Cómo pueden vivir los políticos católicos su compromiso cristiano

Entrevista con el vicepresidente del Senado de Australia, John Hogg

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BRISBANE, Australia, 8 de marzo de 2003 (ZENIT.org).- ¿Es posible ser político y católico sin traicionar los propios valores o las exigencias de la profesión?

John Hogg, senador federal por Queensland y miembro del Partido Laborista australiano, vicepresidente del Senado de Australia, responde en esta entrevista concedida a Zenit.

La entrevista forma parte de una serie que seguirá la estela de la nota doctrinal publicada recientemente por la Congregación de la Doctrina de la Fe «Sobre algunas cuestiones relacionadas con la participación de los católicos en la vida política».

–Algunos políticos afirman que su función es representar los puntos de vista de sus electores y, por lo tanto, no están en posición de obedecer a la Iglesia o a la doctrina católica. ¿Esto es una excusa o se da realmente un conflicto?

Hogg: Los electores que ellos representan tienen una amplia diversidad de puntos de vista. Los políticos no son elegidos para su cargo por un punto de vista sobre un determinado tema.

Resulta, por lo tanto, absolutamente incorrecto confinar a un político en un cierto punto de vista sobre un cierto tema moral/ético debido a lo que se percibe como punto de vista público. El punto de vista público puede muy bien basarse en hechos poco relevantes o en falsa información o en puros prejuicios.

El político, especialmente en asuntos relacionados con temas morales o éticos, necesita tener el derecho, sin cadenas, al voto en conciencia, sin importar el punto de vista público. Si el público se enfada con la postura tomada por el político, la última sanción que tiene a mano el público es votar para que el político abandone el cargo.

No hay ninguna excusa válida para no actuar correctamente. Puede haber circunstancias atenuantes cuando el político no tiene la capacidad de ir más allá de lo que algunos de sus partidarios puedan querer, pero puede ser necesario limitar el impacto de algunos de los cambios propuestos.

–¿Cómo pueden ayudar la Iglesia y los líderes católicos laicos a los políticos católicos en su tarea de ser fieles a los principios morales?

Hogg: Fácilmente. Sólo con expresar abiertamente lo que creen por dentro. En algunos casos, es difícil para el político ser tan directo cuando la Iglesia está actuando benévolamente en el tema en cuestión.

–El documento vaticano critica el relativismo moral, pero la sociedad de hoy otorga un gran valor a la tolerancia y al respeto por la diversidad de opiniones. ¿Hasta dónde pueden llegar los políticos católicos permaneciendo fieles a los principios morales, pero sin parecer intolerantes?

Hogg: No es algo fácil. Se necesita una postura más dinámica por parte de la Iglesia, porque a veces el político se queda como una hoja en medio de un vendaval, mientras algunas/muchas de las organizaciones, así llamadas católicas, se oponen diametralmente al punto de vista católico establecido y hacen que la postura del político sea difícil de defender.

El documento vaticano recuerda el ejemplo de Santo Tomás Moro y alaba la manera en que siguió su conciencia, incluso a costa de perder su posición y, en última instancia, la vida. ¿Qué lecciones cree usted que puede dar Moro a los líderes y políticos católicos de hoy?

–Hogg: El martirio puede ser algo grande pero no siempre es la respuesta. Santo Tomás Moro enseña al político de hoy la necesidad de informar correctamente su conciencia sobre el tema que se trata.

–¿Podría usted hablar de sus propias experiencias como político católico y sobre cómo intenta vivir su fe en medio de la vida política?

Hogg: Brevemente, en los últimos seis años y medio ha habido cuatro asuntos críticos que puedo recordar. Fueron: eutanasia; disponibilidad para personas no casadas de tratamientos de fertilización in vitro; clonación; e investigación con embriones humanos.

No me fue realmente difícil hacerme una opinión sobre estos temas. Sin embargo, debo subrayar, desde mi perspectiva, que hubo dificultades a causa de los católicos lapsos o que habían sucumbido al argumento secular y popular de moda. Eran generalmente de los que más vociferaban por el cambio propuesto.

En todos menos en uno de los cuatro temas, la disponibilidad para las personas no casadas de acceder a tratamientos de fecundación in vtiro, se ofreció la posibilidad de votar en conciencia. El trasfondo moral de la disponibilidad de estos tratamientos de fecundación artificial para todas las personas se vino abajo cuando los «lapsos» decidieron que éste no era un tema de moralidad sino de igualdad. El fundamento de esta opinión, según creo, se ha de buscar en la débil posición sobre el tema, propuesta por la Iglesia, y en la postura debilitada, sino negativa, adoptada por toda una gama de organizaciones y ministros de la Iglesia.

En el tema de la investigación con embriones, había una confusión casi completa porque la postura de la Iglesia o no fue presentada a los católicos o no se les logró explicar, por lo que pocos entendieron realmente nuestra postura. Por ello, prevaleció la opinión populista, es decir, la opinión que llegó a través de los medios de comunicación.

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ZENIT Staff

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