Corea: Muere el cardenal Kim, uno de los “gigantes” de la Iglesia católica en Asia

Fue guardián de los derechos humanos y la democracia

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ROMA, lunes 16 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Con la muerte del cardenal cardenal Stephen Kim desaparece uno de los «gigantes» de la Iglesia católica en Asia, según ha anunciado este lunes «Eglises d’Asie» (EDA), la agencia de las Misiones Extranjeras de París (MEP).

De 87 años de edad, el cardenal Stephen Kim Sou-hwan, arzobispo emérito de Seúl, ha fallecido hoy a las 18 h (hora local) en el hospital Santa María de Kangnam (Seúl), según ha dado a conocer la propia archidiócesis. Está previsto que sus restos se lleven a la catedral Myeongdong, donde será velado hasta el momento de su funeral, cuya data aún no ha sido fijada.

Al conocer su fallecimiento, Benedicto XVI ha enviado un telegrama en el que recuerda la «asistencia fiel» al Santo Padre que como cardenal ha ofrecido el purpurado coreano.

Con la muerte del cardenal, el primer obispo coreano en acceder a esta dignidad eclesiástica, desaparece uno de los «gigantes» de la Iglesia católica en Asia, una personalidad que ha marcado la historia de su Iglesia y de su país.

Stephen Kim nació el 8 de mayo de 1922 en el pueblo de Taegu, en la época en que su país era colonia japonesa. Tras haberse visto forzado, en su época de seminarista, a servir bajo la bandera japonesa, fue ordenado sacerdote el 15 de septiembre de 1951, en pleno fragor de la guerra de Corea (1950-1953).

Se convirtió en obispo de Masan en 1966. El Papa Pablo VI le transfirió a la sede de Seúl en 1968, antes de elevarle a cardenal en año siguiente. El cardenal Kim se convirtió así en el primer cardenal coreano, y con sus 46 años, en el cardenal más joven de la Iglesia católica en todo el mundo en aquellos años.

A finales de la década de los 60, la Iglesia católica tuvo que «coreanizar» sus estructuras, a las que el cardenal Kim imprimió su marca personal. Optó por un compromiso concreto con la sociedad para responder a las grandes cuestiones sociales: el desarrollo económico, la justicia social y la democratización política.

En 1968, en su mensaje inaugural como arzobispo de Seúl, el cardenal Kim hizo un llamamiento a la Iglesia de Corea a «abatir los altos muros tras los cuales se ha encerrado para ir al corazón de la sociedad», con el fin de ser una Iglesia al servicio de los pobres, en fidelidad a las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

Las cosas no iban bien debido a que el cuerpo episcopal y el clero coreanos no formaban un frente unido sobre estos temas. Además la posición de los militares, entonces en el poder, se estaba endureciendo, amenazando a la democracia y a los derechos humanos. En la Iglesia surgieron grupos de sacerdotes que forzaron al Gobierno a moderar sus abusos contra los derechos humanos y sobre todo a sensibilizar a la opinión pública.

Más tarde, una vez conseguida la democracia política, el cardenal Kim supo salvaguardar la unidad de la Iglesia católica en Corea acompañando las luchas sociales que marcaron el final de los años 80 y los 90 por una mayor distribución de la riqueza económica.

La parte frontal de la catedral Myeongdong ha permanecido en la memoria como el lugar-símbolo de la protesta popular, un lugar ocupado por manifestantes de todo tipo, a menudo sin ningún tipo de pertenencia cristiana, pero dispuesto a organizar sus luchas.

El cardenal Kim dimitió a los 76 años de sus responsabilidades, en 1998. Hoy la Iglesia representa el 9% de la población, y en la mente de los coreanos el cardenal Kim ha permanecido como el guardián de los derechos humanos y la democracia.

Atento a las demás Iglesias de Asia, el cardenal Kim fue uno de los artífices de la FABC, la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia, y se le considera el autor de la reactivación del diálogo entre los pueblos japonés y coreano, entre otras cosas mediante los encuentros entre ambos episcopados. En 1998, durante la celebración en Roma del Sínodo de los Obispos para Asia, fue uno de los tres cardenales que presidió los debates.

El cardenal Kim ha escrito varias obras, entre ellas «Justicia Social», «Oraciones por la Paz», «Dios es amor», «La paz con esta tierra», «Vivir como un ser humano», y sus memorias, «Amaos los unos a los otros».

Con su fallecimiento, el Colegio Cardenalicio se compone de 188 cardenales, de los cuales 115 son electores y 73 no electores (ya han cumplido los ochenta años).

Por Anita S. Bourdin, traducción del francés por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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