Comunión eclesial y controversias: libertad de expresión y verdad en la Iglesia

Por el padre Federico Lombardi S.I.

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CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 23 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos las notas de las intervención que dirigió el padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, de Radio Vaticano y del Centro Televisivo Vaticano, al congreso mundial de prensa católica, celebrado en Roma del 4 al 7 de octubre.

* * *

A.     Nuevas características de la comunicación

Nos colocamos en el contexto de la comunicación de hoy, con sus nuevas características que conocemos bien y que influyen profundamente en nuestro servicio cotidiano. Anoto tres: velocidad, globalización, fragmentación.
 
La velocidad. Requiere un modo de seguir y contrastar el nacimiento de las crisis en tiempos muy breves: la importancia de lo que sucede en el momento. Los tiempos son abreviados, en pocas horas una discusión se difunde por la red y se manifiesta en el sistema de los medios de comunicación y suscita interrogantes y objeciones que atraviesan a la Iglesia y a la opinión pública. La respuesta, o el inicio de la serie de respuestas, no se debe hacer esperar demasiado. Mientras más rápido, mejor.
 
La globalización. Una crisis o un debate que nace en una zona, hoy con frecuencia se da a conocer también en otros países con mucha rapidez, y si hay un problema latente, este da la pauta a su vez para apuntar el problema en otra parte. (Como se ha verificado, por ejemplo, en la cuestión de los abusos sexuales).
 
La multiplicidad de las voces, su fuerza y efectividad, hoy se manifiesta también más allá de las sedes clásicas, con frecuencia ligadas a las instituciones, dependientes o cercanas a la autoridad de la Iglesia, creando un conjunto de sujetos comunicativos muy variados e incontrolables en sus expresiones y generando con frecuencia fenómenos de confusión difíciles de clarificar.
 
Como responsable de la Oficina de Información de la Santa Sede, he aprendido:
 
En relación a la velocidad. La importancia de monitorear continuamente la red. La importancia del diálogo frecuente y continuo con los sujetos de quienes pueden y deben venir las respuestas. La importancia de instrumentos ágiles de difusión rápida de información y respuesta.
 
En relación a la globalización. La importancia de las relaciones con puntos de referencia de la comunicación en las diversas regiones de la Iglesia: oficinas o interlocutores de las Conferencias Episcopales o diócesis, o emisores probados de referencia.
 
En cuanto a la multiplicidad de las voces. La disponibilidad y actitud para dialogar sin estrechez, para hacer posible una dinámica de comprensión y no de división, que facilite la unión y la comunión.
 
B.     La atención a lo central. Las prioridades auténticas

 
Uno de los aspectos fundamentales para orientar los debates en la Iglesia, creo que es la claridad en el comprender lo que es importante de lo que no lo es, tener una «jerarquía» correcta de los temas. La prioridad esencial: Dios y la dimensión religiosa del hombre (una fe amiga de la razón), Jesucristo que nos revela el verdadero rostro de Dios (Deus caritas est / Dios es amor), el ecumenismo como fidelidad al mandato de Cristo, el diálogo entre las religiones para alimentar la dimensión trascendente de la vida, el esfuerzo por traducir la fe en obras de caridad y de solidaridad para la construcción de un desarrollo integral.
 
Un mensaje positivo sustancialmente rico.
 
Integrado por una indicación fiel y sincera de los riesgos de la pérdida de las referencias esenciales para la orientación de la vida y de la sociedad: cerrazón en un horizonte materialista, pérdida de las raíces cristianas y de los términos fundamentales de la antropología cristiana, relativismo y subjetivismo que destruyen a la comunidad.
 
Mensaje que es contra corriente en el mundo secularizado. Mensaje indefenso.
 
Cambio del contexto histórico: de la confrontación Este-Oeste con el comunismo, a la confrontación con el mundo occidental secularizado que influye en todos los países.
 
No hay ya una «alianza política» contra un enemigo común (comunismo), sino que sólo se tiene la fuerza de la fe y de la razón.
 
Pero un mensaje que puede ser escuchado con respeto y atención y que hace pensar.
 
Experiencia positiva de los grandes viajes: Reino Unido, Francia, USA… Encíclica»Caritas in veritate».
 
Ir hacia lo central, preocuparse por el centro, al que convergen las serias preocupaciones de la prensa católica y de la comunicación secular preocupada por el destino de la persona y de la humanidad.
 
Hoy existen posibilidades de no subestimar: se pueden presentar los textos completos de lo que dice el Papa con mayor facilidad y rapidez (por ejemplo en el Reino Unido, el discurso en el Westminster Hall) superando los filtros de la superficialidad y parcialidad de los informes incompletos.
 
Naturalmente, esto supone que los textos sean claros, bien elaborados, no muy largos y pensados (problema general del lenguaje de la Iglesia).
 
Esto no elimina la controversia (El Reino Unido lo demuestra bien), pero hace ver que no obstante esto, hay una audiencia importante disponible a comprender cuando se toca el tema central o se apunta hacia el centro. La controversia permanece al margen con respecto al centro.
 
C.     La credibilidad y la transparencia

 
Además del contenido central, es esencial la credibilidad del mensajero, sea una persona o una institución.
 
Credibilidad de la persona. En el caso de los dos últimos Papas es muy visible. La fe y la coherencia valiente de las posiciones, la total ausencia de búsqueda del consenso en sí mismo, a diferencia de cuanto sucede clamorosamente en la sociedad de nuestros días por parte de políticos y personas públicas.
 
La capacidad de exponerse en primera persona frente a la controversia (cf. Carta a los obispos después de la cuestión lefebvriana/Williamson; Carta a los católicos irlandeses…). También la relación personal con las personas, su estilo, asume un peso en aumento también en este pontificado.
 
Credibilidad de la institución y su transparencia. Aquí está el reto profundo que surgió por la sucesión del acontecer de los abusos sexuales, del clero y no sólo del clero, en la Iglesia. Existe ya una gran pérdida de confianza en la Iglesia -en parte justificada, en parte causada por la presentación negativa y parcial de los problemas- pero este daño, como dice el Papa, puede ser compensado por un bien si se va en la dirección de la purificación profunda y de la renovación de modo que esta plaga se pueda superar establemente. Una de las dimensiones de esta superación es la veracidad, la transparencia, la lealtad en el modo de ver y afrontar los problemas morales y de la institución.
 
Me permito añadir a la dimensión de los abusos, y diría yo más ampliamente de los comportamientos sexuales, también la dimensión económica, administrativa. Creo que los escándalos a los que la opinión pública es hoy más sensible son los relativos al sexo y al dinero.
 
Una Iglesia creíble frente al mundo es una Iglesia pobre y honesta en el uso de los bienes, capaz de rendir cuentas de ese uso, inserta en la red de modo leal y legal para los reportes económicos y financieros, sin nada que esconder.

Estoy seguro de las rectas intenciones de los responsables de las instituciones económicas vaticanas, pero aún hay un camino por recorrer antes de ser capaces de convencer eficazmente del todo a la opinión pública -con los instrumentos ordinarios de comunicación en modo transparente y convincente- de la corrección de la finalidad y de las operaciones que se llevan a cabo. Y lo que digo para el Vaticano, vale na
turalmente en modo análogo para todos los niveles de la Iglesia y de nuestras comunidades.
 
D.     Un último tema en el que me quisiera fijar se relaciona a nuestro ser Iglesia en los tiempos del Internet.

 
Quiero decir esto: la multiplicación tendencialmente infinita de los puntos de la red informativa y comunicativa hace más dinámica, y también más problemática, la coherencia comunitaria de la comunicación en la Iglesia y de la Iglesia. La «opinión pública en la Iglesia» de la que hablaba el Concilio, se puede enriquecer y reavivar, pero también se puede dispersar.
 
Por ello, estoy convencido de que quien trabaja en la comunicación, en la Iglesia y de la Iglesia, en el mundo debe tener en aumento una fuerte conciencia y convicción que para nosotros la comunicación es y debe ser para la comunión, para el diálogo y la comprensión recíproca.
 
Hablar no para afirmarse a sí mismos, sino para encontrarse, escucharse y comprenderse el uno al otro.
 
Tener el gusto de dialogar para comprender y construir juntos.
 
Son actitudes que, desde mi perspectiva, son profundamente diversos de otras dos actitudes muy difundidas.
 
En la práctica periodística, la tendencia a crear contraposiciones, tensiones, conflictos, a describir la realidad siempre en estos términos, no sólo, sino a usar la palabra para resaltar y profundizar los conflictos en vez de resolverlos en una síntesis superior. Si se ven con finura y lealtad los problemas y las cuestiones abiertas, qué bueno; pero si se hace para hacerlos insuperables, pues no. Soy contrario radicalmente a esta actitud.
 
Más aún, en la red, la posibilidad tendencialmente infinita de expresarse lleva fácilmente a una multiplicación de sitios, blogs, etc., que van más a un narcisismo subjetivo o a mantener posiciones de una de las partes, más que a una actividad comunicativa competente, responsable y constructiva, o que por lo menos puedan esconder tendencias de tal género. ¿Cómo hacer para contener estas tendencias y orientar, en cambio, la potencialidad de la red hacia un enriquecimiento de la vida comunitaria eclesial y de la propuesta cristiana para los que navegan en esa búsqueda? Creo que para esto estamos apenas al inicio de un camino. La reflexión se ha iniciado. Los temas de la Jornada de las Comunicaciones Sociales estimulan para esta reflexión. En las diversas Conferencias Episcopales se organizan foros y lugares de encuentro para quienes trabajan en la red. No sabemos todavía qué querrá decir «ser Iglesia en los tiempos del Internet» en unos decenios. Pero somos nosotros quienes la construimos día con día.

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ZENIT Staff

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