que el diálogo de las religiones sane la violencia en su forma sistemática y estructural. Hechos históricos cercanos nos lo dejan ver: el caso de Mahatma Gandhi en la India que tomó dos rasgos fundamentales que están en lo profundo de la psique de los pueblos del Sur de Asia, rasgos acentuados por dos religiones: la no violencia por el budismo y el auto sacrificio por el jainismo, y que fueron el fundamento para el cambio de estructuras sociales en la India.

Inspirados en este ejemplo, Martin Luther King Jr. utilizó los métodos de Gandhi para luchar por los derechos civiles y poner fin a la segregación de los afroamericanos en Estados Unidos, y Nelson Mandela utilizó estos métodos para desmantelar el apartheid en Sudáfrica. Sus métodos desmantelaron la violencia estructural que se vivía ese entonces.

Creo firmemente que el dialogo entre los hombres, entre las religiones, entre las culturas es el camino para la justicia, la fraternidad y la paz. La vivencia de la espiritualidad de la unidad, el amor y la paz debe hacerse con realismo sobre la verdadera dignidad de la criatura humana, imagen y resplandor de la Eterna Bondad.

Hago votos para que la tolerancia no quede como el extremo en el que los seres humanos se «soportan», sino para que cambie radicalmente la valoración y el aprecio por el prójimo, imagen visible de Dios Invisible, y así propiciemos entre todos una convivencia respetuosa y fraterna fundada en la grandiosa dignidad de la persona humana con todos sus derechos y obligaciones que ello conlleva.

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ZENIT Staff

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