Cómo mejorar nuestra predicación sagrada

Columna del P. Antonio Rivero, L.C. Doctor y profesor de Teología y de Oratoria en el Seminario Mater Ecclesiae en Sao Paulo, Brasil

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EVALUACIÓN DE UN ORADOR Y PREDICADOR

Si quisiéramos anotar aquí los puntos principales para evaluar a un orador –sea político que religioso-, podrían ser éstos:

Relajación física y mental: para liberarse de preocupaciones, nerviosismo, tensiones, miedo, timidez, inseguridad…

Concentración física y mental: partir con una pausa de concentración, como el pianista, para posesionarse del papel que se va a realizar y del tema que se va a exponer.

Posición física: busto erecto, tronco erguido, cabeza ligeramente elevada, no encogida o hacia abajo. Apoyarse bien en los talones, cuando se está de pie. Sentarse con la espalda bien apoyada en el respaldo de la silla, como la mecanógrafa o el tenor. Mantener todos los músculos relajados, sin rigidez pero tampoco con abandono, sino con cierta tensión.

Respiración diafragmática: rítmica y honda. Con la boca, mejor que con la nariz, para hacerla más rápida y sin ruido. Economizar bien el aire, sobre todo en las frases largas, para llegar al final con la justa energía y sonoridad. Hacer bien y aprovechar al máximo las pausas.

Apariencia personal: mirada comunicativa con el auditorio, no dirigida hacia el techo o al vacío. Estar seguro de sí mismo, sin nervios, tensiones o rigideces. Evitar el moverse demasiado o el balancear el cuerpo, los tics. Buscar la elegancia y la naturalidad. El entusiasmo y la sinceridad en la expresión del rostro y de los ademanes es lo que más convence. Para ello, que los gestos sean armoniosos y plásticos, ni demasiado rápidos ni demasiado ampulosos.

Emisión de la voz: ¿de garganta, nasal, de pecho, de cabeza? Conocerla y no lamentarse de la que se tiene o envidiar voces ajenas, sino más bien estudiar la propia y educarla para aprovecharla al máximo. Subir y bajar el volumen según las exigencias del argumento y atenerse a las dimensiones del local, pero siempre dentro de los límites de la propia naturaleza: no forzarla. Buscar un tono moderado y natural, ni grave ni agudo. Evitar la monotonía y los tonos melosos y paternales, dulzones o ásperos, dictatoriales, dogmáticos, solemnes, “políticos” o efectistas. Evitar los tonillos y los regionalismos. Entonación afinada y entonada, según los cánones de la entonación. Punto de partida “sostenido” y con garra, con tono vibrante y convencido.

Memoria: si la alocución o discurso no se ha de aprender de memoria, al menos memorizar un esquema básico con sus puntos clave. Si se ha de pronunciar de memoria, hacerlo perfectamente, ensayándolo varias veces y en voz alta antes de su presentación. Tratar de que el auditorio no note que lo sabemos de memoria.

Sentimientos: estar convencido de lo que se va a hablar para poder sentirlo y declamarlo con calor, sentido, convencimiento, resonancia, entusiasmo y sinceridad. Salir de sí mismo frente a la inhibición o timidez. Variedad de tonos y de volumen para evitar la monotonía, pero con sobriedad y discreción: evitar el gritar o teatralizar. Estudiar el discurso y sus sentimientos antes de pronunciarlo. Conocer el auditorio para tratarlo con dulzura, amistad, convicción, energía, según lo exija su problemática.

Ritmo y velocidad: pronunciación ni demasiado lenta ni demasiado precipitada. Lograr una dicción reposada y clara a la vez que ágil y variada. Vocalizar esmeradamente las palabras difíciles, las consonantes dobles y las sílabas finales. Recalcar las palabras claves y las ideas principales.

Expresión gramatical: corrección gramatical y sintáctica. Precisión y expresividad en el vocabulario. Riqueza de léxico, pero teniendo en cuenta el auditorio, la situación y el argumento. Evitar el vocabulario pedante, técnico o erudito. Algunos defectos de dicción: anacolutos, pleonasmos, muletillas, “ehhh”, tropiezos, regresiones, titubeos…

Introducción-exordio: atractivo e interesante para abrir el apetito del auditorio y condicionarlo a escuchar el resto del discurso. Pertinente y unido al resto del discurso. Tocar el problema del auditorio para que se sienta aludido, para captar su atención. Originalidad, pero sin rarezas, vulgaridades o extravagancias.

Fondo: plan y organización del tema: conocer, amar al auditorio. Fin concreto y presente a lo largo de todo el discurso u homilía. Esquema claro y ordenado de los motivos más válidos y concretos para ese auditorio concreto y para ese fin concreto. Valoración de dichos motivos o pruebas. Previsión y respuesta de posibles objeciones. Buscar más bien argumentos positivos que negativos. No atacar al auditorio, sino más bien comprenderlo y estimularlo.

Forma: sensibilizar cuanto más mejor los argumentos y motivos, aplicando los diversos métodos (concreción, visualización, desentrañamiento, dramatización, imágenes, anécdotas, citas…), según el afecto que se quiera conseguir. Evitar que la forma ahogue el fondo, así como el hacer literatura y retórica pomposa. No abrumar con demasiados datos, imágenes, ejemplos, citas o anécdotas. Discreción y selección en su uso, para integrarlos armónica y equilibradamente con el fondo de ideas.

Conclusión-peroración: recapitular brevemente todas las ideas. Formularlas en una frase breve, a manera de consigna, para que el auditorio tenga claro y recuerde fácilmente el fin. Terminar siempre con elegancia y pie justo, con la mayor claridad y belleza, para dejar un buen sabor de boca. Hacerlo a tiempo.

Cualquier duda o sugerencia, comuníquese, por favor, con el padre Antonio Rivero a este email: arivero@legionaries.org

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Antonio Rivero

El padre Antonio Rivero nació en Ávila (España) en 1956. Entró a la congregación de los Legionarios de Cristo en 1968 en Santander (España). Se ordenó de sacerdote en Roma en la Navidad de 1986. Es licenciado en Humanidades Clásicas en Salamanca, en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma y en Teología por la Universidad de santo Tomás también en Roma. Es doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma) donde defendió su tesis el 16 abril del año 2013 sobre la dirección espiritual en san Juan de Ávila, obteniendo “Summa cum laude”. Realizó su ministerio sacerdotal como formador y profesor de Humanidades clásicas en el seminario en México y España. Fue vicario parroquial en la ciudad de Buenos Aires durante doce años. Durante diez años fue director espiritual y profesor de teología y oratoria en el Seminario María Mater Ecclesiae en são Paulo (Brasil), formando futuros sacerdotes diocesanos. Actualmente es profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y ayuda en el Centro Logos, en la formación de sacerdotes y seminaristas diocesanos. Ha dedicado y dedica también parte de su ministerio sacerdotal a los Medios de Comunicación Social. Ha publicado catorce libros: Jesucristo, Historia de la Iglesia, Los diez mandamientos, Breve catequesis y compendio de liturgia, El tesoro de la Eucaristía, El arte de la predicación sagrada, La Santísima Virgen, Creo en la Vida eterna, Curso de Biblia para laicos, Personajes de la Pasión, G.P.S (Guía Para Santidad, síntesis de espiritualidad católica), Comentario a la liturgia dominical ciclo A, Comentario a la liturgia dominical ciclo B, Comentario a la liturgia dominical ciclo C. Ha grabado más de 200 CDs de formación. Da conferencias en Estados Unidos sobre pastoral familiar, formación católica y juventud. Y finalmente imparte retiros y cursos de formación a religiosas, seminaristas y sacerdotes diocesanos en México, Centroamérica y donde le invitan.

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