Claves para vencer el racismo, según el representante del Papa en Durban

Entrevista con el arzobispo Diarmuid Martin, nuncio ante la ONU

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DURBAN, 4 septiembre 2001 (ZENIT.orgAVVENIRE).- La Conferencia de las Naciones Unidas contra el Racismo, que se celebra en Durban (Sudáfrica), no debe convertirse en un tribunal para juzgar a un solo país. Esta es la posición del arzobispo Diarmuid Martin, jefe de la delegación vaticana en la Cumbre, tras el abandono de las delegaciones estadounidense e israelí.

Washington y Tel Aviv tomaron esta decisión a causa del duro lenguaje que en los últimos días se ha empleado en el foro en contra de la política israelí en los territorios palestinos, tachada de racista.

En esta entrevista, monseñor Martin, quien es observador permanente de la Santa Sede en la sede de las Naciones Unidas de Ginebra, afronta los argumentos más polémicos de la Cumbre.

–La cuestión de Oriente Medio ha sido desde el inicio la espina que se ha clavado en el foro.

–Por desgracia, ya en las conferencias preparatorias se dieron momentos de tensión y tengo que decir que nuestra intervención en dos o tres ocasiones fue decisiva para calmar el debate, reorientándolo hacia su auténtico cauce. El problema es que la situación sobre el terreno en Oriente Medio hace que sea muy difícil el permanecer serenos. En todo caso, la Conferencia no es un tribunal para juzgar a un solo país. Este es un momento histórico en el que se plantea una pregunta ética y nadie sale con una nota sobresaliente.

–¿En qué sentido es un momento histórico?

–Con respeto a las anteriores, la Conferencia de Durban es diferente, están involucrados todos los países. Al mismo tiempo todos son buenos y malos. El racismo es un problema presente en todos los países del mundo, sin excluir ninguno, un problema que toca los sentimientos del corazón y no sólo las políticas.

–Uno de los temas afrontados es el de la esclavitud, en especial el de la reparación a los descendientes de las víctimas. El documento «La Iglesia ante el racismo» que preparó la Santa Sede en vísperas de la Cumbre se muestra favorable a una compensación.

–Es fundamental hacer un reconocimiento moral, reconocer la verdad histórica, pero no para quedar prisioneros del pasado, sino para construir un nuevo futuro. Por ello, el problema no es tanto el de la indemnización en sí, sino el de hacer lo contrario de lo que se hizo con la esclavitud y el colonialismo. Si entonces se causaron sufrimientos atroces a tantas poblaciones y a tantas personas, provocándoles daños económicos incalculables, hoy hay que aplicar políticas que valoren los recursos humanos, que ayuden a que cada persona a convertirse en protagonista de su propia vida.

–Se da, sin embargo, una lectura histórica, según la cual, los únicos culpables de la esclavitud son los blancos. El mismo presidente de Uganda, Yoweri Museveni, recordó que los blancos compraban esclavos a grupos árabes y africanos.

–Creo que es importante hacer una lectura objetiva de la historia, de modo que este aspecto también debe ser considerado. De hecho, la esclavitud hoy día es un fenómeno que todavía se da en África, entre negros. Lo recuerda el documento presentado por el Consejo Justicia y Paz en vísperas de la Conferencia.

–La Santa Sede se muestra favorable a la propuesta de varios líderes africanos de transformar la reparación en ayudas al desarrollo.

–Veo con favor, por ejemplo, la Nueva Iniciativa Africana, un programa que se ha mencionado en esta Conferencia, lanzado por los mismos gobiernos africanos, que apunta no sólo hacia un desarrollo económico, sino también a favorecer la capacidad de cada uno de los gobiernos para ser más eficaces, eliminando corrupción y nepotismo.

–La Santa Sede en la Conferencia ha afrontado el tema de la inmigración, invitando a los gobiernos a ser más abiertos.

–Los inmigrantes se encuentran entre las víctimas prioritarias del racismo en nuestro mundo y hay que reconocerlo. En especial, los inmigrantes clandestinos son víctimas de los abusos más terribles y precisamente a causa de su condición no tienen ningún medio para alcanzar justicia.

–Pero, ¿cómo se concilia esta apertura con la necesidad de elaborar políticas migratorias concretas, como también afirma la Santa Sede? La realidad demuestra que la entrada masiva e incontrolada de inmigrantes acaba provocando reacciones racistas.

–No hay contradicción. Aquí nosotros estamos hablando de inmigrantes, no de inmigración. Es decir, estamos hablando de personas y de sus familias, que tienen derechos inalienables y no de políticas sobre migración, que son una cosa diferente.

–En su discurso ante la asamblea plenaria, usted afirmó que la educación contra el racismo comienza en la familia.

–Sí, hemos logrado incluir en el Plan de Acción un párrafo que reconoce el papel de la familia, pues la educación comienza en la familia. En ella el niño comprende por primera vez el concepto del otro. En la familia, el otro se convierte en hermano o hermana. Y, al crecer, debe comprender que la familia es un lugar abierto, que se abre a nuevos hermanos y hermanas. La familia debe ser la primera escuela en la que las raíces del comportamiento racista tienen que rechazarse firmemente.

–En esta conferencia, no se ha hablado de discriminaciones religiosas, de lo que sucede en muchos países islámicos, o de la situación de India. Vosotros tampoco habéis planteado la cuestión, a pesar de que muchos católicos viven bajo persecución.

–Es verdad, públicamente no se ha hablado mucho de ello, pero sí en las comisiones de trabajo. Hay intolerancia religiosa, pero también hay diálogo interreligioso. Por ello, hemos apoyado la introducción –después aceptada– de un artículo que subraya la importancia del diálogo interreligioso como factor de educación contra el racismo. No ha sido fácil, dado que hay delegaciones, como la de la Unión Europea, que son alérgicas a la cuestión religiosa. Algunos querían acusar a las religiones de factor de intolerancia, algo que es objetivamente inaceptable.

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ZENIT Staff

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