Comprender cuál es la voluntad de Señor (Tiempo ordinario 20º, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

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ROMA, jueves 17 agosto 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 20º domingo del Tiempo ordinario.

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Pedro Mendoza LC

«Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor. No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo». Ef 5,15-20

Comentario

En este pasaje, continuación de la parte parenética de la carta, san Pablo exhorta a los Efesios a buscar en la sabiduría la voluntad de Dios (vv.15-17).

En el v.15 el Apóstol hace referencia a la experiencia de iluminación que trae consigo el bautismo y reclama a vivir esta vida nueva en una nueva luz, con conciencia y responsabilidad. Por lo mismo su primer pensamiento apunta a una recta comprensión de lo que concretamente es la voluntad del Señor. De aquí su apremiante exhortación: «mirad atentamente». Pero san Pablo es consciente de que la cosa no es tan simple. Hay fuerzas de dentro (2,3) y fuerzas de fuera, que están operando para oscurecer la luz, turbar la mirada e impedir o dificultar la recta opción. Por eso les amonesta a que ya no vivan como «imprudentes», puesto que han dejado de serlo por medio de la gracia de Dios recibida como suma de toda sabiduría e inteligencia a través de la revelación del misterio de la voluntad de Dios (1,8s). Por el contrario, les exhorta a vivir como «prudentes», estando atentos a esta vida, ya que en ella está la verdadera sabiduría.

¿En qué consiste este vivir prudente del cristiano? San Pablo responde en el v.16. La verdadera sabiduría no consiste en vivir en una descuidada e irreflexiva improvisación al día, sino «aprovechando bien el tiempo presente», esto es sacando ventaja de las posibilidades que el tiempo ofrece con vistas al fin último. Y el motivo de la urgencia de vivir con esta sabiduría es «porque los días son malos». Con esta expresión que califica los días como «malos» el Apóstol reclama la tradición judía y después del Evangelio según la cual en los últimos tiempos, que traen consigo dolores, necesidades y angustias de toda clase, el maligno con la última proclama de su ya decadente soberanía hace que estos días sean «malos». Este mal, que tan amargas consecuencias puede traer, significa para el hombre impugnación, tentación y peligro.

Pero esta visión que permite discernir entre lo que lleva a la aniquilación y el camino que conduce a la vida, no puede realizarse sin la ayuda de la sabiduría. De aquí que, en el v.17, san Pablo exhorta instantemente: «no seáis insensatos». ¡Sólo la voluntad de Dios! Conocerla es lo contrario de la insensatez. La voluntad de Dios es decisiva para todo lo que hay que hacer, permitir o padecer.

La pregunta que surge de lo anterior es: ¿A dónde debe acudir el cristiano para alcanzar este conocimiento de la voluntad de Dios y la disponibilidad para cumplirla, y cómo podrá afianzarse en ella? La respuesta nos la ofrece san Pablo en los vv.18-20 en los que nos invita a dejarnos llenar por el Espíritu.

El v.18 inicia con una exhortación a no embriagarse con vino. Cabría esperar que a la embriaguez se le opusiera la templanza; pero lo que se considera como su anverso es la «embriaguez en el Espíritu». Esta contraposición tiene sentido si consideramos el contexto de la comunidad reunida para celebrar el culto. Aquí el Apóstol está pensando en esa renovación en el Espíritu por la que el cristiano alcanza aquella inteligencia de la voluntad de Dios, que lo capacita para interpretar «los días malos» de una manera sabia.

A continuación, en el v.19, añade el Apóstol otra exhortación que es a su vez consecuencia de la acción del Espíritu en el creyente: «recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados». Pero san Pablo no se olvida de añadir: lo que a esta alabanza divina proporciona su verdadero valor no es ni la voz ni la recitación, ni la perfección de la forma. Es el «cantar con el corazón», que presupone la expresión exterior y la acompaña, el cantar interior, que apunta sólo al Señor: «cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor». Y como si se tratara de comenzar el himno y el cántico, el mismo Apóstol da el tono y el tema : «dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (v.20). Con el verbo «dar gracias» san Pablo indica la postura que debe caracterizar la vida del cristiano: la acción de gracias y alabanza siempre y en todas partes, y por todo. La especificación añadida a la acción de gracias, «por todo», es expresión de algo profundamente cristiano: la fe en que detrás de todo está el Padre (nuestra acción de gracias va hacia «Dios Padre»), y en que «para aquellos que aman a Dios, todo redunda en lo mejor» (Rm 8,28).

Aplicación

Comprender cuál es la voluntad de Señor.

La liturgia de la Palabra de este 20º domingo del Tiempo ordinario continúa invitándonos a profundizar en el gran don de la Eucaristía. Un don total de sí mismo que Cristo nos ha dejado en la Última Cena como expresión y prefiguración de su infinito amor por nosotros que lo conduce a su inmolación sangrienta en la cruz por nosotros. El Evangelio de san Juan nos presenta el discurso de Jesús sobre el pan de vida. En la primera lectura del libro de los Proverbios, la Sabiduría, personificada, nos comunica una invitación a participar en este banquete que ha preparado para nosotros. San Pablo, en la lectura de la carta a los Efesios, les desea que sean colmados del don del Espíritu que les permitirá comprender la voluntad del Señor y vivir en ella, gozando de sus dones, entre los cuales destaca el don de la Eucaristía.

En la primera lectura, tomada del libro de los Proverbios (9,1-6), vemos cómo la Sabiduría hace todo lo posible por atraer hacia sí a quienes no la conocen. Ella con mucha delicadeza e interés prepara un suculento banquete y manda a sus siervas a proclamar en voz alta su invitación a todos los que aún no la conocen, a los inexpertos y privados de sensatez: «Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado» (v.5). Se trata del vino de la Sabiduría, que indica el camino justo para vivir en unión con Dios y para triunfar plenamente en la vida.

En el Evangelio de este domingo, que recoge el discurso de Jesús, después de la multiplicación de los panes (Jn 6,51-58), Él se presenta como el pan de vida bajado del cielo, y afirma: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre» (v.51a). Él es el pan vivo y vivificante, que nos comunica la vida misma de Dios. Remarca la clara diferencia entre el pan que Él quiere darnos y el pan material. Este último es con el que poco antes han sido alimentados los destinatarios de su milagro obrado, y da sólo lo necesario a la vida física. Pero el pan vivo, que es Él mismo, es un pan que da la vida eterna. Ante un don tan extraordiario que requiere de la fe, los judíos se resisten a aceptar la veracidad de sus palabras y se ponen a discutirlas y a pedir explicaciones. Pero Jesús, en vez de consentir a su falta de fe, ratifica su afirmación: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (v.53). De este modo quiere que tomemos conciencia de que no hay otro camino para alcanzar la vida eterna que el de la comunión con Él, que requiere de la fe. Cuando comemos su carne y bebemos su sangre, tenemos ya la vida eterna. Con el bautismo hemos sido convertidos en hijos de Dios, y con la Eucaristía recibimos d
esde ahora la vida eterna. 

En la segunda lectura de la carta a los Efesios (5,15-20), el Apóstol nos presenta un aspecto muy hermoso de la vida eterna vivida ya desde ahora: «llenáos más bien del Espíritu» (v.18b). Con la presencia del Espíritu Santo en nosotros entramos en la posesión de la vida eterna. Una presencia que se convierte en guía y fortaleza para acoger y vivir la voluntad del Señor y gozar así de todos sus dones, como el don de Sí mismo en la Eucaristía.

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ZENIT Staff

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