Conclusiones del Congreso en Zaragoza sobre La cuestión ecológica

En el marco de la Exposición internacional «Agua y desarrollo sostenible»

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CIUDAD DEL VATICANO martes 9 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).-En la ciudad de Zaragoza (España) se está celebrando, del 14 de junio al 14 de septiembre, la exposición internacional titulada «Agua y desarrollo sostenible», con el fin de llamar la atención de la opinión pública mundial sobre una de las cuestiones ambientales más actuales:  la salvaguardia de los recursos hídricos.

La Santa Sede está presente con un pabellón sobre el tema, que ha tenido gran éxito no sólo por el número de visitantes (varios centenares de miles de personas), sino también por la significativa participación de personalidades religiosas y civiles en las iniciativas oficiales. Uno de los principales objetivos de la participación de la Santa Sede era atestiguar el gran interés de la Iglesia católica por la naturaleza y la persona humana, la cual, en cuanto creada a imagen y semejanza de Dios, está dotada de una dignidad inviolable.

Al participar en las diversas iniciativas que se han sucedido sobre el tema «Agua para la vida», la Santa Sede ha dado una contribución notable a la obra de sensibilización en ámbito internacional. Entre los momentos más significativos de su presencia están:  la Jornada de la Santa Sede (para la cual Benedicto XVI envió el mensaje) y el congreso internacional sobre la ecología, que tuvo por título:  «La cuestión ecológica:  la vida del hombre en el mundo», organizado por el Consejo pontificio Justicia y paz y el arzobispado de Zaragoza.

El Congreso, que se celebró del 10 al 12 de julio, fue presidido por el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente de dicho Consejo pontificio y representante de la Santa Sede para el día de la Santa Sede en la Exposición internacional de Zaragoza. En ese acontecimiento intervinieron numerosas personalidades de relieve y expertos internacionales, como el mismo cardenal Martino y el secretario de ese Consejo pontificio, el obispo Giampaolo Crepaldi.

El primer día se afrontó el tema de la vida del hombre en el mundo:  «Qué es el mundo?, ¿quién es el hombre?, ¿qué relación existe entre el mundo y el hombre?». La segunda jornada se centró en la ecología ambiental. Las intervenciones pusieron de relieve que la cuestión ecológica no tiene solución sólo a partir de la perspectiva científica y técnica, sino que se debe afrontar también como problema ético. Las conferencias de la tercera jornada se centraron en una verdad fundamental actualmente olvidada en gran parte:  «la ecología como cuestión antropológica», lo que significa que sólo el hombre conoce y puede reconocer el valor y el sentido del ecosistema, del ambiente, de los seres vivos (animales y plantas) y también de sí mismo. Ofrecemos las conclusiones de dicho congreso publicadas por la edición en español de «L’Osservatore Romano», diario de la Santa Sede.

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Si el hombre no habitase la tierra, no habría ecología. La cuestión ecológica surge como toma de conciencia por el hombre de su relación con el ecosistema natural de la tierra, en tanto que esta constituye el contexto más próximo de su vida dentro del universo. Por eso, el Congreso internacional de ecología que desarrollamos durante tres días en esta ciudad de Zaragoza dentro de «Eventos paralelos a la tribuna del agua», y que el pabellón de la Santa Sede en Expo-Zaragoza 2008 organizó como aportación cultural y científica de la Iglesia a la sociedad, abordó en su primera jornada de trabajo la temática de la vida del hombre en el mundo, preguntándose:  ¿qué es el mundo?, ¿quién es el hombre?, ¿en qué relación está el hombre con el mundo y el mundo con el hombre? 

Las conferencias del primer día del Congreso y los amplios diálogos posteriores aportaron luz acerca de estos grandes interrogantes.

El hombre, ya mujer, ya varón, es espíritu-corpóreo; de ahí que entre él y los demás seres vivos de la tierra -plantas y animales- exista un contraste fundamental:  únicamente el ser humano es persona y goza de la inalienable dignidad personal. El mundo, con sus dimensiones de espacio y tiempo -rico en lugares y paisajes distintos, enigmático por sus períodos diversos-, es hábitat para el hombre, el cual, a través de sus creaciones humanas, trata de hacer del planeta tierra, en el que él está, una casa en donde vivir dignamente y poder desarrollar su existencia. El hombre no se ha dado a sí mismo la tierra como medio de su vida, sino que esta se le ofrece como un don que debe custodiar y cultivar, que tiene que comprender y estudiar en sus leyes naturales. El ser humano con su razón y su corazón puede descubrir el sentido interno de la naturaleza, que, más allá del azar, apunta a un diseño inteligente del universo, para así potenciar el cosmos en su belleza, en su bondad y en su verdad, tratando de minimizar el caos como elemento que perturba a todos los seres vivos.

Después de tratar en el primer día del Congreso sobre la realidad del ser humano y la del mundo, así como de la relación entre ambos, la segunda jornada se centró en la ecología medioambiental. Las ponencias pusieron de relieve que la cuestión ecológica no tiene solución únicamente desde la perspectiva científica y técnica, sino que también tiene que ser iluminada como problema ético. La ética supone considerar la calidad de la relación del hombre, en primer lugar y ante todo, con los demás hombres. Del reconocimiento del prójimo en su dignidad personal depende en gran medida la calidad de la relación de los seres humanos con el medio ambiente. El que se relaciona con los demás, reconociendo en ellos un ser con el mismo valor y con la misma dignidad que él, puede vivir una «hermandad» con los demás seres de la naturaleza:  «hermano sol», «hermana luna», «hermana agua», «hermanas aves del cielo», etc. En la ecología, la racionalidad técnica y pragmática debe mantener una fuerte conexión con la racionalidad ecológica, la cual vive de la calidad ética de la relación de los hombres entre sí y, por consiguiente, de la calidad ética de la relación del ser humano con la naturaleza.

Además de resaltar la importancia de la ciencia y de la ética para acceder al medio ambiente como un bien maravilloso para el hombre, también las conferencias de la segunda jornada destacaron que las grandes tradiciones religiosas de la humanidad realizan una gran aportación al cuidado y al respeto de la naturaleza. Se reflexionó sobre cómo influyen el hinduismo, el budismo, el islam y el cristianismo en el crecimiento de la conciencia ecológica de los hombres y en la toma de actitudes humanas que ayudan a cuidar y proteger la naturaleza. Aun existiendo contrastes y matices en las aportaciones de cada una de las grandes religiones a la cuestión ecológica, no obstante todas ellas fomentan la sensibilidad ecológica y la relación armoniosa del hombre con la naturaleza, porque las grandes religiones, desde la vida de relación del hombre con la divinidad, promueven el reconocimiento del prójimo en su dignidad humana, y desde allí realizan una promoción del reconocimiento, el cuidado y la preocupación respecto de los seres vivos y de toda la naturaleza.

Por último, el Congreso, en este segundo día de trabajo, se centró en un aspecto nuclear de la cuestión ecológica, a saber:  la misma cuestión ecológica implica la relación de amor y de inteligencia del hombre con el mundo. Esta relación lleva a reconocer que la naturaleza no es una realidad absoluta, es decir, la naturaleza no es dios. Divinizar la naturaleza, considerarla como el valor supremo y absoluto, lleva a crear una «seudo-religión» en la que el hombre queda subordinado a la naturaleza como madre tierra. Este naturalismo es destructivo para el hombre y para el propio medio ambiente. Pero tambi
én esa relación amorosa e inteligente del hombre con la cuestión ecológica conduce al reconocimiento de que la naturaleza no es nunca un mero instrumento que el hombre puede utilizar a su antojo, maltratarlo o incluso usarlo de tal modo que acabe destruyéndolo. La relación de amor y de inteligencia del hombre con la naturaleza hace que el hombre reconozca el medio ambiente como una riqueza y un bien del que el hombre dispone -que corresponde a la totalidad de la humanidad presente y futura y nunca a unos pocos-, y que debe conservar y desplegar para que la actual generación humana y las generaciones venideras vivan dignamente. Esto implica promover un desarrollo sostenible, mantener la confianza en el hombre como responsable y custodio del medio ambiente, poner la ciencia y la técnica al servicio de la vida y dignidad humanas, tratar de crear bienestar social y personal, y sobre todo trabajar por eliminar la pobreza de la humanidad, pues esta no es amiga de un ambiente sano. Más todavía:  la degradación humana que provoca la pobreza es uno de los peores enemigos del medio ambiente.

Si la segunda jornada del Congreso trató de la ecología, del ecosistema y del medio ambiente, las conferencias del tercer día se centraron en una verdad fundamental perteneciente a la ecología y que se olvida ampliamente en el momento actual, a saber:  que la ecología es una cuestión antropológica. Esto pone de relieve y significa que sólo el hombre conoce y puede reconocer el valor y el sentido que tiene el ecosistema, el medio ambiente, los seres vivos -plantas y animales- y también el hombre mismo. La ecología es una ciencia humana, o sea, un saber que sólo surge del hombre y que él desarrolla; porque sólo desde lo humano la naturaleza, los ecosistemas y el medio ambiente pueden ser considerados y tratados en su valor intrínseco.

Más todavía, los ponentes pusieron de relieve que la ecología no es solamente una ciencia humana, sino también una ciencia sobre el hombre. Esto es algo que queda oscurecido en muchas ocasiones, de tal modo que la cuestión ecológica suele quedar reducida al ámbito de los ecosistemas y del medio ambiente. Sin embargo, también forma parte de la cuestión ecológica el ámbito de la vida natural del hombre, pues el cuerpo humano y la vida corpórea del ser humano -aunque no son equiparables a los organismos vivos de los vivientes no-humanos, porque el cuerpo del hombre es el cuerpo de un «yo», o sea, de una persona- conectan al ser humano con la naturaleza en una intimidad tal que el hombre mismo es un ser natural, un ecosistema, un micro-cosmos. Por este motivo, también el hombre es objeto de la ciencia ecológica. La dimensión natural del hombre, inseparable de su «yo», tiene que entrar en la preocupación ecológica, porque el hombre está íntimamente conectado con lo natural.

Si en tiempos antiguos la naturaleza con sus ritmos y leyes internas era considerada como algo necesario y sagrado, y por ello se consideraba que la tenía que desarrollar según sus ritmos y leyes sin que el hombre pudiera intervenir en ellos, el despliegue de las ciencias positivas y de la técnica han abierto la conciencia del hombre al poder de influir, de modificar e incluso de destruir esos ritmos y leyes de la naturaleza. La pregunta que se plantea desde ese momento es la siguiente:  Ese poder de intervenir en la naturaleza ¿tiene alguna medida?, ¿debe estar sujeto a algún criterio?, ¿o, por el contrario, puede ser ejercido como pura voluntad de poder?

La utilización del poder de la técnica en el seno de la naturaleza como pura voluntad de poder implica no tener en cuenta el valor de los seres vivos, de la vida natural del hombre, de los ecosistemas, del medio ambiente, etc. No considerar el valor de las cosas, el cual emana de un juicio de la conciencia humana a partir del descubrimiento de la verdad y del ser de estas, introduce en un camino en el que todo va quedando en manos de la arbitrariedad del poder, con el riesgo de que este se vuelva destructor para la naturaleza, para el hombre y para los demás seres vivientes del planeta. La medida y el criterio de la intervención del poder de la técnica en el ecosistema, en el hombre en tanto que «micro-cosmos», en las plantas y en los animales, son la verdad y el valor de estos. De entre ellos sólo el hombre es persona y, por tanto, el único que posee un valor absoluto. Ese permanente valor absoluto del ser humano es fuente constante de derechos inalienables. Entre estos derechos destacan el derecho a la vida, el derecho a la libertad, el derecho a la familia, como hogar humano para cada hombre en el mundo, el derecho a la educación y a la cultura. Todos estos derechos son para el ser humano un manantial inagotable de ecología del hombre y de ecología del ecosistema, porque forman en todos y cada uno de los hombres conciencia y compromiso ecológicos tanto en relación con la naturaleza como respecto de la vida natural de los hombres.

Entre la ecología del ecosistema y la ecología del hombre existe una cuestión ecológica de gran importancia:  el problema de los bienes naturales escasos. La naturaleza es limitada. Consecuentemente, también los recursos naturales que los hombres necesitan para el desarrollo de su vida humana son limitados. El planeta tierra no es propiedad de nadie. El mundo constituye el hábitat de todos los hombres, de la generación presente y de los que vivirán en él en tiempos venideros. La escasez de algunos bienes naturales y humanos, que son fundamentales para que el hombre pueda llevar una vida digna y no muera por falta de ellos, plantea un problema siempre urgente y grave para toda la humanidad. Todos somos conscientes de que la falta de alimentos, la falta de agua, la falta de medicinas, de energía, etc., suponen una tragedia para muchos grupos humanos que viven en la tierra, para hombres que son igualmente hombres, ni más ni menos, que aquellos seres humanos que gozan de abundancia de bienes materiales. El planeta tierra es la casa de todos y cada uno de los hombres. Sobre los bienes del mundo imprescindibles para la vida del hombre pesa una hipoteca social universal, porque el mundo es de todos. Esto implica que los hombres tienen la responsabilidad y la obligación de que cada persona pueda acceder a los bienes naturales y humanos necesarios para poder vivir una vida digna. Los organismos universales y las políticas sociales tienen un papel destacado en este ámbito. Uno de los bienes naturales que más relevancia tiene para la vida del hombre en la tierra es el agua. Por desgracia, el agua, necesaria para todo ser vivo, es uno de los recursos naturales escasos. El agua, un bien de todos y en bien de todos, es un recurso de la naturaleza a la que no tienen fácil acceso y en cantidad suficiente muchos seres humanos. El agua marina es fuente de vida para muchos seres vivos, que sirven de alimento al ser humano. Es necesario cuidar las aguas marinas. Las aguas continentales son fundamentales para la vida del hombre. El hombre no puede vivir sin agua dulce. Las aguas continentales son vitales para la vida de la humanidad. El cuidado del agua, los problemas de su explotación, de su distribución y su aprovechamiento deben de ser considerados desde la perspectiva del destino universal de los bienes naturales escasos; a la vez, deben estudiarse con profundidad y seriedad científica para que el agua pueda ser un bien que se conserve en la tierra y todos los hombres puedan acceder a él en la medida necesaria para poder vivir dignamente.

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ZENIT Staff

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