Crece la petición de acompañamiento espiritual en las crisis

Entrevista con el padre Larry Yévenes, s.j.

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SANTIAGO, lunes, 30 agosto 2004 (ZENIT.org).- Ya sea por superación de prejuicios o por el estilo de vida estresante de este momento, está aumentando el número de personas que buscan ayuda ante las crisis, un desafío que también llama a las puertas de la Iglesia, explica el padre Larry Yévenes, s.j., director de Cuadernos y Área de Psicología y Espiritualidad del «Centro de Espiritualidad Ignaciana» (CEI) en Chile.

En esta entrevista difundida por la Conferencia Episcopal chilena, el jesuita recorre los pasos del acompañamiento espiritual destinado a quienes han experimentado situaciones de crisis.

–¿De qué forma se puede aprender a socorrer al prójimo frente a situaciones de crisis?

–P. Yévenes: Ayudar a una persona que experimenta una crisis es un servicio que requiere de una gran dosis de sensibilidad y empatía humana. Es un ejercicio de ponerse siempre en el lugar del otro. Por ello, como acompañantes necesitamos invertir el tiempo que sea necesario, junto con respetar el proceso de la persona. Nunca hay que forzar a quien está en crisis a dar pasos para los que no está preparado.

Además, tenemos que encarnar una confianza básica en la acción de Dios en la persona y en los recursos que ésta posee para salir adelante. Ayudar no implica infantilizar a la persona que sufre.

Por último, resulta fundamental aprender de las experiencias de crisis de quien ayuda – el modo como hemos salido de ellas. Ello nos permitirá aplicar aquello que nos ha servido, respetando a la vez la originalidad de cada crisis individual.

–¿Mediante qué método se puede prestar ayuda? ¿En qué consiste?

–P. Yévenes: Existe una metodología – llamada «manejo de crisis» – que consiste, fundamentalmente, en detener el espiral de comportamiento inadecuado tan rápida como hábilmente sea posible, y haciendo eso, devolver a la persona a su nivel de funcionamiento pre-crisis.

Esta metodología se puede resumir en seis pasos: 1) definición del problema o crisis (frecuentemente las personas llegan muy confundidas); 2) asegurar la seguridad de la persona; 3) proveer apoyo o contención, dejando que la persona exprese sus sentimientos; 4) revisar con la persona las alternativas posibles; 5) hacer planes realistas; 6) obtener un compromiso. En nuestro taller desarrollamos cada uno de los pasos de esta metodología.

–Probablemente, muchas personas que hayan vivido una situación difícil duden de su fe. ¿Cómo es posible lograr que vuelvan a creer?

–P. Yévenes: Cuando en el idioma chino se escribe la palabra crisis, sus caracteres representan dos realidades diferentes: peligro y oportunidad. En el terreno de la fe se pueden vivir ambas situaciones: por una parte, se corre el peligro de caer en una crisis de fe, pero también se puede vivir la crisis como una oportunidad para madurar y fortalecer la fe en Dios en medio del dolor.

El acompañante puede invitar a la persona a contactar con las raíces profundas de su relación con Dios. Allí puede haber muchos elementos que necesitan ser purificados. Muchas veces se rompe el diálogo con la trascendencia porque se tienen imágenes distorsionadas de quién es Dios para la humanidad y para cada uno de nosotros. A veces se le ha mirado sólo como un «proveedor de favores», alguien que debe estar disponible a satisfacer nuestros antojos, y ello nos hace sentir despecho cuando las cosas no resultan como quisiéramos. Entonces, preguntar quién es Dios para la persona es un paso fundamental cuando acompañamos espiritualmente su dolor.

Para los cristianos, otro elemento fundamental es remitir el dolor y la crisis a la persona de Jesús. Aquí nos puede ser muy iluminadora la pregunta del Padre Hurtado: ¿qué haría Cristo en mi lugar? En otras palabras, ¿qué haría el Señor si estuviese en mi situación de crisis? Recordemos que buena parte del ministerio público de Jesús se desarrolló acompañando a personas que estaban en «crisis»: enfermos terminales, hombres y mujeres rechazados por la sociedad (publicanos, mujeres que vivían del comercio sexual…). Por eso resulta muy útil invitar a la persona que sufre a contactar con la misericordia de Jesús.

En resumidas cuentas, cuando acompañamos a alguien en crisis, nuestro papel es invitarle a no dejar la oración y conversar el problema con Dios.

–Frente a los tiempos que estamos viviendo ¿usted cree que hace falta este tipo de actividades?

–P. Yévenes: Hoy en día el fenómeno de la crisis posee rostros muy diversos. Los vemos a diario en situaciones donde la vida está en peligro (accidentes, intentos de suicidio, aborto), crisis situacionales (cesantía, por ejemplo), crisis existenciales (falta de sentido de la vida, jubilación) o crisis medioambientales (las lluvias torrenciales en el sur de Chile, por ejemplo).

En el Centro de Espiritualidad Ignaciana tenemos una larga tradición formando acompañantes espirituales y agentes pastorales que atienden este tipo de casos con gran frecuencia. A ellos les proporcionamos herramientas tomadas de la psicología y de la espiritualidad ignaciana para acompañar de manera efectiva a quienes viven situaciones de crisis. En nuestro contacto con estos agentes pastorales, hemos comprobado que el número de personas que solicitan ayuda pareciera estar creciendo. Un botón de muestra es el «Apoyo espiritual», un servicio valioso que el Santuario del Padre Hurtado ofrece a los peregrinos. Este aumento puede deberse tanto a que se han superado ciertos prejuicios a la hora de buscar ayuda, como al estilo de vida estresante que enfrentamos hoy en día. Lo cierto es que se trata de un desafío que como Iglesia debemos enfrentar con lo mejor que disponemos.

–¿Observa alguna falencia espiritual en la población?

–P. Yévenes: La palabra «falencia» resulta un tanto equívoca, ya que pareciera sugerir una responsabilidad moral en quien pasa por una situación de crisis. Yo prefiero hablar de «necesidades no satisfechas». Entre éstas, quisiera destacar cuatro que creo importante abordar. La primera es la necesidad de aprender a tolerar las frustraciones. Hoy en día vivimos con una tendencia a querer escapar lo más rápido posible de las dificultades. Nos cuesta enfrentar lo no grato, lo que complica. Por eso los compromisos definitivos se diluyen con una excesiva facilidad y cuesta mucho ver personas que son fieles a la palabra empeñada.

La segunda necesidad está conectada a la primera. Consiste en la necesidad de vivir con mayor esperanza, dejando de lado el pesimismo que, por épocas, parece muy arraigado en la idiosincrasia chilena.

La tercera necesidad es de verdad y transparencia. Eso lo esperamos en muchas esferas de nuestra vida pública, donde pareciera que sólo conocemos una punta del iceberg, pero subyacen fuerzas ocultas que determinan la marcha de muchos asuntos de interés común.

Finalmente, la cuarta necesidad es de identidad, y se revela en el modo como muchas personas buscan de modo compulsivo modelos en quienes inspirarse (los personajes de la TV o los cantantes, por ejemplo), o pretender ser o poseer lo que no son o poseen. Detrás del consumismo desenfrenado hay mucha carencia de identidad.

–¿Es necesario creer en Dios para tener una vida espiritual plena?

–P. Yévenes: Hoy no tenemos una comprensión única del sentido de la palabra «espiritualidad». Si uno abre el diario, descubre muchas ofertas diversas de actividades «espirituales», que no necesariamente corresponden a nuestra tradición judeo-cristiana. Creo que es urgente cultivar un sano discernimiento cuando se trata de elegir actividades formativas de nuestro espíritu. No todo está al mismo nivel. Hay algunas actividades, talleres o cursos que nos pueden llevar a un gran ensimismam
iento o a un narcisismo disfrazado de búsqueda de paz. En nuestro afán por encontrar actividades que nos produzcan paz, podemos olvidar que a nuestro lado pasan personas que requieren de nuestro apoyo y compañía. Ahora que estamos en el mes de la solidaridad, nos hace bien aprender del modelo del Padre Hurtado, para quien una auténtica espiritualidad supone un jugarnos por los demás.

Desde nuestra perspectiva cristiana, una «espiritualidad plena» supone un salir de nosotros al encuentro de las demás personas, especialmente los que sufren, y dialogar con Dios para descubrir su voluntad.

Por otra parte, todos conocemos figuras espirituales – Gandhi, por ejemplo – que sin compartir nuestra fe en Jesucristo, han encarnado de modo sublime los valores del compromiso con los demás, el altruismo y la donación de sí. A ellos el teólogo Kart Rahner los llamó «cristianos anónimos».

[Entrevista de Catalina Bravo, CEI]

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ZENIT Staff

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