Cardenal Wako: «Sudán debe dejar de discriminar a los cristianos»

El primer purpurado del país pide reconciliación para el pueblo

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ROMA, 13 noviembre 2003 (ZENIT.org).- En un conflicto «en el que las diferencias religiosas han sido utilizadas casi como un arma de guerra», «Sudán necesita reconciliación», y en ello el gobierno tiene su parte, afirma el primer purpurado de la historia del país africano, el arzobispo de Jartum Gabriel Zubeir Wako.

Sudanés de 62 años, el arzobispo Wako fue una de las grandes sorpresas del consistorio del pasado 21 de octubre en el que Juan Pablo II creó 30 nuevos cardenales.

El prelado es arzobispo de la capital sudanesa, Jartum, desde 1981 y ha promovido la paz en la guerra civil que azota el país desde hace dos décadas y que ha causado dos millones de muertos y cientos de miles de desplazados.

El gobierno sudanés y el «Ejército de Liberación Popular de Sudán» (SPLA) están enzarzados en un conflicto armado desde 1983, fecha en que el ex presidente Gaafar Nimeiry instauró la «sharia» (ley islámica).

En 1989 se impulsó el proceso de islamización forzada entre las poblaciones del sur, que en su mayoría son cristianas o animistas.

Hace tiempo que en Kenia están en marcha las conversaciones de paz entre Garang –líder del SPLA– y representantes del gobierno. Además, las presiones de la Unión Europea y de los Estados Unidos han acelerado este proceso. Se espera que se firme un acuerdo de paz a finales de año.

«La paz está en la cima de los deseo de todo nuestro pueblo. Todos deseamos que acabe esta masacre y el desarraigo de tanta gente de su propia tierra», reconoció el nuevo purpurado en una entrevista publicada en la última edición del semanario italiano «Famiglia Cristiana».

La reconciliación entre las poblaciones musulmanas del norte y las cristianas o animistas del sur «es posible, aunque muy difícil», advierte el prelado. Y es que «las diferencias religiosas han sido utilizadas casi como un arma de guerra».

De ahí que, en el camino de la reconciliación, tengan «un papel de primer orden quienes se ocupan de la formación de las personas: las comunidades religiosas y las escuelas» .

«También el gobierno puede hacer mucho para devolver la confianza a las poblaciones que tanto han sufrido –subraya el cardenal Wako–. Debería acabar con la discriminación hacia los no musulmanes y no arabizados».

Aunque Sudán no es formalmente una República Islámica –«porque la Constitución no lo declara abiertamente»–, «en la práctica es como si lo fuera», describe: «sólo los musulmanes gozan de plenos derechos y las estructuras de gobierno están dominadas por musulmanes».

La «sharia», la ley islámica, «oficialmente se aplica sólo al norte, pero es la base de toda la legislación nacional y, por lo tanto, afecta a todos –añade–. Al norte, además, la “sharia” se impone también a los no musulmanes».

Pero no sólo causas étnicas y religiosas están tras la guerra de Sudán, sino «sobre todo políticas, económicas y sociales», constata el arzobispo de Jartum.

«Tras la independencia –explica–, la diferencia entre norte y sur aumentó en perjuicio de las poblaciones del sur, que han sido discriminadas por el gobierno».

A ello se añade el descubrimiento de grandes recursos petrolíferos en el sur, cuya población exige que los beneficios le repercutan. «También éste es un capítulo de las conversaciones de paz», observa el prelado.

En su opinión, actualmente el camino a la paz en Sudán pasa por dos prioridades: «encontrar una alternativa a quien desde hace tantos años se dedica a la guerra» –«hay que desarmar y dar trabajo a las milicias de una y otra parte»– y «crear una mentalidad de paz».

La Iglesia en Sudán está formada sobre todo por las poblaciones del sur. Incluso los fieles de la diócesis de Jartum son en su mayoría desplazados del sur. «Vivimos por lo tanto los problemas y los sufrimientos derivados del conflicto y del desarraigo», reconoce el cardenal Wako.

«Estamos comprometidos a favor de la paz, de la justicia, de los derechos humanos –confirma–. Pero el gobierno y la gente del norte frecuentemente miran con sospecha a la Iglesia, como si fuera una organización de la gente del sur».

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ZENIT Staff

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