Conclusiones del II Congreso Iglesia y Medios de Comunicación

Celebrado en la Universidad Católica San Antonio de Murcia

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MURCIA, 18 mayo 2003 (ZENIT.org-VERITAS).- Publicamos la Conclusiones del II Congreso Iglesia y Medios de Comunicación que con el tema «Los medios de comunicación católicos en el siglo XXI» ha convocado la Universidad Católica San Antonio de Murcia, en colaboración con el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales y por la Unión Católica de Informadores y Periodistas de España.

El encuentro, que se celebró del 15 al 17 de mayor, fue inaugurado por el arzobispo John P. Foley, presidente del citado Consejo, y clausurado por Joaquín Navarro-Valls, director de la Oficina de Información de la Santa Sede.

Conclusiones

Aún vivo el recuerdo de la V Visita Apostólica del Papa Juan Pablo II a nuestro país, que ha constituido un verdadero Pentecostés de gracia y de cariño popular en torno al Santo Padre; con la certeza, recibida en este acontecimiento, de haber sido confirmados en la fe e invitados a la coherencia por el Sucesor de Pedro, de haber sido animados a una mayor esperanza que ahuyenta miedos y nos llama a dejar los cómodos reductos de las creencias para uso privado y, en cambio, bogar mar adentro -duc in altum-, salir a la calle, al foro público, profesionales y profesores de la comunicación –profesos, al fin y al cabo de tan noble oficio- hemos celebrado, organizado por la Universidad Católica San Antonio de Murcia, anfitrión nuestro en estos días, el Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales y la Unión Católica de Informadores y Periodistas de España, el II Congreso Internacional «Iglesia y Medios de Comunicación Social».

En él, después de compartir ricas y variadas experiencias en los diferentes medios ya sean de titularidad eclesial, pública o privada, y de reflexionar juntos a la luz de la doctrina de la Iglesia sobre el propio quehacer comunicativo y los retos evangelizadores que se nos presentan, hemos percibido de manera clara que el más importante de ellos es contribuir a conciliar, en la unidad de vida de nuestro propio ser y obrar, los dos ámbitos a los que pertenecemos: el de nuestro ser cristiano y el de la comunicación.

Un empeño éste, que es de obligado cumplimiento para todo discípulo de Cristo, pero que para nosotros toma fuerza de especial urgencia e importancia al ser cada vez mayor la influencia, propiciada por las nuevas tecnologías, que las comunicaciones tienen en la sociedad actual, hasta el punto de llegar calificarla como «sociedad de la información», tan influyente en el pensamiento y en la vida de los hombres y mujeres de hoy.

El reto: integrar el mensaje cristiano en la sociedad mediática </b>
Querámoslo o no, estamos inmersos en la llamada por unos sociedad mediática y por otros mediosfera, en la que, como ha descrito el Prof. Enrique Bonete en este Congreso «lo que creemos, pensamos y afirmamos de la realidad y de nosotros mismos está muy condicionado por aquello que se oye, se escribe y se ve en los medios de comunicación, y especialmente del más potente de todos: la televisión.

Estas «nuevas instancias de poder cultural de comienzos de este nuevo siglo, ya sean filosóficas, políticas o mediáticas, no sólo excluyen totalmente -como también nos ha señalado el Prof. Bonete- la legitimidad social al cristianismo para crear nuevas pautas morales o criticar las vigentes sirviéndose de los medios de comunicación», sino que, en el decir del doctor Navarro Valls, han contribuido a que se haya perdido la unidad de vocabulario y un sistema de referencias común para el cristiano, que el Papa Juan Pablo II ha rescatado con su dimensión comunicativa.

Nos hallamos, en definitiva, ante dos concepciones distintas: la de la cultura mediática y la de la Iglesia, pero, como ha llegado a señalar Juan Pablo II, «no existe razón para que las diferencias hagan imposible la amistad y el diálogo. En muchas amistades profundas, nos dice, son precisamente las diferencias las que alientan la creatividad y establecen lazos» [1].

Abandono del sentido instrumental: ya no «servirse de los medios» sino integrarse en la cultura creada por ellos

¿Cómo hacerlo?, ¿cómo evangelizar –razón de ser de la Iglesia- esta nueva cultura? Probablemente ha sido ésta la pregunta a la que todos hemos querido dar respuesta en este Congreso. Y la clave para lograrlo nos la ha dado Juan Pablo II, quien ha percibido, antes que nadie, que el trabajo apostólico o evangelizador en los medios ya no puede ser entendido en un sentido instrumental y difusionista, sino desde una visión integral, más completa. Para el Santo Padre el trabajo en los medios «no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usar los medios para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta «nueva cultura» creada por la comunicación moderna» («Redemptoris missio», 37).

En estos nuevos tiempos hay también, como ha señalado Mons. Foley, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, signos positivos y esperanzadores, citando entre ellos el aprecio por la coherencia y la demanda de responsabilidad ética, señales que nos animan a una esperanzada tarea evangelizadora.

Precisamente en la aportación de la sabiduría moral de la Iglesia a la reflexión ética en las comunicaciones sociales está uno de los mejores servicios que ella puede hacer al mundo de los medios. Esta oferta reclama para el espacio mediático un marco suficiente donde defender el ejercicio de la libertad responsable y el bien común, rescatar el sentido social de una comunicación a la medida de la verdad del hombre y su destino trascendente, para lo que se necesita el auxilio de las normas legales y de los códigos éticos, pero, sobre todo el compromiso moral de los propios comunicadores.

Según señala el documento «Ética en las comunicaciones sociales», la más original y valiosa de las aportaciones de la Iglesia «a las realidades humanas, incluyendo el mundo de las comunicaciones sociales, es ‘precisamente el concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en el misterio del Verbo encarnado» (Centesimus annus, 47). Como afirma el Concilio Vaticano II, «Cristo el Señor, Cristo el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación’ (Gaudium et spes, 22)» (n.5).

Esto lleva consigo, por ejemplo, entre otros cometidos más urgentes para esta hora, integrar en una comunicación que cada vez más se ha reducido a los ámbitos comerciales o mercantiles, la defensa de la dignidad de la persona, la reivindicación de la responsabilidad moral de la libertad, la defensa del matrimonio y de la familia, del derecho a la vida, del sentido social de los bienes, del verdadero valor de la sexualidad humana, y de la globalización de la solidaridad, por citar algunos.

La formación de los futuros comunicadores cristianos: el testimonio es la coherencia entre la fe y la profesión

En definitiva, se trata de ofrecer la visión cristiana de toda realidad y acontecimiento, y posibilitar a nuestros semejantes el encuentro con Cristo, quien es el fin último de la misión evangelizadora encomendada a todo cristiano, en los últimos tiempos de manera particular a los laicos, y a la que los periodistas han de contribuir de forma específica con su trabajo profesional en los medios.
En este cometido son precisamente las personas, ya sean los comunicadores o el público destinatario de la comunicación, quienes más interesan a la Iglesia en su trabajo pastoral en los medios.

Para con los primeros la Iglesia tiene ya una larga tradición educativa en sus centros universitarios de comunicació
n. En ellos, como el que ahora tan generosamente nos acoge, se ha de buscar no sólo una excelente cualificación profesional de los futuros comunicadores, sino también su formación integral en los más altos valores humanos y espirituales que ennoblecen la profesión y que, con el sentido cristiano de la vida, alcanzan su plenitud.

Así lo han expuesto algunos maestros de periodistas y estudiosos de la comunicación que han manifestado en este Congreso los rasgos y claves imprescindibles para lograrlo, y su propuesta para que las facultades de comunicación sean verdaderos ámbitos formativos donde se aúnen la continua investigación, el rigor académico de la docencia, y el experimentado oficio, sin olvidar la propuesta de la interioridad, de la espiritualidad, que como ha recordado el Papa a los jóvenes españoles en CuatroVientos, salva a la cultura de todo lo que la vuelve inhumana.

Necesidad formativa que también ha de abarcar al público, sobre todo a los más pequeños y jóvenes, a fin de lograr que sean unos usuarios responsables y críticos de los medios. Especial responsabilidad en esta tarea tienen los padres y la escuela, así como los titulados universitarios en comunicación, que podrían encontrar en esta tarea una posible salida profesional, habilitando en los planes escolares un espacio con tal fin.

La cualidades que ha de poseer un periodista cristiano las hemos visto encarnadas en la rica y atrayente variedad de los distintos profesionales de la comunicación que durante el Congreso han compartido con nosotros su testimonio de vida: ellos nos han expuesto el estilo personal con que cada uno logra armonizar su vocación humana de periodista y sobrenatural de cristiano. Su pasión por la profesión va pareja por la causa de Cristo, por la defensa de la dignidad de la persona humana y del bien común.

La prensa, la radio, la televisión e internet
Variados han sido también los distintos testimonios de los medios de comunicación en los que trabajan: la prensa, la radio, la televisión e internet.

Con respecto a la prensa la Iglesia ha de saber encontrar, con creatividad y audacia, la forma de recuperar su presencia, a fin de que su mensaje tenga una mayor significación y relevancia en la opinión pública, y contribuir así a la vertebración de la convivencia social. La reaparición de la prensa católica contribuiría, al mismo tiempo, a la recuperación del protagonismo de los intelectuales y pensadores católicos, a los que ofrecería la tribuna adecuada para exponer a la ciudadanía las razones de la fe sobre los más variados problemas y situaciones que depara la actualidad y que los medios reflejan.

La radio católica, por su parte, debe contribuir con su inmediatez a recuperar el contacto de la comunicación con la realidad social y ser el altavoz de las verdaderas necesidades de la audiencia, para las que la Iglesia tiene respuestas que han de ser presentadas de forma interesante y entretenida.

Las experiencias en el ámbito audiovisual, en sus distintas fórmulas, desde la más específica religiosa hasta la generalista, constituyen para la comunidad católica una realidad que se abre camino en el más influyente de los medios: la televisión. Las distintas iniciativas han de manifestar con claridad su identidad cristiana y dar así, a través de contenidos atractivos, adecuada satisfacción a la demanda de quienes buscan unas alternativas televisivas dignas de los valores trascendentes y del sentido cristiano de la vida.

Digna de especial atención es la decidida apuesta que la Iglesia ha hecho por las nuevas tecnologías de la comunicación, especialmente en el ámbito de Internet, tal y como se nos ha comunicado en este Congreso. Todas ellas muestran la creatividad y diligencia de quienes, urgidos por el celo de la nueva evangelización, quieren salir al paso de los hombres y mujeres que transitan por las también nuevas autopistas de la información. No sólo ofrecen en ellas el rico patrimonio cultural y religioso de la Iglesia en una comunión de bienes que representa en el mundo virtual la nota de la catolicidad de la Iglesia, su globalización, sino que es expresión también de la no menos real comunión de los santos, y constituye una red humana de ayudas y respuestas, donde la interactividad por fin se hace posible en los medios de comunicación.

Reciban nuestro más firme apoyo quienes trabajan en estas iniciativas para lograr objetivos evangelizadores, los cuales justifican, por encima de otras legítimas finalidades, la posesión por parte de la Iglesia de medios de comunicación propios.

Juan Pablo II, ejemplo de comunicador
Si la memoria del reciente viaje del Papa Juan Pablo II a España ha sido transversal en este Congreso con sus sugerencias y exigencias que nosotros hemos intentado interiorizar, su figura se nos presenta sobre todo como un magnífico modelo de comunicador al serlo también como pastor universal de la Iglesia. De ello nos ha hablado el Dr. Navarro Valls al darnos algunas claves de la eficacia comunicativa del Papa, que nacen de su autenticidad, de su apuesta por «rehacer un sistema común de referencias… para que se pueda entender hoy el universo de valores cristianos. En definitiva, para que el Evangelio pueda ser primero entendido y luego aceptado».

Juan Pablo II nos ha mostrado con su ejemplo y su enseñanza la manera de lograr la amistad entre la Iglesia y los medios, que no es otra que la de intercambiar sus propios bienes. Así nos lo decía en su Mensaje para la 33 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: «La cultura del memorial de la Iglesia, decía el Papa, puede salvar a la cultura de la fugacidad de la noticia que nos trae la comunicación moderna, del olvido que corroe la esperanza; los medios, en cambio, pueden ayudar a la Iglesia a proclamar el Evangelio en toda su perdurable actualidad, en la realidad de cada día de la vida de las personas. La cultura de sabiduría de la Iglesia puede salvar a la cultura de información de los mass-media de convertirse en una acumulación de hechos sin sentido; y los medios pueden ayudar a la sabiduría de la Iglesia a permanecer alerta ante los impresionantes nuevos conocimientos que ahora emergen. La cultura de alegría de la Iglesia puede salvar la cultura de entretenimiento de los medios de convertirse en una fuga desalmada de la verdad y la responsabilidad; y los medios pueden ayudar a la Iglesia a comprender mejor cómo comunicar con la gente de forma atractiva y que a la vez deleite.»

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[1] Juan Pablo II. Mensaje para la XXXIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. 1999.

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ZENIT Staff

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