Caricaturas, ¿existe el derecho a ofender?

Interrogantes de la libertad de expresión

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COPENHAGUE, sábado, 18 febrero 2006 (ZENIT.org).- Que se pueda encender una crisis mundial con la publicación de unas cuantas caricaturas parece justificar el viejo adagio de que la pluma es más fuerte que la espada. Los acontecimientos también han demostrado que la libertad tiene sus límites, especialmente cuando están implicadas las profundas creencias religiosas de otros.

El diario danés Jyllands-Posten publicó las caricaturas el pasado septiembre, tras pedir a los artistas que representaran al profeta del Islam. El objetivo del periódico era desafiar lo que percibió como una autocensura de los propios artistas al tratar temas islámicos. En enero un periódico noruego volvía a publicar las imágenes.

Cuando las demostraciones de protesta contra las caricaturas tomaron fuerza, algunos periódicos europeos volvieron a publicar las imágenes, en lo que consideraban una ofensa a la libertad de expresión. Con pocas excepciones, los medios de los países anglosajones se han frenado a la hora de publicar las caricaturas.

Los acontecimientos han provocado un vivo debate en la prensa. Un editorial del Times el 3 de febrero observaba que el periódico se había abstenido de publicar las imágenes: meses después de su publicación original, habría sido un innecesario insulto gratuito el hacerlo, indicaba el editorial. Añadía, no obstante, que las protestas de los musulmanes «habrían tenido más peso si no se encontraran regularmente en Oriente Medio imágenes que insultan cruelmente a judíos y cristianos».

En contraste, otro periódico británico, el Telegraph, en un editorial del mismo día, defendía «el derecho a ofender», aunque optó por no publicar las caricaturas. El periódico Guardian afirmaba que el derecho a la libertad de expresión es un principio importante, pero añadía: «Hay límites y fronteras – de buen gusto, de derecho, de convención, de principio o de buen juicio». El editorial observaba, por ejemplo, que los periódicos británicos publican regularmente relatos sobre pornografía infantil, pero hasta ahora nunca ha reproducido ejemplos de ella».

El semanario alemán Die Zeit publicó una de las caricaturas. «Existe el derecho de hacerlo», sostenía el jefe de la oficina de Washington de la revista, Thomas Kleine-Brockhoff. El 7 de febrero escribía una columna en el Washington Post.

Kleine-Brockhoff explicó que Die Zeit no habría publicado las caricaturas si se las hubieran ofrecido directamente a la revista. La libertad de expresión se acompaña de la responsabilidad de no inflamar la opinión, indicaba. No obstante, «los criterios cambian cuando el material que es visto como ofensivo se convierte en noticiable».

Por otra parte, afirmaba, «publicar no significa estar de acuerdo». Kleine-Brockhoff observaba que los gobiernos de Oriente Medio que ahora protestan por la publicación también son responsables de oprimir a sus minorías religiosas. «¿Aconsejaríamos «tolerancia contra intolerancia»?, preguntaba.

Límites a las sátiras
El antiguo prefecto de la Congregación vaticana para las Iglesias orientales, en una entrevista publicada el 3 de febrero, afirmaba que deberían elegirse cuidadosamente los objetivos de la sátira. El cardenal Achille Silvestrini declaró al diario italiano Corriere della Sera, que la sátira tiene sus límites. Mientras que se puede permitir hacer bromas con un sacerdote, o con las costumbres islámicas, afirmaba, atacar a Dios, al Corán o a Alá, es otra cosa.

Por ello, la libertad de expresión debe estar acompañada del respeto, defendía el cardenal. Y, añadía, la cultura occidental necesita limitar su afirmación de la libertad como valor absoluto.

El tema de los límites a la libertad también fue tratado por uno de los obispos auxiliares de Roma, Rino Fisichella, en una entrevista al periódico Il Messagero, el 4 de febrero. No existe la libertad absoluta, afirmaba. Además, la libertad no es un instrumento para usarlo contra los demás, sino para favorecer a los demás y para crecer.

La prensa, insistía Mons. Fisichella, necesita comprender que el espacio disponible para ejercitar la libertad está limitado por el respeto a los demás, no sólo como personas, sino también a sus creencias y a su fe.

El mismo día, la oficina de prensa del Vaticano publicó una declaración sobre el tema de las caricaturas. El derecho a la libertad de pensamiento y expresión, indicaba, «no puede implicar el derecho a ofender el sentimiento religioso de los creyentes». Pero igualmente deplorables, añadía la declaración, son las reacciones violentas de protesta: «La intolerancia real o verbal, no importa de donde venga, sea como acción o como reacción, siempre es una grave amenaza a la paz».

Anver Emon, que enseña derecho islámico en la Universidad de Toronto, también deploró la violencia de los manifestantes musulmanes. Pero, en un comentario publicado el 6 de febrero en el periódico canadiense National Post, Emon apuntaba las difíciles circunstancias en que viven muchos musulmanes.

En Europa, observaba, los musulmanes son confinados al margen de la sociedad, sufriendo críticas continuas sobre el efecto perjudicial que su presencia tendrá en el continente. Después también están los conflictos en Afganistán e Irak, además del conflicto palestino-israelí, que ha llevado una alto grado de tensión en Oriente Medio, observaba Emon.

¿Organizado?
Volviendo a Dinamarca, nuevos detalles que rodean las caricaturas difamatorias han dado nueva luz a algunos de los protagonistas. El 6 de febrero, el periódico británico Guardian informó que, hace tres años, el Jyllands-Posten rechazó publicar unos dibujos que se reían de Jesucristo. El periódico danés tomó esta decisión considerando que los dibujos podrían ofender a los lectores y no eran divertidos.

El 7 de febrero, un imán palestino que vive en Dinamarca, Ahmed Abu-Laban, recibía criticas en un artículo publicado por el Wall Street Journal. Abu-Laban reunió una delegación que viajó a Oriente Medio con un dossier sobre las caricaturas del Jyllands-Posten, informaba el Journal.

El dossier, junto a las caricaturas publicadas, también contenía otras imágenes altamente ofensivas que nunca aparecieron en el Jyllands-Posten. El dossier también hacía algunas afirmaciones falsas sobre el supuesto maltrato de musulmanes en Dinamarca.

De hecho, la entera reacción a las caricaturas ha sido monopolizada por los extremistas, según el comentarista del Financial Times, Philip Stephens. La decisión de los gobiernos saudí, iraní y sirio de retirar sus embajadores de Copenhague, por ejemplo, «ha sido un acto de cálculo político», informaba Stephens en un artículo publicado el 7 de febrero. Sabiendo bien que el gobierno danés no controla la prensa, los tres gobiernos de Oriente Medio escogieron la escalada en la controversia por sus propios motivos, sostenía Stephens.

Igualmente, un locutor de la televisión estatal de Irán presentó las viñetas como un insulto al Islam hecho por el gobierno danés, no por un periódico privado, informaba el 7 de febrero Associated Press. AP también observó que en Siria, donde el estado tiene un control absoluto, pocos creen que los manifestantes que llevaron a cabo los actos violentos pudieran llegar muy lejos sin el consentimiento tácito del gobierno.

Tensión de alta tecnología
Las protestas también están siendo fomentadas por los extremistas, informaba el 9 de febrero el Washington Post. Mensajes de texto a teléfonos móviles, blogs de internet, e-mails están siendo enviados por todo el mundo. Las páginas webs de los radicales islámicos también se hacen eco de las llamadas a la violencia. El material en circulación suele contener información falsa y exageraciones, pensadas para inflamar las pasiones, indicaba el Post.

«Nos enfrentamos a una información falsa transmitida
por mensajes de móviles y web logs a tan alta velocidad que ya se ha recibido y está actuando antes de tener oportunidad de corregirla», comentaba el primer ministro danés, Ander Fogh Rasmussen, en una conferencia de prensa el 7 de febrero.

En un encuentro reciente de la Organización de la Conferencia Islámica, el rey Abdulá bin Abdulaziz de Arabia Saudí apelaba a los líderes musulmanes a unirse a los extremistas que, sostenía, han secuestrado su religión.

Reuters citaba el 7 de diciembre a Abdulá diciendo: «El corazón del creyente sangra al ver cómo esta gloriosa civilización ha caído de las cimas de la gloria al barranco de la flaqueza y como sus pensamientos han sido secuestrados por bandas diabólicas y criminales que esparcen la destrucción sobre la tierra».

El primer ministro malayo, Abdulá Ahmad Badawi también hizo pública una solemne advertencia. Los musulmanes en todo el mundo, decía, están en un estado de «desunión y discordia». Esto es algo que pone de acuerdo a los no musulmanes.

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ZENIT Staff

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