Consejos de cuatro obispos españoles a sus políticos sobre la guerra a Irak

España es nuevo miembro del Consejo de Seguridad

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MADRID, 21 enero 2003 (ZENIT.org).- España entró hace dos semanas en el Consejo de Seguridad de la ONU, organismo que decidirá si se lleva a cabo la guerra contra Irak. Ante esta responsabilidad, ¿cómo debería actuar un político católico español que se viese en la disyuntiva de votar a favor o en contra de la intervención armada?

Cuatro prelados españoles han querido establecer una serie de criterios que, según ellos, deberían tener en cuenta los políticos españoles a la hora de tomar esta decisión. Se trata del nuevo arzobispo de Valladolid y presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, monseñor Braulio Rodríguez Plaza; del arzobispo de Zaragoza, ex presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y miembro de su Comisión Permanente, monseñor Elías Yanes; del obispo de Getafe (Madrid), monseñor Francisco José Pérez y Fernández Golfín, y de monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Oviedo y presidente de la Comisión Episcopal del Clero.

Los cuatro prelados han coincidido en señalar el deber de «continuar intentando resolver la crisis iraquí en la Sede de las Naciones Unidas», según ha destacado monseñor Pérez y Fernández Golfín. Para el obispo de Getafe, además, «todos tenemos obligación de rezar con insistencia para que no haya guerras, ni ésta ni otras».

Monseñor Osoro es de la misma opinión. Según el prelado, «España debe de buscar por todos los medios la paz y, por tanto, emplear todas sus fuerzas en este empeño, desde el convencimiento absoluto de que la paz es la suprema aspiración de la humanidad; una paz que solamente se puede conseguir si se respeta el orden establecido por Dios».

Monseñor Rodríguez Plaza añade que «no hay que hacerse, desde luego, muchas ilusiones acerca de la conducta o de las intenciones de Sadam Huseín, pero eso no da legitimidad moral a cualquier empleo anticipado y unilateral de la fuerza militar norteamericana para derrocar al gobierno iraquí».

«¿Se ha explicado razonablemente el por qué de este ataque? ¿Cuál es su razón?», se pregunta el prelado vallisoletano. «¡Son tantos los que piensan que la verdadera razón de esa guerra es el petróleo de Irak!», apostilla monseñor Rodríguez Plaza.

Los prelados coinciden en señalar que «la ‘guerra preventiva’ no existe en el Catecismo», como recuerda el arzobispo de Valladolid. «Hay casos en los que puede estar justificada una intervención armada, pero no una ‘guerra preventiva’, de lo que ya han hablado representantes de la Santa Sede», añade el obispo de Getafe.

«Por otra parte, ¿cómo apoyar una guerra, si sabemos que la guerra moderna –en la medida que es guerra total– tiende a implicar a poblaciones enteras, si no físicamente, al menos psicológicamente?», apunta el arzobispo de Oviedo.

«Este aspecto psicológico debe ser tenido en cuenta, porque no solamente se utilizan las armas, sino que se predisponen personas y se crean actitudes de aversión, que fabrican al enemigo en la propia conciencia personal y colectiva», continúa.

Monseñor Rodríguez Plaza también se cuestiona si «existe una clara y adecuada evidencia de una conexión directa entre Irak y los ataques del 11 de septiembre o una clara y adecuada evidencia de un inminente ataque de una naturaleza grave». «Es difícil justificar esa guerra, dado que ambas respuestas son negativas», concluye el arzobispo de Valladolid.

Los cuatro prelados han recordado las palabras de Juan Pablo II en su discurso al Cuerpo Diplomático del pasado 13 de enero.

Según apunta monseñor Elías Yanes citando al Santo Padre, «los conflictos deben encontrar solución por la vía del derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados, la diplomacia». «La guerra nunca es un medio como cualquier otro, al que se puede recurrir para solventar las disputas entre naciones», remarca el arzobispo de Zaragoza.

Monseñor Rodríguez Plaza ha vaticinado además, recordando las palabras pronunciadas por Pío XII en 1942 respecto a la Guerra Mundial que asolaba Europa en esos momentos, que el conflicto «sería un mar de lágrimas y amarguras», «un cúmulo de dolores y tormento», «ruina mortal del terrible conflicto».

«En definitiva, toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de los pueblos y sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra la humanidad. Y hoy es muy difícil la no destrucción de pueblos y habitantes en una guerra. Por eso, hay que condenarla con firmeza y sin vacilaciones de ningún tipo. Apoyemos el desarme de las conciencias, trabajemos por eliminar de los corazones el temor y la angustiosa perspectiva de la guerra», concluye monseñor Osoro.

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ZENIT Staff

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