Carta pastoral sobre el Sacramento de la Penitencia (III)

Por monseñor Vicente Jiménez, obispo de Santander (España)

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 SANTANDER, miércoles 13 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores la tercera entrega de la carta pastoral sobre el sacramento de la penitencia que ha escrito el obispo de Santander (España), monseñor Vicente Jiménez Zamora, y en la que analiza el por qué de la crisis en la práctica de este sacramento.

La primera parte se publicó en el servicio del lunes (www.zenit.org/article-38924?l=spanish), y la segunda, en el del martes (www.zenit.org/article-38926?l=spanish).

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5. Hacia la recuperación de la práctica del sacramento de la Penitencia.

No se nos ocultan las grandes dificultades con que nos encontramos en este campo de la recuperación del sacramento de la Penitencia y la inmensa tarea que tenemos por delante. Por eso una de las prioridades pastorales debe ser trabajar para que el Pueblo de Dios redescubra este sacramento. En este apartado propongo y recomiendo algunas pistas para el camino, adaptadas a nuestra situación,  que ya se indicaban de alguna manera en la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española sobre el sacramento de la Penitencia, Dejaos reconciliar con Dios (Madrid, 10-15 de abril de 1989).

Situar la pastoral de la Penitencia dentro de la evangelización

La relación entre la fe y el perdón de los pecados es una de las afirmaciones fundamentales del Nuevo Testamento, y una vivencia constante de la Iglesia. Desde los comienzos de la predicación de Jesús se manifiesta una identidad entre la conversión y la fe en el Evangelio (cfr. Mc 1,15).Jesús mismo perdonaba los pecado al ver la fe de los que acudían a Él (cfr. Mc 2, 5). El proceso de la penitencia y de la conversión es un despertar de la fe y del amor hacia Dios, que siempre nos espera y nos busca para ofrecernos el perdón en Jesucristo. Por eso toda la pastoral de la Penitencia tiene que estar apoyada en una predicación de la “palabra de la fe” (cfr. Rom 10, 8).

Una Iglesia evangelizada y evangelizadora se convierte en una Iglesia reconciliada y reconciliadora. Existe una conexión entre evangelización y conversión-fe. Por eso si falla la evangelización, falla también las dimensión de la reconciliación y penitencia en la vida personal de los creyentes y de las comunidades cristianas. De ahí que impulsar una pastoral viva y fuertemente evangelizadora sea el mejor camino para promover una renovación del sacramento de la Penitencia.

En este sentido, avivar las raíces de la vida cristiana, fortalecer la experiencia teologal y religiosa, intensificar la vida espiritual, la oración, etc., son condiciones fundamentales para descubrir el don de Dios que  sale al encuentro de nosotros, esclavizados por el pecado. Sin experiencia teologal no hay sentido del pecado, ni urgencia de conversión, ni necesidad de conversión.

Catequesis sobre el sacramento

Otro camino para la renovación de la pastoral del sacramento de la Penitencia es realizar una catequesis íntegra y clara, sin ambigüedades, sobre este sacramento, según la doctrina de la Iglesia, que recoge el Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. CEC, 1422-1498). Los sacerdotes, padres, catequistas, profesores de Religión y educadores tienen aquí una labor importante ante los niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

De este modo los fieles llegarán a comprender, entre otras cosas, qué nombres recibe este sacramento;  por qué hay un sacramento del perdón después del Bautismo; qué es el pecado, cuál es la importancia y el valor del sacramento de la Penitencia en nuestro proceso de conversión y santificación; cómo este sacramento nos sana de las rupturas que produce el pecado con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con la creación; cuáles son los actos del penitente para una correcta confesión; cómo hacer un buen examen de conciencia; quién es el ministro del sacramento y por qué; cuales son los efectos de este sacramento, etc. No  olvidemos que una catequesis bien hecha, conducirá a nuestros fieles no sólo a conocer el sacramento de la Penitencia, sino también a amarlo y después a practicarlo.

Uno de los buenos actos, que se pueden programar durante la Cuaresma, es la realización en nuestras parroquias y comunidades cristianas de unas catequesis sobre el sacramento de la Penitencia, según la doctrina de la Iglesia y  en el sentido que se indica en esta carta pastoral.

La Palabra de Dios en el sacramento de la Penitencia

La iniciativa y gratuidad del perdón y de la misericordia de Dios en el sacramento de la Reconciliación, como en todos los sacramentos, se manifiesta en el lugar central y primordial que la Palabra de Dios tiene en la celebración litúrgica, tal como ha puesto de relieve el Nuevo Ritual de la Penitencia. Esta importancia dada a la Palabra de Dios abre al sacramento y a su celebración a nuevas posibilidades pastorales, que han de ser tenidas en cuenta.

El Papa Benedicto XVI, en la reciente Exhortación apostólica Verbum Domini ha puesto de relieve la relación entre la Palabra de Dios y la Eucaristía, pero subraya también la importancia de la Sagrada Escritura en los demás sacramentos, especialmente en los de curación: Penitencia y Unción de los enfermos. Sobre este punto el Papa escribe: “Con frecuencia, se descuida la referencia a la Sagrada Escritura en estos sacramentos. Por el contrario, es necesario que se le dé el espacio que le corresponde. En efecto, nunca se ha de olvidar que “la Palabra de Dios es palabra de reconciliación porque en ella Dios reconcilia consigo todas las cosas (cfr. 2 Cor 5, 18-20, Ef 1, 10). El perdón misericordioso de Dios, encarnado en Jesús, levanta al pecador”. “Por la Palabra de Dios el cristiano es iluminado en el conocimiento de sus pecados y es llamado a la conversión y a la confianza en la misericordia de Dios”. Para que se ahonde en la fuerza reconciliadora de la Palabra de Dios, se recomienda que cada penitente se prepare a la confesión meditando un pasaje adecuado de la Sagrada Escritura y comience la confesión mediante la lectura o la escucha de una monición bíblica, según lo previsto en el Ritual. Además, al manifestar después su contrición, conviene que el penitente use una expresión prevista en el Ritual, “compuesta con palabras de la Sagrada Escritura”. Cuando sea posible, es conveniente también que, en momentos particulares del año, o cuando se presente la oportunidad, la confesión de varios penitentes tenga lugar dentro de celebraciones penitenciales, como prevé el Ritual, respetando las diversas tradiciones litúrgicas y dando una mayor amplitud a la celebración de la Palabra con lecturas apropiadas”[10].

Formación de la conciencia y del sentido del pecado

En nuestra época, a causa de múltiples factores, está oscurecida gravemente la conciencia moral de muchos hombres. “¿Tenemos una idea justa de la conciencia?. ¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un elipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una “anestesia” de la conciencia?”[11].

En la actual situación de pérdida del sentido del pecado, es necesario que los sacerdotes y los catequistas formen bien a los fieles cristianos en el auténtico sentido religioso del pecado como ruptura consciente, voluntaria y libre de la relación con Dios, con la Iglesia, con nosotros mismos y con los demás y con la creación.

Una exposición clara sobre el misterio del pecado la encontramos en la citada Exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia, en el capítulo primero de la segunda parte, en que el Papa Juan Pablo II escribe sobre  la desobediencia a Dios; la división e
ntre los hermanos; pecado personal y pecado social, mortal y venial; pérdida del sentido del pecado[12].

Para la formación de la conciencia moral reviste una importancia particular insistir en el sentido de la responsabilidad personal. En el origen de toda situación de pecado hay siempre hombres pecadores con su responsabilidad personal. La conversión reclama la responsabilidad personal e intransferible de cada uno.

Trabajar en la formación de la conciencia moral, especialmente de los niños y jóvenes, es una acción decisiva para la recuperación del sacramento de la Penitencia. Una falta de formación  de la conciencia trae inevitablemente una pérdida del sentido del pecado y con ello el abandono de la confesión sacramental. La formación de la conciencia es imprescindible en nuestros días en que vivimos sometidos a múltiples influencias negativas y somos tentados a preferir nuestro propio juicio al plan de Dios y a la ley moral, que es el camino de nuestra libertad y de nuestra realización personal.

Respetar las normas  de la Iglesia

Una verdadera renovación de la pastoral de la Penitencia exige respetar la disciplina penitencial de la Iglesia prescrita en el nuevo Ritual de la Penitencia promulgado por el Papa Pablo VI después del Concilio Vaticano II.

Entre nosotros no faltan algunos abusos en el recurso a las absoluciones generales o colectivas en la celebración del sacramento de la Penitencia. Consciente de mi responsabilidad de Obispo como moderador de la disciplina penitencial en la Iglesia particular[13], recuerdo a todos los diocesanos y especialmente a los sacerdotes, la doctrina y normas de la Iglesia sobre la celebración del sacramento de la Penitencia, contenidas sintéticamente en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1480-1484).

El Ritual de la Penitencia establece tres formas de celebración: rito para reconciliar a un solo penitente; rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual; y rito para reconciliar a muchos penitentes con confesión y absolución general.

Por lo que se refiere al tercer rito (absoluciones generales o colectivas) hay que evitar toda arbitrariedad y abusos. Solamente al Obispo  corresponde valorar si existen en la Diócesis en concreto las condiciones que la ley canónica señala para el uso de la tercera forma (CIC, cn. 961).

La Conferencia Episcopal Española estableció una serie de criterios, aprobados por la Santa Sede, según los cuales “estima que, en el conjunto de su territorio, no existen casos generales y previsibles en los que se den los elementos que constituyen la situación de necesidad grave en la que se puede recurrir a la absolución sacramental general” (CIC, cn. 961 &1.2)[14]. En nuestra Diócesis tampoco existen casos generales y previsibles en los que se den los elementos constitutivos de necesidad grave. Por tanto, la forma ordinaria de reconciliación sacramental que debe facilitarse por todos los medios a los fieles, es y seguirá siendo la confesión individual en las dos primeras formas establecidas en el ritual de la Penitencia.

La doctrina de la Iglesia volvió a ser recordada por el Papa Juan Pablo II en la Carta apostólica Misericordia Dei, en forma de ‘motu proprio’, sobre algunos aspectos de la celebración del sacramento de la Penitencia, publicada en el Boletín del Obispado de Santander[15].

En espíritu de profunda comunión con el Santo Padre y en corresponsabilidad con mis hermanos Obispos, dispongo que estas normas sobre la celebración del sacramento de la Penitencia sean conocidas, tenidas en cuenta y observadas por todos en nuestra Diócesis. “Se trata de hacer efectiva y de tutelar una celebración cada vez más fiel, y por tanto más fructífera, del don confiado a la Iglesia por el Señor Jesús después de la resurrección” (cfr. Jn 20, 19-23)[16].

La fidelidad siempre renovada a las normas y disciplina de la Iglesia es  una exigencia de la  comunión eclesial, que favorece la unidad entre los sacerdotes en las distintas parroquias y unidades pastorales de nuestra Diócesis, la vida espiritual de los fieles y la santidad de la Iglesia.

Disponibilidad para oír confesiones

Los sacerdotes debemos mostrarnos disponibles para celebrar el sacramento de la Penitencia cada vez que nuestros fieles nos lo pidan de manera razonable. Tengamos horarios fijos  en nuestras parroquias y comunidades cristianas, donde los fieles puedan encontrarnos con facilidad en los confesonarios. En una palabra, dediquemos tiempo y energías para escuchar las confesiones de los fieles.

El ejemplo del Santo Cura de Ars debe ser un estímulo para nosotros los sacerdotes. El Papa Benedicto XVI, en su carta de proclamación del Año Sacerdotal, con motivo del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, destacaba su  dedicación continua  a este precioso y eficaz ministerio de la reconciliación. “Los sacerdotes  -escribía el Santo Padre Benedicto XVI –  no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un “círculo virtuoso”.  Con su prolongado estar ante el sagrario en la iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también  a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en “el gran hospital de las almas”[17].

Recojo aquí la severa advertencia del Cardenal Joachim Meisner, Arzobispo de Colonia: “La pérdida del sacramento de la Penitencia es la raíz de muchos males en la vida de la Iglesia y en la vida del sacerdote. Y así la llamada crisis del sacramento de la Penitencia no se debe sólo a que la gente no vaya a confesarse, sino a que nosotros, sacerdotes, ya no estamos presentes en el confesonario. Un confesonario en el que está presente un sacerdote, en una Iglesia vacía, es el símbolo más conmovedor de la paciencia de Dios que espera. Así es Dios. Él nos espera toda la vida […] Si nos falta en gran parte este ámbito esencial del servicio sacerdotal, entonces caemos fácilmente en una mentalidad funcionalista o en el nivel de una mera técnica pastoral”[18].

Dignidad del confesonario en las iglesias y ornamentos

El sacramento de la Penitencia se administra en el lugar y la sede que determina el derecho (cfr. CIC, cn. 964). Ha de evitarse por todos los medios que las sedes para el sacramento de la Penitencia o confesonarios estén colocados en los lugares más oscuros de las iglesias, como en ocasiones sucede. La misma estructura del confesonario tal y como es en bastantes casos no favorece la celebración del sacramento, que es un encuentro con Dios, un tribunal de misericordia y una fiesta de la reconciliación. Por eso y para dar todo el relieve necesario al encuentro penitencial, debe cuidarse la estética, funcionalidad y discreción de la sede para oír confesiones. Con estos criterios será oportuna una revisión inteligente y respetuosa, sobre todo, cuando se trate de muebles con valor artístico, de los confesonarios actuales en uso.

< p>Es importante recordar el respeto que se debe tener a este sacramento y la dignidad con la que debe celebrarse, incompatible con algunos usos y costumbres que se manifiestan, a veces, en la manera de vestir o de comportarse el sacerdote durante la celebración. En este sentido recuerdo que los ornamentos propios para celebrar la reconciliación individual en la iglesia u oratorios son el alba y la estola.

Conclusión

Al escribir esta carta pastoral sobre el sacramento de la Penitencia dirigida a todos los diocesanos, especialmente a los sacerdotes, cumplo con mi deber de Obispo para contribuir a la fiel custodia de este sacramento en la Iglesia, “sacramento de la unión íntima con Dios y de todo el género humano”[19], y  para fomentar su celebración digna y fructuosa.

Todos necesitamos de la conversión y del sacramento de la Penitencia, pues todos somos pecadores. Por eso “en nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor  5, 20). Estas palabras siempre actuales resuenan con especial fuerza en el umbral y en los días de la Cuaresma, urgiéndonos a abrir el corazón arrepentido para acoger la misericordia de Dios, el único que puede obrar la reconciliación en el hombre y en el mundo, para el nacimiento del hombre nuevo y la civilización del amor.

El sacramento de la Penitencia, que tanta importancia tiene para la vida del cristiano y para la renovación de nuestras comunidades, actualiza la eficacia del misterio pascual de Cristo, centro de la reconciliación.

Que María, “refugio de los pecadores”,  nos alcance de su divino Hijo la fuerza, el aliento y la esperanza para redescubrir y vivir la belleza y la rica realidad de la reconciliación y de la penitencia.

            Santander, 11 de febrero de 2011

Memoria litúrgica de Ntra. Sra. de Lourdes

  

+ Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander

[10] Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 61.

[11] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia, 18.

[12] Ibidem, 14-18.

[13] Cfr. Vaticano II, Lumen Gentium, 26.

[14] BOCEE, 6, 1989, 59.

[15] Cfr. Boletín Oficial del Obispado de Santander, mayo 2002, págs. 53-61.

[16] Juan Pablo II, Carta apostólica, Misericordia Dei, introducción, g.

[17] Benedicto XVI, Carta en la proclamación del Año Sacerdotal (16 de junio de 2009), 11.

[18] Cardenal Joachim  Meisner, Arzobispo de Colonia, Conferencia Conversión y misión, en el Encuentro Internacional de sacerdotes en la conclusión del Año Sacerdotal, 19 de junio de 2010, nn. 11 y 12.

[19] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 1.

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ZENIT Staff

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