Cardenal Van Thuan: La Eucaristía cambió el campo de reeducación comunista

Crónica de una de las meditaciones que pronunció el cardenal al Papa

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CIUDAD DEL VATICANO, 17 septiembre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la crónica que publicó Zenit el 16 de marzo de 2000 de una de las meditaciones pronunciadas por el cardenal François Xavier Nguyen Van Thuan a Juan Pablo II, durante los Ejercicios Espirituales celebrados en el Vaticano.

* * *

«Cuando me encarcelaron en 1975 –recordó el prelado vietnamita–, me vino una pregunta angustiosa: «¿Podré celebrar la Eucaristía?»».

El prelado explicó que, dado que al ser detenido no le permitieron llevarse ninguno de sus objetos personales, al día siguiente le permitieron escribir a su familia para pedir bienes de primera necesidad: ropa, pasta dental,
etc.

«Por favor, enviadme algo de vino, como medicina para el dolor de estómago». Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con una etiqueta en la que decía: «Medicina para el dolor de estómago».

Entre la ropa escondieron también algunas hostias. La policía le preguntó: «¿Le duele el estómago?». «Sí», respondió monseñor Van Thuân, quien entonces era arzobispo de Saigón. «Aquí tiene su medicina».

«No podré expresar nunca mi alegría: celebré cada día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con él su cáliz más amargo. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida».

Más tarde, cuando le internaron en un campo de reeducación, al arzobispo le metieron en un grupo de cincuenta detenidos. Dormían en una cama común. Cada uno tenía derecho a cincuenta centímetros. «Nos las arreglamos para que a mi lado estuvieran cinco católicos –cuenta–. A las 21,30 se apagaban las luces y todos tenían que dormir. En la cama, yo celebraba la Misa de memoria y distribuía la comunión pasando la mano por debajo del mosquitero. Hacíamos sobres con papel de cigarro para conservar el santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Cristo Eucaristía en el bolso de la camisa».

Dado que todas las semanas tenía lugar una sesión de adoctrinamiento en la que participaban todos los grupos de cincuenta personas que componían el campo de reeducación, el arzobispo aprovechaba los momentos de pausa para pasar con la ayuda de sus compañeros católicos la Eucaristía a los otros cuatro grupos de prisioneros.

«Todos sabían que Jesús estaba entre ellos, y él cura todos los sufrimientos físicos y mentales –recordaba–. De noche, los prisioneros se turnaban en momentos de adoración; Jesús Eucaristía ayuda de manera inimaginable con su presencia silenciosa: muchos cristianos volvieron a creer con entusiasmo; su testimonio de servicio y de amor tuvo un impacto cada vez mayor en los demás prisioneros; incluso algunos budistas y no cristianos abrazaron la fe. La fuerza de Jesús es irresistible. La obscuridad de la cárcel se convirtió en luz pascual».

Para el predicador de los Ejercicios Espirituales del Papa «Jesús comenzó una revolución en la cruz. La revolución de la civilización del amor tiene que comenzar en la Eucaristía y desde aquí tiene que ser impulsada».

«Concluyo con un sueño –dijo monseñor Van Thuân–: en él la Curia romana es como una gran hostia, en el seno de la Iglesia, que es como un gran Cenáculo. Todos nosotros somos como granos de trigo que se dejan moler por las exigencias de la comunión para formar un solo cuerpo, plenamente solidarios y plenamente entregados, como pan de vida para el mundo, como signo de esperanza para la humanidad. Un solo pan y un solo cuerpo».

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ZENIT Staff

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