Cómo comunicar eficazmente convicciones cristianas

Según monseñor Rodríguez Luño

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ROMA, martes, 29 abril 2008 (ZENIT.org).- Una comunicación cristiana eficaz debe atender a la consistencia de las ideas, más que a intenciones individuales o argumentaciones dialécticas, advierte monseñor Ángel Rodríguez Luño en el seminario internacional que celebra, en Roma, la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.

«Comunicación de la Iglesia y cultura de la controversia» es el tema de esta VI convocatoria profesional sobre Oficinas de Comunicación de la Iglesia, en la que participan del 28 al 30 de abril, de diversas formas, trescientas personas de unos 60 países.

Enmarcada en el magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, la intervención de monseñor Ángel Rodríguez Luño, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, –«Comunicar las propias convicciones»– recordó que «la comunicación genera cultura y la cultura se transmite mediante la comunicación», un nexo que suscita gran interés en la ética, dado que la consecución «de la conciencia moral personal no es independiente de la comunicación y de la cultura».

«Si a la ética le interesa la relación entre comunicación, cultura y conciencia moral personal, a los profesionales de la comunicación les importa sobre todo que la cultura posee una lógica inmanente y objetivada, en la que las ideas y los sentimientos tienen una consistencia y un desarrollo en cierto modo autónomos», puntualizó este martes.

Siguiendo al teólogo, «es como si las ideas, cuando salen de la conciencia y pasan al plano de la comunicación, se separaran de las mentes singulares que las han producido y comenzaran a vivir una vida propia y a desarrollarse con una fuerza que depende sólo de ellas mismas, de su consistencia objetiva y de su dinámica intrínseca», posiblemente bien distinta «de la intencionalidad de la persona que las puso en circulación».

Por eso advierte de que «quien a través de la comunicación aspira a intervenir positivamente, cristianamente podríamos decir, en la creación y transmisión de la cultura, debe prestar atención a la consistencia y al desarrollo objetivo de las ideas más que a la intencionalidad de las personas singulares», «a las ocurrencias afortunadas o a las argumentaciones puramente dialécticas».

«Con un golpe de efecto se puede hacer callar momentáneamente al adversario –admite–, pero si la mayor o menor consistencia intrínseca de sus ideas y de sus posibles líneas de desarrollo no se han comprendido y neutralizado objetivamente con una respuesta culturalmente adecuada, tales ideas tendrán larga vida, aunque el adversario haya sido reducido al silencio».

Conocedores de estos procesos, los profesionales de la comunicación «sitúan en la base de toda estrategia comunicativa un trabajo de análisis orientado a entender los puntos de fuerza de la posición contraria», pues, como señala monseñor Rodríguez Luño, «sólo una posición bien comprendida puede ser contrarrestada» con eficacia, esto es, logrando «elaborar una perspectiva positiva que conserve y supere lo que exista de bueno en la posición del adversario».

Entre las situaciones de este tipo que se dan frecuentemente en las sociedades pluralistas, el profesor de Teología señala «el conflicto entre libertad y verdad», o, de manera semejante, la cuestión del relativismo. 

En tales fenómenos el punto de apoyo está la realidad histórica de que «en el curso de los siglos algunos han sacrificado violentamente la libertad sobre el altar de la verdad, creando así una contraposición entre verdad y libertad que la sensibilidad actual pretende hacer valer por completo a favor de la libertad».

En la comunicación de las convicciones cristinas, en este contexto se debe evitar siempre, en opinión de monseñor Rodríguez Luño, «usar palabras o actitudes que refuercen aquello que en la mentalidad relativista es más persuasivo, esto es, hacer pensar que el cristiano convencido es alguien siempre dispuesto a sacrificar la libertad en aras de la verdad».

«La comunicación de las convicciones cristianas, o más en general de los contenidos éticos positivos, debe mostrar con los hechos, y no sólo con las palabras, que entre verdad y libertad existe auténtica armonía –recalca–, y ello requiere demostrar siempre una conciencia convencida, y no sólo táctica, del valor y del sentido de la libertad personal».

Otra situación frecuente ante la que se encontrará quien se ocupa de presentar a la opinión pública las posturas de la Iglesia católica es «el deber de exponer y motivar las críticas a algunas leyes del Estado» o medidas de un gobierno.

Ofrecer una respuesta culturalmente adecuada en estos casos «requiere ante todo un gran sentido del Estado, una fina conciencia de los valores ético-políticos de las diversas instituciones del Estado moderno, conciencia que no debe ofuscarse ni siquirea por el hecho, tal vez muy doloroso, de que el acto parlamentario» de que se trate «se considere claramente equivocado».

También ocurre a veces «que la postura que sostiene la Iglesia en materias éticas coincide con la de todos o muchos ciudadanos que militan legítimamente en una parte política», una situación delicada, porque, como apunta el profesor de la Pontificia Universidad, «pueden surgir críticas contra la Iglesia como si apoyara no una posición ética o ético-política, sino a un grupo concreto de ciudadanos como una parte política en lucha».

Es cuando se acusa –muchas veces como pretexto o por mala intención– a la Iglesia «de entrometerse en las políticas del Estado, comprometiendo su laicidad», explica.

En la línea de ofrecer, ante todo, una respuesta adecuada a la consistencia objetiva de las críticas, monseñor Rodríguez Luño aclara, en primer lugar –en el ejemplo citado–, «que todos los ciudadanos, también los que son miembros de un órgano legislativo o de gobierno, tienen del derecho y el deber de sostener motivadamente las soluciones que en conciencia consideren útiles para el bien del propio país».

«Las soluciones políticas hay que examinarlas por su valor intrínseco y por las argumentaciones racionales que las sostienen», añade.

En segundo lugar recuerda la distinción entre las tareas del Estado y las de la Iglesia. A aquél «le corresponde interrogarse sobre el modo de realizar concretamente justicia aquí y ahora»; por su parte, la doctrina social católica se ofrece como una ayuda, argumentando «a partir de la razón y del derecho natural».

«Si queremos dar una pequeña aportación a la gran tarea de iluminar el mundo de la comunicación y de la cultura con la luz del Evangelio, es necesario empeñarse para que la oscuridad del adversario, si la hubiera, no quite a nuestras palabras y actitudes la luminosidad que brota del mensaje cristiano, que está hecho de amor a la libertad, búsqueda sincera de la verdad, respeto a la autonomía de las cosas temporales, atención a la consistencia objetiva de las críticas y amistad magnánima hacia todas las personas», concluye.

Por Marta Lago

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ZENIT Staff

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