Costa Rica: “Anunciar el Evangelio de la Vida”

Mensaje los obispos con ocasión del Día de la Vida Antes de Nacer

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SAN JOSÉ, martes 27 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Los obispos de Costa Rica hicieron público este lunes un mensaje con motivo de el Día de la Vida Antes de Nacer. En él afirman que es su deber “anunciar el Evangelio de la Vida y promover la protección de toda vida humana”.

La Conferencia Episcopal de Costa Rica, ante el Día de la Vida Antes de Nacer que se celebra el 27 de julio, han hecho público un mensaje respondiendo a su “deber como pastores de la Iglesia, de anunciar el Evangelio de la Vida y promover la protección de toda vida humana”.

Los obispos afirman su deseo de “meditar en el intercambio vital entre el padre, la madre y sus hijos e hijas durante la gestación”. 

“Las madres que gozan de  la dicha de gestar a un nuevo ser en su seno –afirman–, tienen el inmenso don de contribuir con la Creación de Dios”, subrayan. 

“La experiencia de la maternidad y paternidad acerca a las personas que la viven al milagro de la Creación. El padre y la madre participan en la procreación de ese hijo y, por tanto, están en posición privilegiada para reconocer la relación que existe entre su amor y esa nueva vida. Pero el milagro es tan grande que los conduce a reconocer que el ser humano, solo, no lo podría haber logrado. Es allí donde descubren que la vida es un don de Dios” (Sexualidad: don y responsabilidad, 6.1)”.

“El don de la vida otorgado por el Creador –afirman los obispos–, es una consecuencia del inmenso amor de Dios por sus hijos, y por tanto, el proceso procreador humano está llamado a ser un intercambio de amor: los cónyuges se aman entre sí, aman sus hijos, los hijos los aman a ellos, y los hermanos se aman mutuamente. Esta comunión de amor, la familia, estable y firme porque se fundamenta en la pareja humana indisoluble entre un hombre y una mujer, es el ambiente que Dios ha escogido para que sus hijos sean recibidos dignamente”.

“En la familia todos se aman incondicionalmente y de un modo perenne. Esto da pie a un intercambio de las vidas que enriquece la existencia de todos: el bien de uno lo es de todos, y el mal que sufre uno lo sufren todos”.

Este “intercambio de amor lo viven los padres y los hijos desde el proceso de la gestación. Afectivamente se da un vínculo inmediato, y ante la presencia del don de Dios, los progenitores se renuevan en su alianza esponsal y toda la familia se alegra y se eleva en agradecimiento. Se puede decir que la llegada de un nuevo miembro a la familia le ayuda a esta a regenerarse, a hacerse nueva”, añaden.

“Esto que ocurre a un nivel espiritual y afectivo también ocurre a nivel biológico. Siempre se ha sabido que la madre, junto con su amor, entrega a la niña o niño en gestación todos los nutrientes y condiciones que requiere para crecer. Pero hace poco se descubrió que también el hijo ayuda a la madre: se observó el rol activo de células fetales que durante el embarazo se introducen en la sangre de su madre y le ayudan a regenerar tejidos del cuerpo materno que requieren reparación. Los científicos han observado que células madre del feto ingresan a la madre durante el embarazo, y ahí le ayudan a regenerar su corazón, su hígado y otros tejidos. De este modo, las madres se benefician biológicamente por llevar en su vientre a una niña o un niño”, observan los obispos. 

“Ciertamente es inmensa la riqueza que se da en el intercambio vital entre las madres y sus hijos e hijas que se desarrollan en su vientre. El intercambio entre madre e hijo (a) se da a todos los niveles, se transmiten nutrientes y células, y es abundante a nivel afectivo y espiritual, pues los hijos y los padres se construyen mutuamente, se edifican, se ayudan y se alimentan como personas.  También se regeneran.  Lo que ocurre a nivel celular cuando el feto da a la madre sus células para ayudarla a renovar sus tejidos, ocurre afectiva y espiritualmente, cuando el amor hace que las personas se renueven”, añaden.

Los obispos afirman que “no se puede admitir ningún pretexto que sea utilizado para matar a un niño inocente, o para despenalizar el aborto a través de leyes inhumanas disfrazadas de tecnicismos y falsedades”.

“Los cristianos –exhortan- debemos transformar la sociedad en que vivimos, muchas veces violenta, por una sociedad fundamentada en el amor. De hecho, debemos ayudar a las madres gestantes poniendo a su alcance lo que requieran para sacar su vida adelante, y la de su hija o hijo, que es primeramente hija o hijo de Dios. Los cristianos y la sociedad en general debemos poner a disposición de ellas el acceso a fuentes de trabajo y educación, a los servicios de salud, a la asesoría legal y al apoyo psicológico, y por supuesto, debemos dar soporte espiritual, para que tomen decisiones que les favorezcan a ellas mismas y a sus hijas e hijos”.

“Además –añaden–, debemos mejorar y poner a disposición de los padres y de los jóvenes una educación de la sexualidad desde una perspectiva integral, que favorezca en los jóvenes relaciones sanas y la posposición de las relaciones sexuales genitales hasta el momento del matrimonio, así como una pastoral familiar que fortalezca el vínculo entre los esposos y los haga crecer en amor y generosidad.  Esto es lo que les conviene y lo que agrada a Dios”.

Los obispos constatan que “actualmente el mundo está viviendo una época de violencia, y Costa Rica no escapa a este flagelo. Violencia en las carreteras y en las ciudades, violencia en los hogares y en los colegios, la silenciosa violencia de la pobreza y del daño al ambiente. Usualmente son los más vulnerables los que sufren más. El aborto es una de las agresiones mayores que existe hoy en día, y nunca puede aceptarse como medio para resolver nada”.

Y concluyen confiando en la protección de Nuestra Señora: “Que ella nos alcance la gracia de acoger a cada niño y niña en gestación”.

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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