Cartas de un ex prisionero en Vietnam revelan la fuerza de la Eucaristía

La hermana del cardenal Van Thuân en el encuentro de Quebec

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QUEBEC, viernes, 20 junio 2008 (ZENIT.org).- Muchos conocen los escritos sobre la Eucaristía del cardenal Francis Xavier Nguyen Van Thuân (1928-2002), quien pasó largos años en las cárceles vietnamitas; pero los participantes en el Congreso Eucarístico Internacional de Quebec contaron con otra perspectiva.

Elizabeth Nguyen Thi Thu Hong, la hermana más joven del fallecido cardenal, intervino en el evento, que se clausura el domingo, para presentar textos desconocidos escritos en la prisión.

Se ha dedicado a traducir al inglés y francés los escritos de su hermano, en causa de beatificación, y las cartas que escribió a su familia durante 13 años en las mazmorras de Vietnam. Fue arrestado el 15 de agosto de 1975; nueve de sus años en la cárcel fueron en régimen de aislamiento.

Juan Pablo II le nombraría después presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.

«A través de sus escritos, y especialmente a través de su correspondencia desde la cárcel, emerge un hecho claro: la vida de Francis Xavier estaba firmemente arraigada en una extraordinaria unión con el Dios vivo a través de la Eucaristía, su única fuerza –dijo Elizabeth–. También fue para el la más bella plegaria, y el mejor modo de dar gracias y cantar la gloria de Dios».

La hermana del cardenal afirmó que «la inquebrantable fe en la eucaristía fue siempre la fuerza guía de su vida, la fortaleza y el alimento para su largo trayecto en cautividad».

«Siempre acababa sus cartas clandestinas a nuestro padres con estas palabras: ‘Queridos papá y mamá, no apesadumbréis vuestro corazón con la tristeza. Vivo cada día unido a la Iglesia universal y al sacrificio de Jesús. Rezad para que tenga el valor y la fortaleza de mantener siempre mi fe en la Iglesia y el Evangelio, y de hacer la voluntad de Dios'».

Elizabeth dijo que el testimonio de su hermano «nos mostró a todos nosotros que Cristo ofreció su sacrificio con inmenso fervor, en la hora de su pasión y crucifixión, cuando obedeció al Padre; y esto, incluso hasta el punto de su muerte humillante en la cruz para devolver al Padre una humanidad redimida y una creación purificada».

«En la prisión, con el Jesús Eucarístico en medio de ellos –añadió–, prisioneros cristianos y no cristianos lentamente recibieron la gracia de comprender que cada momento presente de sus vidas, en las más inhumanas condiciones, podía unirse al supremo sacrificio de Jesús y elevarse como acto de solemne adoración a Dios Padre».

«Francis Xavier debía recordarse a sí mismo y animar a cada uno a rezar: ‘Señor, concédenos que podamos ofrecer el sacrificio Eucarístico con amor, que aceptemos llevar la cruz, y clavados en ella proclamemos tu gloria, para servir a nuestros hermanos y hermanas'».

Elizabeth concluyó sus reflexiones con pensamientos escritos por su hermano en la fiesta del Santo Rosario, el 7 de octubre de 1976, en la prisión de Phu-Khanh, durante su confinamiento solitario.

«Estoy feliz aquí, en esta celda, donde los hongos crecen en mi esterilla de dormir, porque tú estás conmigo, porque tu deseas que yo viva aquí contigo. He hablado mucho en mi vida: Ahora no hablaré más. Es tu turno de hablarme, Jesús; te escucho», escribía el futuro cardenal.

«Cada vez que leo esto, puedo imaginar a mi hermano, sentado en su celda oscura, frente al vacío completo, pero sonriendo amablemente como siempre hacía, incluso durante sus últimos días, y estrechando amorosamente el bolsillo de su chaqueta donde el Señor del cielo habitaba».

«Que este antiguo prisionero que experimentó la armonía del cielo, el amor y la vida en plenitud en la desolación de su celda, siga guiándonos para que podamos ser como los discípulos de Emaús que rogaron ‘Señor, quédate con nosotros y aliméntanos con tu cuerpo'».

Traducido del inglés por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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