Carta pastoral del cardenal de Madrid sobre el voluntariado

Profundiza en la identidad cristiana de este «signo de los tiempos»

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MADRID, 11 abril 2002 (ZENIT.org).- El cardenal, Antonio Mª Rouco Varela, arzobispo de Madrid, ha publicado una carta pastoral sobre el voluntariado al que se refiere como «signo de los tiempos».

«El Voluntariado y las instituciones caritativas católicas», este es el nombre de la misiva presentada este miércoles, recoge la intervención del purpurado en la última plenaria del Consejo Pontificio «Cor Unum» celebrado en Roma.

En ella, el Cardenal aborda cuatro temas fundamentales: la situación actual del voluntariado en el contexto social en que vivimos; la teología del amor; la eclesiología que de ella se deriva; y el verdadero significado de la diaconía cristiana.

Resaltamos las ideas principales.

1.- Signo de lo tiempos: «Hoy como ayer –dice el cardenal en la carta– el hombre siente necesidad de hacer la experiencia de lo gratuito en el acoger y en el ser acogido como persona valiosa, digna y amable por sí misma, más allá de todo intercambio o cálculo interesado».

Pero, hoy, el fenómeno del voluntariado se presenta como un auténtico «signo de los tiempos», «cauce» no sólo para «la realización personal», sino sobre todo para una «positiva y sana socialización», que nace de una «ley del amor inscrita por Dios Creador en su corazón», que «ninguna acción humana, ningún egoísmo ni hedonismo, ninguna ideología ni adoctrinamiento puede totalmente», y que «la Iglesia alaba y estimula».

2.- La identidad del voluntariado católico: Junto a organizaciones tanto gubernamentales como no gubernamentales, «los cristianos, tanto a nivel personal como agrupado y eclesial, están en primera línea en todo lo relativo a la asistencia y servicio libre y voluntario a los más necesitados».

Advierte el cardenal que, respetando la identidad de las organizaciones filantrópicas civiles, conviene clarificar la especificidad, tanto en su inspiración como en su funcionamiento, de las organizaciones caritativas católicas, que, con el aumento de sus actividades y servicios, la incorporación de profesionales cualificados, y la colaboración con las administraciones del Estado, tienen el peligro de dejarse llevar por una dinámica que «tienda a primar la eficacia organizativa y a aumentar su autonomía y alejamiento de la auténtica vida de la Iglesia, de su jerarquía y de su voluntariado, en la inspiración de sus criterios operativos, en la determinación de sus prioridades, y en su funcionamiento».

Por eso, añade, «si queremos que no se desnaturalicen ni pierdan la fuerza de la que han surgido, de la que viven y puede renovarlas siempre, deberán preservar su identidad cristiana y eclesial en la fijación de sus fines y prioridades, en su organización y en el trabajo de los que colaboran con ellas de un modo voluntario. Más aún, deberán estar en contacto con la vida entera de la Iglesia. Las obras caritativas eclesiales son comprensibles, viables y fecundas sólo dentro de la Iglesia, como fruto y expresión de ella. Sólo desde este marco eclesial pueden prestar a la sociedad y a la humanidad un servicio propio e insustituible que tanto necesitan».

Esta identidad, unida a sus convicciones y a su concepción propia del hombre, concluye, no pude perderse cuando el voluntariado católico colabora con otros elementos de la sociedad civil o con el Estado.

3.- La teología del amor: «La Iglesia –reitera el cardenal– no es una agrupación humana que tiene su origen en hombres que han decidido unirse para satisfacer sus necesidades o realizar sus proyectos, sino que tiene su origen en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, y de Él recibe su misión».

El amor, por tanto, es «Cristo mismo en cuanto acontecimiento de la entrega que Dios Padre hace de su hijo a la historia de los hombres en la unidad y libertad del Espíritu».

En una palabra, «Dios es amor y a través de Cristo y del Espíritu operante en su Iglesia invita al hombre a seguirle y participar en ese amor».

Aquí radica la identidad de la caridad cristiana: «La Iglesia toma forma y nace de la fe en este amor y de su contemplación, de la apertura confiada y total al acontecimiento del amor de Dios manifestado y realizado en Cristo por medio del Espíritu. Es la comunidad de los que han sido atraídos por el Crucificado: los que miran al que atravesaron y contemplan el espectáculo del amor entre el Padre y el Hijo, y el amor de ambos a los hombres, acogen su don (el Espíritu Santo), y siguen libremente a Jesucristo participando de su vida, en su destino y en su amor de entrega total a Dios y a los hombres».

4.- Exigencias propias del amor cristiano: Puesto que «el amor de Dios manifestado en Cristo no es sólo el origen y la fuente de la Iglesia, sino también su forma de vida», señala que el amor cristiano y eclesial tiene «algunas características y exigencias que arrancan de esa forma interna cristológica y trinitaria, a la que siempre remite y celebra, y de la que siempre vive, sin poder trasparentarla ni encarnarla de un modo pleno». El amor cristiano, entonces: –Ve el rostro de Cristo: «En el rostro del hermano necesitado que me interpela y reclama, y a través del cual descubro mi responsabilidad moral, se refleja para el cristiano la presencia religiosa del Absoluto, de Dios, del Hijo de Dios encarnado, que me llama y me vincula con el otro y me hace su hermano».

–Lleva a la reciprocidad: «la relación con el rostro del otro llega a su cumplimiento cuando el otro me reconoce también como su hermano: el amor cristiano tiene una dinámica de creación de comunión eclesial». Esta reciprocidad, de «origen trinitario», implica «el reconocimiento de la alteridad, la comunión y la complementariedad», manifestándose «como una unidad profunda en la distinción y en la libertad».

–Lleva a «la entrega de la propia vida para poder ganarla», que es «la ley del Crucificado-resucitado». Y «sin esta profundidad y radicalidad de la entrega, el amor no alcanza plenamente su verdad».

–Impulsa a la misión: es lo contrario «a una cerrazón sectaria», pues «es siempre apertura y proyección hacia un tercero», «impulsa a la misión», es «apertura y desbordamiento», pues esta «radicado en el amor de Cristo y de la Trinidad».

–Se encarna: es decir, «se hace historia, palabra y gesto», en «todas las dimensiones y ámbitos de la vida del hombre: la persona, la familiar, la social, la política, la institucional…».

–«Es un don gratuito», que el cristiano en particular y la Iglesia en su conjunto «tienen que cultivar hacer fructificar», sabiendo que esta llamado a ser lo que es ya por gracia, «acontecimiento del amor de Dios en Cristo por el Espíritu», consciente de que nunca lo traduce y refleja de una manera plena y total.

5.- Fidelidad al servicio del hombre concreto: «El objetivo principal de las instituciones caritativas eclesiales no es tanto que lleguen a ser organizaciones perfectas, cuanto que sean expresión, instrumento y cauce del ser y de la misión de la Iglesia. Por eso, sin negar la necesidad de la competencia profesional, afirma que lo más decisivo y propio de los que trabajan en ellas es que entren en la dinámica del don de si mismos, como fruto de haber experimentado el amor a Dios manifestado en Cristo y en fidelidad a la misión que éste ha confiado a su Iglesia de servir al hombre concreto en su vocación temporal y eterna, y en la totalidad de sus necesidades materiales y espirituales».

6.- Identidad evangélica: «Por eso, la actividad caritativa eclesial no es reducible sólo a los gestos concretos de asistencia material, ni está orientada sólo a las dimensiones históricas, sino que debe estar investida de la novedad del acontecimiento de Cristo y trasparentar en los gestos concretos a favor del prójimo el a
mor de Dios Padre. Actuando a favor del hombre en sus necesidades materiales e históricas, necesidades rigurosamente humanas, no deber perder de vista, sino contribuir a hacer realidad la salvación de su entera persona. En este sentido, la acción caritativa es simultáneamente acción evangelizadora: debe orientarse a introducir a la entera persona en el misterio de Cristo».

7.- Formación en la Doctrina Social de la Iglesia: La «respuesta a los problemas de la justicia social» del voluntariado católico no la proporciona «ninguna teoría filosófica y antropológica, ética o social, inspirada en cualquier tipo de visión materialista del mundo: llámese marxismo histórico y dialéctico o liberalismo positivista o capitalista», sino la Doctrina Social de la Iglesia, en la que deben estar bien formados los voluntarios, junto a una formación teológica y espiritual básica.

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ZENIT Staff

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