Casos de abuso sexual dan lugar a retorcidos ataques contra la Iglesia

Escándalos de sacerdotes: Una excusa mediática

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NUEVA YORK, 27 abril 2002 (ZENIT.org).- En la oleada de artículos de prensa sobre los escándalos de sacerdotes en Estados Unidos han llegado a publicarse incluso artículos contra la existencia misma de la Iglesia católica en ese país.

Es importante dejar claro desde un inicio que es totalmente comprensible, por supuesto, la consternación profunda suscitada por historias de abuso sexual de parte de sacerdotes. Asimismo está totalmente justificada la enérgica condena de estos comportamientos de hombres a los que se les ha confiado la atención de almas, al igual que las llamadas a la reforma en este campo en la Iglesia para afrontar tales casos.

El daño causado por estos abusos “ha sido inmenso”, reconocía el 19 de febrero Mons. Wilton Gregory, presidente de la Conferencia Episcopal católica de Estados Unidos. En éste y en otros mensajes, pedía perdón por los errores cometidos y expresaba, junto a los demás obispos, su sentido dolor a las víctimas.

Ahora bien, estos escándalos, objetivamente graves, han servido también para hacer generalizaciones y atacar gratuitamente a los obispos y a la doctrina de la Iglesia, revelando claramente su deseo de eliminar, o hacer presión para cambiar en sus mismos fundamentos a la Iglesia.

Estos ataques no han quedado sin respuesta. Philip Jenkins, autor de “Pederastas y sacerdotes: la anatomía de una crisis contemporánea” (Oxford University Press, 1996), escribió en el Wall Street Journal el 26 de marzo: “La mayoría de los observadores tienen muy poco conocimiento de cuál es la situación real. La mayoría están utilizando estos casos para sacar de sus archivos problemas personales, que no necesariamente están relacionados con el problema de los abusos”

La receta de Carroll
Tómese, por ejemplo, el artículo de James Carroll en el Boston Globe el 22 de enero. Comenzaba alegando que, aunque se castigue a los sacerdotes delincuentes y el cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, se dimita, “todavía permanecerá una cultura subyacente de deshonestidad católica”.

Carroll propone una lista de cambios doctrinales y disciplinares que debe dar la Iglesia católica: cambio total toda la enseñanza de la Iglesia sobre moral sexual; en particular en materia de divorcio y anticoncepción; así como permitir la ordenación de mujeres y el matrimonio de los sacerdotes.

Otro ejemplo de estos artículos que tienen como objetivo primario el ataque a la Iglesia lo ofreció la columna escrita en el New York Times por la escritora Maureen Dowd. El 20 de marzo ponía en relación en un mismo párrafo “la pedofilia subvencionada por la Iglesia” con el “desprecio de las mujeres por parte de los talibanes; las prácticas funerarias y misóginas de Al Qaeda y Mohamed Atta; la implosión del esquema machista Enron Ponzi”.

Dowd volvió a los cuatro días sobre el mismo tema, esta vez para comentar la referencia hecha a los abusos sexuales por Juan Pablo II en su carta del Jueves Santo a los sacerdotes. Aventuró gratuitamente que el Papa “no había escrito la carta”.

Más tarde, el 14 de abril, Dowd publicaba una parodia titulada “El Texto (con anotaciones) de una carta enviada el viernes por el cardenal Bernard Law a los sacerdotes de Boston”. Una cita basta para comprender el tono.

Tras las condolencias por el sufrimiento de la gente expresada por el cardenal Law, “Como muchos de ustedes, he tenido la dolorosa experiencia de encontrarme con los que han sufrido abusos de niños, así como con sus padres, esposos y otros miembros de la familia”, Dowd añade “¿Cuándo pararán de gimotear?”. El resto de la carta es una burla sarcástica de las palabras del purpurado.

La revista Newsweek también se unió a los ataques. En su edición del 1 de abril, la escritora Anna Quindlen afirmaba con confianza: “las enseñanzas sobre la ordenación sacerdotal y el celibato y los males que causa el deseo tienen como contexto una misoginia”. Añadía: “Esto no es sólo un asunto de pedofilia. Esto es una profunda y amplia patología”.

Esa misma revista publicó un artículo “exclusivo para la Web” escrito por Eleanor Clift el 29 de marzo. Su desconocimiento de la Iglesia es total. Primero la comparaba con el Congreso: “El Congreso ha hecho algunos cambios, quizá la Iglesia pueda hacer lo mismo”. Luego une los abusos con los escándalos de Enron, la empresa energética en bancarrota. Unas líneas después, compara a la Iglesia con los partidos comunistas de antes y, por fin decide, en un segundo planteamiento, que en realidad se parece más bien a “los talibanes”.

Como recurso, cita a un miembro anónimo del Congreso (el artículo está lleno de citas anónimas) en el que la Iglesia es «esclerótica y calcificada”, como el Papa. Cometiendo un bárbaro error histórico, Clift afirma tranquilamente que “el papado, como lo conocemos, es una convención del siglo XIX”. El artículo termina con una mofa del clero: “El sacerdocio atrae a hombres sexualmente conflictivos”.

Demasiados mitos
Junto a los insultos lanzados a la Iglesia, muchos artículos caen en grandes inexactitudes. Por ejemplo, hablaban comúnmente de pedofilia, cuando en realidad prácticamente no se dio ningún caso de abuso de niños pequeños, se trataba más bien de casos de pederastia, abusos de jóvenes o de muchachos ya bien entrados en la adolescencia.

Se ha querido dar también la imagen del que el clero está infectado en su conjunto de desviaciones sexuales, algo totalmente falso. El padre Stephen Rossetti, un psicólogo, contradijo este mito en una entrevista en la CNN del 11 de abril: “Los números que tenemos ahora sugieren que cerca de 1,6 a un 2% de sacerdotes han estado implicados sexualmente con menores alguna vez durante su carrera. Como vemos este número es probablemente semejante o incluso menor al porcentaje del resto de la sociedad. No es, por lo tanto, un problema de los ‘sacerdotes’”.

Otras de las acusaciones es que la Iglesia católica son más comunes los casos de abusos de sacerdotes católicos que los de otras Iglesias, debido al celibato y a su postura sobre la moralidad sexual. “Sin embargo, no tienen datos de peso –estadísticas nacionales o estudios científicos– que apoyen su posición”, observaba un artículo del 10 de marzo en el Washington Post.

De hecho, como escribía el 5 de abril el Christian Science Monitor, “A pesar de que los titulares se centran en el problema de los sacerdotes pederastas en la Iglesia católica romana, muchas iglesias estadounidenses, que están siendo flageladas con demandas sobre abusos sexuales a niños, son protestantes, y muchos de los que han sido denunciados por abusos no eran ni siquiera miembros del clero, sino voluntarios de la Iglesia”. Esta información ha sido proporcionada por las encuestas nacionales llevadas a cabo por la Christian Ministry Resources, descrita como “una publicación sobre impuestos y asesoramiento legal que sirve a más de 75.000 comunidades cristianas y 1000 asociaciones en todo el país”.

Otro mito traído a cuento por algunos críticos es que el celibato sacerdotal es una invención medieval introducida a comienzos del segundo milenio. Pero Philip Jenkins, escribiendo el 31 de marzo en el Washington Post, califica estas afirmaciones como “pseudo-historia”.

Jenkins, un episcopaliano cuya iglesia permite que los sacerdotes se casen, observaba: “El celibato sacerdotal era una práctica normal en Occidente en la época final romana, es decir en el siglo IV, y las declaraciones medievales sobre el tema sólo reafirmaron una disciplina que se derrumbaba temporalmente en tiempos de guerra y caos social”.

Es necesario comprender el dolor y el escándalo causado por los abusos, que exigen serias reformas que la Iglesia ha comenzado ya a tomar, especialmente tras la reunión que de cardenales y obispos de E
stados Unidos convocada esta semana por el Papa.

Ahora bien, para afrontar los problemas es necesario también hacer un diagnóstico verdadero. Los artículos de los medios de comunicación que distorsionan o confunden las causas de fondo de los escándanlos no ayudan a las víctimas, y sin embargo descalifican a todos esos sacerdotes, la gran mayoría, que viven con celo y virtud su vocación.

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ZENIT Staff

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