Censurando los libros de texto escolares

La policía del lenguaje va tras términos ofensivos, como los cacahuetes

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WASHINGTON, 26 de julio de 2003 (ZENIT.org).- En junio la Corte Suprema de Estados Unidos respaldó una ley federal que imponía el uso de filtros en las bibliotecas para la pornografía en Internet. Los filtros pueden ser levantados por los adultos, pero permanecerán para los niños, para evitarles el material indecente.

Esta decisión ha sido demasiado para Judith Krug. «Estoy machacada», afirmó la directora de la Oficina de Libertad Intelectual de la American Library Association (ALA), que había desafiado la ley. Krug afirmaba que la ley restringiría el derecho de los americanos a leer y aprender, informaba el 24 de junio el New York Times.

La obligación de utilizar filtros afecta a las bibliotecas que reciben fondos federales. Algunas bibliotecas pueden decidir que renuncian a esta financiación si tienen que utilizar los filtros, observaba el Times. «Algunos órganos directivos de bibliotecas han decidido ya que no van a ofrecer a quienes visiten sus bibliotecas información de segunda», afirmaba Emily Sheketoff, directora ejecutiva de la oficina de Washington de ALA.

Con todo, existe una enorme contradicción sobre el acceso de los niños a la información. Mientras ALA y otras organizaciones luchan por mantener el «derecho» de los niños a ser expuestos a material pornográfico, los libros de texto escolares se están censurando tranquilamente de manera rigurosa – y no sólo de material desagradable. El reciente libro de Diane Ravitch, «The Language Police: How Pressure Groups Restrict What Children Learn» (La Policía del Lenguaje: Cómo los Grupos de Presión Restringen lo que los Niños Aprenden) documenta cómo los editores están borrando categorías enteras de información que pueden considerarse incluso remotamente ofensivas o polémicas.

Ravitch es una historiadora y profesora investigadora de educación en la Universidad de Nueva York, además de autora de siete libros sobre educación. Su interés en este tema se despertó cuando fue nombrada miembro de la mesa directiva del National Assessment of Educational Progress, un organismo federal que mide los logros de los estudiantes. La mesa directiva seleccionó algunos materiales de examen para que se usaran en el cuarto grado, pero algunos de ellos fueron rechazados por una revisión sobre prejuicios y sensibilidad de los editores.

Considerando el tema, Ravitch descubrió que es una práctica normal someter todos los libros de texto y los pasajes de literatura que se usan en los exámenes escolares a una revisión sobre prejuicios y sensibilidad. Los contenidos de las revisiones nunca se muestran al público, y los textos censurados se presentan simplemente en su versión expurgada.

No se permite coser
Ravitch examinó con detalle algunos de los materiales de examen rechazados. Una de las historias censuradas tenía que ver con cacahuetes. El panel contra los prejuicios lo rechazó porque algunas personas pueden tener una reacción alérgica a los cacahuetes y el pasaje se equivocaba al presentar los cacahuetes como un alimento sano. Otro pasaje rechazado describía cómo las mujeres de la frontera del oeste, en el siglo XIX, enseñaban a sus hijas a coser y a hacer retazos. Los revisores le puso objeciones porque retrataba a las mujeres como «suaves» y «sumisas».

Un relato sobre un joven ciego que salió de excursión a la cima del pico más alto de Norteamérica, el monte McKinley, se consideró inadecuado porque contenía un «prejuicio regional». Dado que iba sobre montañas y excursiones, el relato favorece a los estudiantes que viven en regiones montañosas. También fue eliminado porque sugería que los ciegos tienen una desventaja en comparación con los que tienen vista normal. De igual manera, los expertos en prejuicios quitaron un relato de un delfín que guiaba a los barcos a través de un canal. Éste fue rechazado porque estaba a favor de los que viven cerca del mar.

Los revisores también se oponen al material histórico que pueda ofender a alguien. Se suprimió una biografía corta de Gutzon Borglum, que diseñó el monumento del Monte Rushmore con la gigantescas cabezas de cuatro presidentes americanos. La razón del organismo de revisión fue que los nativos americanos de aquella zona creen que las montañas son sagradas, y que algunos se podrían ofender por el monumento.

Casi como una gran guadaña, el bolígrafo rojo del censor se mueve por las indicaciones del presidente de una compañía de publicaciones al organismo que prepara el material de examen. Los miembros del organismo recogieron algunos relatos de fábulas y literatura clásica. El presidente replicó diciendo que deberían tener en mente que «cualquier cosa escrita antes de 1970 o se basaba en prejuicios de género o en prejuicios raciales».

Ravitch culpa a los grupos de presión de todo el espectro político por cabildear para hacer que se excluyan ciertos asuntos. El resultado: definiciones de prejuicios y sensibilidad tan amplias que garantizan la exclusión de los exámenes de muchas obras valiosas de literatura. Los únicos textos que se dejan son relatos que no tienen localización geográfica, sin conflictos, sin gente anciana y enferma, sin gente con minusvalías, y nadie que alguna vez haya sido infeliz.

Los editores se unen
Ravitch intentó ver si se aplicaban restricciones similares a los libros de texto. Y sí se hacía, desde el jardín de infancia hasta 12º grado. Ravitch obtuvo copias de las directrices utilizadas por los principales editores de libros de texto de Estados Unidos, y resultaron ser similares a las normas impuestas en los materiales de examen.

Las directrices de Foresman-Addison Wesley, que alcanzan las 161 páginas, prevén la creación de una nueva sociedad compuesta de «personas multiculturales», observa Ravitch. Los personajes presentados en los libros, las ilustraciones, incluso los mismos autores, deben abarcar representantes de una variedad de fondos culturales, raciales, étnicos y religiosos. Las pautas llegan incluso a apuntar la prohibición de expresiones tales como «culturas primitivas carentes de adecuados cuidados médicos», porque ninguna cultura debe recibir el término de primitiva.

Sobre el tema de la religión, las directrices imponen escritores de libros de texto que sean asépticos. Todas las referencias a la religión en la historia y en la sociedad contemporánea deben ser positivas, sin que ninguna práctica o creencia sea considerada extraña o primitiva. Y el término «mito» sólo se puede aplicar a los relatos griegos y romanos.

Las directrices de McGraw-Hill, preparadas por un equipo de 28 personas con la ayuda de 63 consultores, contienen largas listas de palabras, frases e imágenes prohibidas. Se excluye cualquier oficio que incluya el sufijo inglés «man», al igual que términos como: señora, «tomboy» (chica poco femenina), «manpower» (mano de obra), «forefathers» (antepasados), «brotherhood» (fraternidad), «man-made» (artificial), etc. También se prohíben frases como «el ascenso del hombre», «los grandes hombres de la historia» y los «logros del hombre». Todos los pronombres personales individuales –él, ella– deben desaparecer.

Los ilustradores de la Mc-Graw-Hill deben mantener un equilibrio del 50% y el 50% entre sexos, con igual distribución de papeles activos y significativos. Cuando los ilustradores muestren eventos históricos donde las mujeres no participan de lleno, deben incluir un subtítulo para llamar la atención sobre esta injusticia.

Más detalles sobre cómo los autores deben seleccionarse se incluyen en una declaración del editor Houghton Mifflin. Los contenidos de sus libros de texto de literatura se basan en las estadísticas más recientes del Census Bureau. Por lo tanto, un libro de lecturas con 22 selecciones debería incluir 3 fragmentos de escritores afro-americanos, 3 de latinos, 3 asiáticoamericanos, 1 de un nativo norteamericano y 1 de un escrito
r con una discapacidad física.

Ravitch reconoce que debe haber límites en lo que se expone a los escolares. Se han excluido con razón las imágenes de violencia y material pornográfico. Pero observaba: «Los revisores de prejuicios y sensibilidad trabajan con presunciones que tienen el inevitable efecto de censurar todo lo que sea potencialmente provocador para el pensamiento y colorido de los textos que encuentran los niños». La censura también evita la transmisión de la herencia cultural cuya literatura no se escribió conforme a los códigos actuales.

La práctica sistemática de censurar los libros de texto significa que la función original de enseñar a los estudiantes sobre un tema en cuestión se subordina al deseo de no ofender a nadie.

Cuando la defensa de la pornografía les deje algo de tiempo a los defensores de la libre expresión, no estaría mal que echaran un ojo a los libros de texto las escuelas.

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ZENIT Staff

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