Carta al sacerdote asesinado en Venezuela

CARACAS, domingo, 7 mayo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la carta dirigida al recientemente asesinado sacerdote, Jorge Piñango, subsecretario de la Conferencia Episcopal de Venezuela, enviada por el padre Ricardo Bulmez y publicada por la página web de esa institución episcopal.

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Estimado y apreciado Padre Jorge:
Quizá no te acuerdes de mí, te saludé un día. Pero no importa. Luego te vi en la prensa. En una divulgaron la noticia de tu muerte y en la oficialista te prensaron. Sí, no sé quién es más bajo: el que te mató o el funcionario del Ministerio con Público -como dice Cantinflas- que intentó quitarte tu buena fama. El que te mató se enfrentó a un vivo, y este funcionario no respetó a un muerto.

Padre Jorge, lo doloroso no es que hayas muerto sino que te hayan matado. Porque la muerte no es mala, es dolorosa. ¿Quién se avergüenza de tener un familiar difunto? Nadie. Al revés, hay vivos que dan más vergüenza que los muertos. Como el funcionario gubernamental que con los instintos más bajos se regodeó quitándote la moral y las buenas costumbres. Como si él hubiera sido el protagonista de hecho tan vil.

Lo triste no es que las flores de un árbol se caigan, sino que las tumbemos y así matemos el fruto que venía dentro de cada una de ellas. El problema no es que un matrimonio se disuelva sino que lo matemos antes de morir. Porque sólo la muerte puede matar un matrimonio. «Hasta que la muerte nos separe». La Vida es hasta la muerte, no hasta que me mates. Que nadie nos mate, ya moriremos. «No me mates, ya moriré yo. Te lo prometo», diría a todos los que no respetan la vida de los demás.

La muerte, entonces, no es mala ni vergonzosa, es dolorosa. Dolorosa para tus ancianos padres, para tus seres queridos y para todos tus amigos. Que eran muchos. ¡Dios!… ¡Cómo te quería la gente! Debes estar muy satisfecho.

Padre Jorge, justo en la madrugada del sábado 22 del mes de Abril, horas en que estabas siendo asesinado, según la prensa, escribía yo un artículo para el Signo, semanario de la Diócesis de Los Teques, titulado «¿A dónde vas?», referido al destino de Venezuela. En este artículo, entre otras cosas, escribí: «¿Hacia dónde vamos?… ¿Tus hijos llegarán a viejos? ¿Quién es el próximo que va a morir en manos del hampa común y no común?». Mi mente estaba lejos, padre Jorge, de imaginar que tú estabas siendo el próximo.

También, padre Jorge, ese mismo sábado 22 de Abril, más de cuarenta mil personas, entre jóvenes y adultos en protesta, se acostaron como muertos en una avenida de Caracas. Sin pensar que en ese momento tú engrosabas la lista de los setenta mil venezolanos a quienes ya les haces compañía.

Padre Jorge, tú fuiste el próximo… el padre Piñango. Pero pudo ser cualquier apellido con el antecedente de padre, obrero, joven, periodista, militar. Cualquiera de nosotros puede ser el próximo. Por eso en ti, le escribo a todos los que han dejado la vida en manos de la delincuencia.

¿Me preguntas que si agarraron a los responsables de tu muerte? Sí, los capturaron. Pero no sé si sean los verdaderos causantes. Es más no sé si los responsables están en el país. No sé. Vivimos en el país de la duda y de la desconfianza. La única verdad padre Jorge, es que te quitaron la vida prematuramente. Como las flores de los árboles.

Te mataron, padre Jorge, te mataron. Pero no mataron a la Iglesia; no han matado a todos los cientos de niños que bautizaste; ni a todos los que impartiste la Primera Comunión; ni a todos los que diste la absolución: «Yo te perdono», que sin duda también lo hiciste con tus agresores. No han matado a los miles que dijiste: «La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes. Pueden irse en Paz».

Padre Jorge, te envío esta carta por medio del recuerdo de Teresa de Calcuta. Pues, seguro que ya estás en su compañía. Ella dijo un día: «No es lo mismo morir solo y abandonado, a morir con alguien al lado que te ponga con cariño la mano en la frente». Tú moriste solo, sin tus padres al lado y sin tus amigos que te quisieron mucho. Pero, estoy seguro en la fe que tu Ángel de la Guarda te hizo dulce compañía.

Padre Jorge, me saludas a Juan Pablo II. Dile que desde que él se fue, este mundo quedó huérfano de liderazgo: ya no hay nadie que lo una. A la Virgen La Divina Pastora, tu patrona, que no abandone a los hombres por quienes su hijo Jesús dio la vida. Que nos bendiga.

Padre Jorge, tú muchas veces predicaste esta sentencia de Jesucristo: «El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá». Estás vivo en el misterio del amor de Dios.

Padre Jorge, que descanses en Paz.
Tu hermano en el sacerdocio:
Ricardo Bulmez

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ZENIT Staff

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