Ceferino Namuncurá, «un pequeño pero gran testigo de la fe»

Homilía del cardenal Bertone ante la tumba del beato

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 17 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, el 10 de noviembre en Fortín Mercedes, durante una misa celebrada ante la tumba del beato Ceferino Namuncurá.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

«El Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no es Dios de muertos, sino de vivos».

Esta tarde celebramos la Eucaristía, es decir nuestra acción de gracias al Dios de los vivos, en la tumba del venerable siervo de Dios Ceferino Namuncurá, que mañana, por voluntad del Santo Padre Benedicto XVI, será inscrito en el catálogo de los beatos.

Ante este luminoso ejemplo de santidad juvenil queremos reconocer y proclamar que el amor es más fuerte que la muerte. Mirando a este pequeño y, sin embargo, gran héroe de la fe, deseamos confesar la perenne validez de la paradoja evangélica del «perder la vida para encontrarla de nuevo», inscrita ante todo en el corazón de Dios y, después, como consecuencia, en el corazón humano. La vida entregada, regalada, «gastada» en favor de los otros, no muere nunca: permanece para siempre. El amor total, que es don gratuito de sí mismo, rompe las barreras, acerca los pueblos y las culturas, acrecienta la humanidad, y deja el signo indeleble de la vida que no muere.

Este es el proyecto del «pan partido y del vino derramado», que ahora celebramos, y que Ceferino, enamorado de la Eucaristía, personificó generosamente durante su corta vida.

En la noche del Jueves santo de 1904, un año antes de morir, vivió él una profunda y misteriosa experiencia eucarística. «Oyó una voz suave» —así confesó Ceferino un día después a sus amigos—, «una voz que me llamaba insistentemente, diciéndome: «Ven, amigo, ven». Me sorprendió no ver a nadie junto a mi cama; pero, cuando me desperté, descubrí en mis manos una estampa de la Eucaristía, que tengo siempre la costumbre de poner en la funda de la almohada, y cuando la besé, me pareció oír nuevamente aquella insistente invitación».

«Ven, amigo, ven»: el Dios de los vivos llamaba a Ceferino a la vida eucarística, a esa vida que deja vacía la tumba y vence la muerte.

¿Qué puede ofrecer a nuestra existencia un adolescente que muere, cuando apenas tiene diecinueve años? ¿Qué mensaje nos ha dejado con su breve existencia? ¿Qué es lo que quedó grabado en el corazón de quienes lo conocieron?

Muchas cosas han quedado impresas en el corazón de quien conoció a Ceferino. Los testimonios del proceso canónico están envueltos, por así decir, en una atmósfera de admiración y nostalgia. Como muestra, se puede recordar un frase de mons. Cagliero. Contemplando emocionado el candor que irradiaba la figura de Ceferino, el apóstol de la Patagonia exclamó: «En este muchacho se ve que reina la gracia».

Se ha dicho, y es verdad, que «hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece». Los periódicos generalmente están llenos de «otras historias», las que manifiestan los límites de nuestra humanidad y la triste herencia del pecado original. Sin embargo, no debemos olvidar que la historia de los hombres es, sobre todo, una historia de gracia, siempre sostenida e iluminada por la providencia de Dios, y en la que los verdaderos héroes son los santos que la llenan, los reconocidos y también los no canonizados: este es precisamente el bosque que crece silenciosamente.

El siervo de Dios Pablo VI solía repetir que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio» (Evangelii nuntiandi, 41). Desde Pablo VI hasta el Papa Benedicto XVI, pasando por el extraordinario testimonio de vida de Juan Pablo II, la Iglesia ha desarrollado, entre el segundo y el tercer milenio de su historia, una verdadera y propia «teología del testimonio», que quizás todavía no se ha desarrollado debidamente como disciplina académica.

Es verdad, en cualquier caso, que «los libros de texto» indispensables para progresar en esta disciplina, destinada a renovar la teología actual, a menudo repetitiva e «intelectualista», son precisamente la vida de los santos, entre las que se incluye con justo título la del próximo nuevo beato.

Debemos dar gracias al Señor por habernos dado a Ceferino, un pequeño pero gran testigo de la fe.

Amén.

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ZENIT Staff

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