El papa Francisco con representantes de la Comisión Antimafia de Italia (Osservatore © Romano)

Combatir las mafias y la corrupción es una prioridad, indica el Santo Padre

Además de la represión, favorecer la justicia social, el desarrollo y dar oportunidades

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(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 21 Sept. 2017).- El papa Francisco elogió el trabajo en Italia contra las mafias o criminalidad organizada, señalando que “Nunca vigilaremos lo suficiente” ante “las tentaciones del oportunismo, el engaño y el fraude” lo que puede crear “una política desviada, doblegada a intereses partidarios y acuerdos poco claros”.
Lo hizo este jueves al recibir en audiencia en el Vaticano a los miembros de la Comisión  Parlamentaria Antimafia con su familiares.
Precisó que “la política auténtica, esa que reconocemos como una forma eminente de caridad” y por esto “siente la lucha contra las mafias como una prioridad, puesto que ellas roban el bien común, arrebatando esperanza y dignidad a las personas”.
Una lucha que “no significa solamente reprimir” sino un compromiso en dos niveles: político, a través de una mayor justicia social, porque para las mafias es fácil proponerse como sistema alternativo en un territorio donde faltan los derechos y las oportunidades: el trabajo, la vivienda, la educación y la asistencia sanitaria.
El segundo nivel de compromiso es el económico, a través de la corrección o supresión de aquellos mecanismos que generan en todas partes la desigualdad y la pobreza.
A continuación el texto completo de las palabras del Santo Padre:
«Me complace recibirles y doy las gracias al Presidente de la Comisión, la senadora Bindi, por sus amables palabras.
En primer lugar, quiero pensar en todas las personas que en Italia han pagado con la vida su lucha contra las mafias. Recuerdo, en particular, a tres magistrados: el siervo de Dios Rosario Livatino, asesinado el 21 de septiembre de 1990; Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, asesinados hace 25 años junto con sus escoltas.
Mientras preparaba este encuentro, me venían en mente algunas escenas evangélicas en las que no nos costaría trabajo reconocer los signos de la crisis moral que atraviesan hoy  personas e instituciones. Es siempre actual la verdad de las palabras de Jesús: «Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen las intenciones malas pensamientos: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricia, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre «(Mc 7, 20-23).
El punto de partida sigue siendo siempre el corazón del hombre, sus relaciones, sus apegos. Nunca vigilaremos lo suficiente ese abismo donde la persona está expuesta a las tentaciones del oportunismo, el engaño y el fraude, que se vuelven más peligrosas por el rechazo de ponerse en discusión. Cuando uno se encierra en la autosuficiencia se llega fácilmente a la autocomplacencia,  a la pretensión de convertirte en la norma de todo y de todos. Prueba de ello es  una política desviada, doblegada a intereses partidarios y acuerdos poco claros. Se llega entonces  a sofocar la llamada de la conciencia, a banalizar el mal, a confundir la verdad con el engaño y a aprovecharse del papel de  responsabilidad pública que se desempeña.
La política auténtica, esa que reconocemos como una forma eminente de caridad, obra en cambio para asegurar un futuro de esperanza y promover la dignidad de cada uno. Precisamente por esto siente la lucha contra las mafias como una prioridad, puesto que ellas roban  el bien común, arrebatando  esperanza y  dignidad a las personas.
Para ese fin, se hace decisivo oponerse absolutamente al  grave problema de la corrupción, que despreciando el interés general, representa el terreno fértil en el que las mafias se arraigan y desarrollan. La corrupción siempre encuentra la manera de justificarse, presentándose como la condición «normal», la solución del que es «listo», el camino que se puede recorrer para lograr los objetivos propios. Tiene una naturaleza contagiosa y parasitaria, porque no se nutre de lo que bueno que se produce, sino de lo que se substrae y se roba. Es una raíz venenosa que altera la competencia sana y aleja las inversiones. En el fondo,  la corrupción es un habitus construido sobre la idolatría del dinero y la mercantilización de la dignidad humana por lo que se debe combatir  con medidas no menos incisivas de los previstos en la lucha contra las mafias.
Luchar contra las mafias no significa solamente reprimir. También significa sanear, transformar, construir, y esto comporta un compromiso en dos niveles. El primero es el  político, a través de una mayor justicia social, porque para las  mafias es fácil proponerse como sistema alternativo en un territorio donde faltan los derechos y las oportunidades: el trabajo, la vivienda, la educación y la asistencia sanitaria.
El segundo nivel de compromiso es el económico, a través de la corrección o supresión de aquellos mecanismos que generan en todas partes la desigualdad y la pobreza. Hoy ya no podemos hablar de luchar contra las mafias sin plantear el enorme problema de una finanza que soberanea sobre las  reglas democráticas a través de la cual las organizaciones criminales invierten y multiplican los ya ingentes beneficios obtenidos con sus tráficos: drogas, armas, trata de personas,  eliminación de residuos tóxicos, condicionamiento de las contratas para las  grandes obras, juego de azar, racket.
Este doble nivel, político y económico, presupone otro no menos esencial, es decir, la construcción de una nueva conciencia civil, la única que puede conducir a una verdadera liberación de las mafias. Realmente es necesario educar y educarse en una vigilancia constante sobre uno mismo y el contexto en que se vive, mejorando la percepción más precisa de los fenómenos de  corrupción y trabajando  para un nuevo modo de ser ciudadanos, que comprenda el  cuidado y la responsabilidad de los demás y del bien común.
Italia debe estar orgullosa de haber puesto en marcha contra la mafia una legislación que involucra al Estado y a los ciudadanos, a las administraciones y a las asociaciones, al mundo secular y al católico y religioso en el sentido más amplio. Los bienes confiscados de las mafias y reconvertidos para un uso social representan, en este sentido, verdaderas escuelas de vida. En tales contextos, los jóvenes estudian, aprenden saberes y responsabilidades, encuentran un trabajo y una realización. En ellos tantas personas  ancianas,  pobres o desventajadas  encuentran acogida, servicio y dignidad.
Por último, no se puede olvidar que la lucha contra las mafias pasa a través de la protección y valorización  de los testigos de justicia, personas que se exponen a riesgos graves cuando eligen denunciar la violencia de la que fueron testigos. Se debe encontrar una manera que permite a una persona limpia, pero que pertenece a familias o contextos de la mafia, salir de ellos sin ser objeto de venganzas y represalias.  Muchas son las  mujeres, especialmente las madres, que tratan de hacerlo, rechazando la lógica criminal y con el deseo de asegurar a sus hijos un futuro mejor. Debemos ser capaces de ayudarlas respetando, indudablemente, los caminos de la justicia, pero también  su dignidad de  personas que eligen el bien y la vida.
Exhortándoos, queridos hermanos y hermanas, a proseguir con  entrega y  sentido del deber la tarea que se les ha confiado por el bien de todos, invoco sobre vosotros la bendición de Dios . Que los conforte la certeza de estar acompañados por aquel que es rico en misericordia.; y la certidumbre  de que Él no soporta ni violencias ni abusos los haga incansables operadores de justicia. Gracias.»

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ZENIT Staff

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