Confesiones del cardenal Juan Luis Cipriani (III)

Sus experiencias personales de diez años como arzobispo de Lima

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 31 mayo 2009 (ZENIT.org).- Ver cómo Dios toca los corazones. Así resume el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, el gozo más intenso que le ha provocado su experiencia de diez años como pastor de la capital peruana.

En esta tercera parte de la amplia entrevista concedida a ZENIT (Cf. 28 de mayo y 29 de mayo), el purpurado reconoce también que su mayor dolor se produce al constatar cómo quienes deberían ser hombres de Dios no siempre lo son.

-Usted celebró este año la primera década como arzobispo de Lima. ¿Podría compartirnos cuáles han sido los momentos más alegres de este tiempo al servicio de su arquidiócesis?

–Cardenal Juan Luis Cipriani: Son diez años que han tenido muchas circunstancias y muy variadas. Lo que personalmente me conmueve es contemplar a una persona que se arrepiente y se acerca a Dios. He visto a miles y miles de personas en la exposición del Santísimo Sacramento, en más de 60 iglesias en Lima, y he experimentado cómo Jesús simple y llanamente me dice a mí como pastor: «Déjame visitarlos». Yo les animo a que hagan estas capillas. La gente pasa, conversa con Jesús, recibe su visita, cambia su corazón, vuelve a su casa de otro modo, trabaja de otra manera, empieza a encender, aunque sea un fósforo, una pequeña candelita, que ya acabará siendo antorcha. Siento el gozo de haber visto cómo Jesús a través de la exposición del Santísimo Sacramento está haciendo una gran primavera.

Esto me hace pensar en aquellas palabras que decía san Josemaría Escrivá por allá en los años setenta: «La mano de Dios no se ha agotado, no se ha reducido; el Señor sigue siendo generoso, padre, cariñoso, sigue buscando a sus hijos y sigue siendo su delicia estar con los hijos de los hombres». Esto a veces se nos olvida y queremos como suplir a Dios. Dejemos que Jesús tenga ese diálogo y, por eso, en estos años la experiencia de la exposición al Santísimo Sacramento ha sido una maravilla.

Pongo otro ejemplo, la experiencia del rosario en familia. Ha sido y sigue siendo una cosa impresionante. En la arquidiócesis hay una oficina del rosario que puede haber entregado dos o tres millones de rosarios. Unos me dicen: «pero están en el espejo de los taxis». Pero al verlos todo católico recuerda a María. Otros se los ponen en el cuello, pero cuando lo veo me recuerda que es mariano. Otros lo llevan y lo rezan con gusto. También diría que esta cadena mariana, que poco a poco está calando nuevamente en la familia, en los colegios, en las calles, en todos los lugares es un gozo muy grande. Son pequeños signos.

Por otro lado está la devoción al Señor de los Milagros, que atrae a una multitud no sólo en el mes de octubre sino a lo largo del año, millones que ante la cruz de Cristo ofrecen a sus hijos, vienen desde lejos, están contando sus problemas, escuchando sus propuestas. Cuando se van a Japón se llevan al Señor de los milagros. Cuando se van a Madrid, a Estados Unidos, aquí, a Roma, Turín, Milán, o París… Yo pregunto: ¿por qué nos cuesta creer? Porque no hay explicación más que el amor de Dios para que esa hermandad se difunda en el mundo entero. Cuando me preguntan cuáles son las mayores alegrías y satisfacciones, yo respondo que es tocar cómo la gracia de Dios sigue actuando en los corazones de miles de personas.

–¿Y cuáles han sido los momentos más difíciles?

–Cardenal Juan Luis Cipriani: Cuando veo que los sacerdotes, los religiosos o los obispos, a veces por distracción o por falta de fe, no son vehículos de Jesús. Esta falta de fe a veces impide que sangre fresca llegue a la juventud o llegue a la gente.

Hay tantos fieles que me piden «una bendición», «toque a mi hijo», «acuérdese de mí en su misa». Hay quienes dicen que estas son antigüedades, que no sirven para nada, que son modos de adormecer al pueblo. Pues lamentablemente esa falsedad ha hecho mucho daño y hay que decir que no adormece al pueblo sino que es lo que Jesús quiere y no está reñido con tantos deberes sociales que la Iglesia empuja. Es decir, parte de su mensaje está en la doctrina social pero una doctrina que arranca de ese hijo de Dios, con la óptica de una caridad cristiana, no con la óptica de una ideología política. Por más lícita que sea para los partidos políticos.

Por eso me parece que Benedicto XVI con serenidad y con una palabra iluminadora está dando origen a una nueva primavera en la Iglesia. ¿Por qué no se ve todo esto de una manera tan clara? Porque creo que muchas veces los medios de comunicación reflejan con mayor gozo la violencia, la muerte, los fracasos, los escándalos… Lamentablemente vemos cómo hay una especie de complejo de inferioridad; sólo se da a conocer lo malo que ocurre. Dicen: «nosotros sólo somos un espejo que re refleja la realidad». Falso. Había unos espejos antiguamente  que deformaban la realidad y uno se ponía delante de ellos y veía un monstruo. Muchos son espejos monstruos. La bondad y la maravilla de un buen deportista, de un hombre de cultura, de un buen pintor, de una madre de familia, de un buen sacerdote, afrontan y son normalidad, afrontan la enfermedad, afrontan la violencia.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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