¿Católicos intolerantes?

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado 6 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «¿Católicos intolerantes?».

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Con frecuencia salen notas periodísticas en que se acusa a católicos de ser intolerantes contra protestantes o evangélicos. Dejan la impresión de que éstos son blancas palomas, perseguidos sólo por su decisión de cambiar de religión, como si en el fondo no hubiera otras causales. No se toma en cuenta la historia, la identidad cultural de un pueblo, los acuerdos comunitarios, las ofensas de que son objeto los católicos, los problemas agrarios, las tradiciones religiosas, etc. 

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos pidió al gobierno estatal que proporcione «medidas cautelares» a los evangélicos de algunos de nuestros municipios, como si estuvieran en peligro constante, como si los católicos los hubieran amenazado casi de muerte, o no los dejaran vivir en paz. ¡Qué fácil es dejarse presionar y actuar desde lejos, sin conocer a fondo la realidad! En Chiapas, no hay guerra religiosa. Nuestra Iglesia no alienta la intolerancia. En general, hay armonía entre las diferentes confesiones, pues nuestro Estado es el más plurirreligioso. Son muy pocos los conflictos sólo por religión, pero por intolerancias de ambas partes.  

JUZGAR

Los integrantes del Consejo Interreligioso de Chiapas, en que compartimos presbiterianos, bautistas, adventistas, nazarenos, mormones, Buen Pastor, asambleas de Dios, algunos otros y los obispos católicos, emitimos hace poco esta declaración: 

1. Nuestro Dios en quien creemos, es un Dios de amor y de libertad (cf Jn 3,16-18). A todos los seres humanos nos ha hecho a su imagen y semejanza (cf Gén 1,27), independientemente de nuestras razas, culturas, ideologías y religiones. Por tanto, toda persona es digna de respeto y de amor, sin hacer exclusiones por motivos religiosos o de otra naturaleza (cf 1 Jn 3,14). 

2. Jesucristo reprocha a su amigo más cercano, el apóstol Juan, cuando éste le dice que prohibió a una persona expulsar demonios en nombre de Jesús, porque no era del grupo de los doce. Ordena que no se lo impidan (cf Mc 9,38-40). Por ello, debemos respetar a quienes pertenecen a otras confesiones religiosas y no son de la nuestra. Como dice el apóstol Pablo, lo que importa es que Cristo sea predicado, y esto es lo que nos debe alegrar, aunque algunos lo hagan con intenciones no puras (cf Flp 1,15-18). 

3. Apoyados en esta luz de la Palabra de Dios, exhortamos a las comunidades de nuestro Estado a respetar la libertad religiosa de todas las personas. Cada quien es libre de profesar la religión que le parezca mejor, y a nadie se puede expulsar de una comunidad por practicar una religión distinta a la de la mayoría. Son muy respetables los acuerdos que se toman por consenso en las asambleas, pero ante todo se debe respetar la libertad de cada persona y de cada familia. No puede haber armonía social y cristiana, sin el respeto de los individuos a la comunidad, y de la comunidad a cada persona y a cada familia. 

ACTUAR

4. Por tanto, no es justo ni válido exigir cuotas de cooperación para fiestas o celebraciones de una religión diferente a la propia, ni ofender con juicios y frases bíblicas a quienes sinceramente viven su religión. En concreto, una asamblea comunitaria no puede obligar a los que se declaran evangélicos o de otras confesiones a pagar una cuota para una fiesta católica, mucho menos a quemar sus casas y templos o expulsarlos de la comunidad. Por su parte, los evangélicos y los de otras confesiones han de respetar a los católicos y sus fiestas, y no calificarlos como idólatras, pues estos confiesan que no adoran imágenes, sino sólo las veneran y respetan, como un medio para llegar a Dios, encarnado en Jesucristo. 

5. Pedimos a nuestro Padre Dios que nos conceda su Espíritu, para que todos nos esforcemos por vivir en unidad y amor, y así hagamos realidad la petición de Jesús: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Si seguimos divididos y enfrentados, impedimos que los incrédulos acepten el Evangelio. Si nos respetamos y nos amamos, demostraremos que en verdad somos discípulos de Jesús (cf  Jn 13,35).

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ZENIT Staff

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