Creer en Cristo, como "aquél que ha de venir" (Bautismo del Señor, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Dado que la segunda lectura de la fiesta del Bautismo del Señor corresponde a un pasaje de la I Carta de san Juan, en esta ocasión nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente de ella.

*****

Pedro Mendoza LC

 «Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, pues éste es el testimonio de Dios, que ha testimoniado acerca de su Hijo». 1Jn 5,1-9

Comentario

El pasaje, que sirve de segunda lectura en la fiesta del Bautismo del Señor, está tomado de la 1ª carta de san Juan. Podemos distinguir dos partes: en la primera predomina el tema de la fe y, en la segunda, se habla de quién es el destinatario de esta fe, Jesucristo, y de su testimonio.

La primera parte del texto (vv.1-5a) habla sobre la «fe». Uno de los principales objetivos del autor de la carta es definir mejor la fe cristiana, a partir de una contestación polémica. Por ello indicará que la fe no es una colección de doctrinas que creer; la fe es una marcha. Coloca la fe en relación con lo siguientes aspectos: amar – conocer – mandamientos – nacer – vencer.

En primer lugar se habla del «creyente»: en los vv.1-5a tenemos una especie de retrato del creyente: nacido de Dios, ama y practica los mandamientos; es vencedor. Es interesante constatar cómo, según su uso, las palabras «amar» y «conocer» resultan equivalentes a «creer». Igualmente, «guardar el mandamiento» equivale a «amar como amó Cristo». La obediencia del Hijo al mandamiento recibido del Padre se convierte en el modelo y en el dinamismo del cristiano, es decir, en el fundamento mismo de la actitud de fe. Por otra parte, la fe es presentada en un contexto de combate contra las fuerzas hostiles del mundo (cf. 2,13.14 y 4,4). El que ha nacido de Dios se convierte, como el Hijo, en un «vencedor del mundo»: «Tal es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (5,4). ¿Quiere decir esto que el cristiano no tiene que luchar ya contra las fuerzas del mal en este mundo? De ninguna manera nos dirá el autor de la carta. El cristiano tiene la seguridad de la victoria, puesto que cree que Jesucristo es el salvador del mundo. Pero, puesto que la fe pertenece al orden de la respuesta, es preciso que intervenga la libertad humana. En consecuencia, si la fe es una victoria (5,4), supone un combate, un discernimiento.

En segundo lugar, podemos constatar la importancia de las confesiones de fe en la carta. Fijémonos en las dos confesiones de fe, propuestas (5,1 y 5,5b). Empecemos por la segunda: «El que cree que Jesús es el Hijo de Dios» (5,5b). Esta fórmula tiene su correspondiente en 4,15: «El que confiesa…». Hay una equivalencia entre «confesar» y «creer». En cambio, la primera fórmula: «El que cree que Jesús es el mesías, ha nacido de Dios» (5,1) tiene su correspondiente negativo en 2,22: «El que niega que Jesús es el mesías». Contra una fe en Cristo truncada o deformada, el autor de la carta confiesa que «Jesús es el mesías». Creer corresponde a una marcha personal, pero le conviene a la comunidad creyente confesar a un solo y mismo Jesucristo: la exactitud de la formulación teológica no perjudica a la dinámica de la fe, sino que la sostiene y le confiere una dimensión eclesial; se convierte en un «símbolo » en el que se reconoce cada creyente.

La segunda parte del texto (vv.5b-9) habla de la venida de Cristo y de su testimonio. En el v. 6, Jesucristo es designado como «el que viene»; el autor afirma que Jesucristo ha venido en carne. Pero, como sucede a menudo en la escritura joánica, una palabra llama a otra, un símbolo se precisa por otro. El término «agua» remite a lo que es carnal y también a las tradiciones del bautista en el evangelio. Juan bautista anuncia un bautismo que será no solamente de agua, sino de agua y de Espíritu (Jn 1,33). El autor de la carta sabe que el Espíritu vino a la cruz. Hace alusión al golpe de la lanza: «salió sangre y agua» (Jn 19,34); conoce también la larga espera del Espíritu, característica del evangelio de Juan: los discípulos no comprenden hasta recibir el Espíritu, hasta que «Jesús no fue glorificado» (Jn 7,38-39).

Con todo este simbolismo como trasfondo, el autor precisa por tanto en 5,6: «no sólo por el agua, sino por la sangre». Y afirma más adelante que el Espíritu es «el que da testimonio». La referencia al episodio de la lanzada prosigue de forma muy hábil; el que atestigua, en el evangelio, es el discípulo amado al pie de la cruz (cf. Jn 19,34-35). Decir que «el Espíritu da testimonio» es decir que el autor y su comunidad dan este testimonio en el Espíritu, en la verdad. Finalmente, el tema del testimonio alude a la oposición entre el testimonio que procede de los hombres y el que procede de Dios: cf. Jn 5,31-47. El testimonio que viene de Dios es el del Padre «en favor de su Hijo» (v.9).

Aplicación

Creer en Cristo, como «aquél que ha de venir».

 En la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad, la liturgia de la Palabra nos recuerda este acontecimiento singular de la vida de Cristo y también nuestro.

La 1ª lectura del libro del profeta Isaías (55,1-11) nos habla de las disposiciones que Dios requiere por parte del hombre para poder visitarlo: «buscar al Señor e invocarlo; abandonar el camino del mal y convertirse al Señor». Acojamos estas palabras y llevémoslas a la práctica en nuestra vida diaria: estas son las disposiciones necesarias para que la gracia de Dios pueda obrar en nuestras vidas. Buscar al Señor significa abrirle nuestro corazón y abrazar su voluntad en lo concreto de nuestro peregrinar diario; abandonar el camino del mal quiere decir no dejar lugar en nuestra vida al pecado en cualquiera de sus formas; convertirnos al Señor consiste en acudir una y otra vez a las fuentes de su misericordia para recibir su perdón y continuar avanzando por el camino del bien.

 Las disposiciones señaladas en la 1ª lectura son las mismas con que debía ser recibido el bautismo de Juan, como nos refiere el evangelio (Mc 1,7-11). Admiremos el ejemplo de Cristo en el evangelio. Acude a recibir el bautismo de Juan, sin necesidad personal de ello. Pero lo hace, consciente de que era necesario para cumplir su misión, esto es era necesario que se colocara entre los pecadores, haciendo, en cierto sentido, causa común con ellos, mostrándose solidario con ellos. Agradezcamos a Cristo que ha venido, no sólo para estar entre nosotros, para consolarnos con su presencia, sino para estar en medio de nosotros pecadores, para compartir nuestra suerte y transformarla, gracias a su solidaridad, en camino de salvación. Y, finalmente, reavivemos una vez más cuanto sucedió en nuestro bautismo: la inmersión en las aguas que simbolizan nuestra muerte al pecado, y la emersión de ellas, que señalan nuestra condición de vida nueva en Cristo.

 Como nos recuerda la segunda lectura (1Jn 5,1-9), comentada anteriormente, Jesús ha venido «no sólo por el agua» sino también «por la sangre», indicando los dos bautismos que Él recibió: en el J
ordán y en el Calvario. De este modo, conscientes de la unión estrecha entre el agua de nuestro bautismo y la sangre de Jesús, valoremos lo que significa el don de nuestro bautismo: la purificación que nos ha ofrecido no sólo con el agua, sino con la sangre que Jesús ha derramado por cada uno de nosotros. Este don requiere que avivemos y confesemos nuestra fe en Cristo, quien es «aquél que ha de venir». Confesemos la fe en Cristo reconociendo en Él al mesías de Dios, a nuestro salvador y rindamos también nosotros a los demás fiel testimonio de lo que significa ser seguidores de Cristo.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación