Cincuenta años de telenovelas

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 8 diciembre 2007 (ZENIT.orgEl Observador).- Publicamos el análisis que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, al celebrarse los cincuenta años del inicio de producción de telenovelas por la empresa televisiva mexicana Televisa.

CINCUENTA AÑOS DE TELENOVELAS

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La empresa Televisa está celebrando cincuenta años de producir telenovelas. Yo no tengo tiempo para verlas, pero en las poquitas escenas que me toca ver, antes de que inicien los noticieros, descubro una serie de valores y contravalores que es necesario discernir. Me preocupa cuánto influyen en los criterios y actitudes.

En una población indígena remota, había discusión si accedían a que llegara la luz eléctrica. Decían que, con ella, llegaría la televisión, y tarde o temprano cambiarían sus costumbres. No sólo dejarían de ir a las asambleas y a las celebraciones religiosas, sino que se copiarían estilos de vida contrarios a sus tradiciones. Ya tienen luz y los cambios no se han dejado esperar, para bien y para mal. Muchos juzgarán absurdas sus razones, pero en el fondo es válida su preocupación.

JUZGAR
La Iglesia aprecia y valora los medios de comunicación: «Estos medios, rectamente utilizados, prestan ayudas valiosas al género humano, puesto que contribuyen mucho al descanso y cultivo de los espíritus y a la propagación y consolidación del reino de Dios; sin embargo, los hombres pueden utilizar tales medios contra el propósito del Creador y convertirlos en su propio daño; daños que de su mal uso han surgido con demasiada frecuencia para la sociedad humana» (Concilio Vaticano II: Inter mirifica, 1-2). En estos días de inundaciones en Tabasco y Chiapas, apreciamos cuanto ha hecho la televisión, para suscitar la solidaridad del pueblo mexicano. Es un valor nada despreciable.

En cuanto a las telenovelas, ¿cultivan el espíritu, o causan daño? No negamos lo bueno que puedan tener, pero analizando sólo algunas escenas que accidentalmente me toca ver, considero que han influido mucho en el libertinaje sexual de adolescentes, jóvenes e incluso adultos. Cuando son tan repetitivas las escenas eróticas, con sus tonos más o menos subidos, se necesita tener mucha madurez espiritual para no sentir el atractivo de hacer lo mismo que se ve en la pantalla.

Actores, productores y dueños, deberían preguntarse si sus programas son acordes con la moral inspirada en el Evangelio, o concesiones a las debilidades humanas e incitaciones al pecado. Si sus criterios se fincan sólo en la ganancia económica o en el aplauso fácil de las masas y de sus congéneres, desearían que hubiera más apertura para transmitir cosas peores.

En este punto, Jesús es muy claro, muy duro y radical: «El que sea motivo de tropiezo para uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar… ¡Ay de aquél por quien viene el escándalo!» (Mt 18,6-7). Y con una aplicación que se pordría hacer a la televisión, advierte: «Si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo lejos de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado en el lugar de castigo» (Mt 18,9). Diríamos que, si no te sacas el ojo, ni tampoco puedes tirar la televisión, o prescindir de ella, como exigen a sus fieles algunos pastores, al menos cambia de canal inmediatamente y educa a los hijos para que sepan rechazar la tentación, a ejemplo de Jesús (cf Lc 4,1-12). La felicidad interior, actual y futura, es mantenerse limpios de corazón (cf Mt 5,8). Sólo así se puede ver a Dios. Si la mente, la imaginación y los ojos están saturados de erotismo, la persona se destruye y contamina todo a su alrededor.

ACTUAR
En la V Conferencia en Aparecida, nos comprometimos a: «Conocer y valorar esta nueva cultura de la comunicación. Formar comunicadores profesionales competentes y comprometidos con los valores humanos y cristianos en la transformación evangélica de la sociedad. Estar presente en los medios de comunicación social, para introducir en ellos el misterio de Cristo. Educar la formación crítica en el uso de los medios de comunicación desde la primera edad. Suscitar leyes para promover una nueva cultura que proteja a los niños, jóvenes y a las personas más vulnerables, para que la comunicación no conculque los valores y, en cambio, cree criterios válidos de discernimiento» (No. 486).

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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ZENIT Staff

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