Creo en la Iglesia católica

Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 10 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Creo en la Iglesia católica».

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VER

Como consecuencia de la difusión machacona de crímenes clericales de pederastia en varias partes del mundo, se podría esperar que mucha gente se alejaría de nuestra Iglesia. Y sí, hay quines esgrimen ese dato para acusar a toda la institución, y así legitimar su increencia, o para quedarse más «tranquilos» en su pecado. ¿Con qué autoridad, dicen, la Iglesia les va a dar clases de moral? Y no se tientan la conciencia para intentar enlodar al mismo Papa. Su mayor gozo y satisfacción sería encontrarlo culpable. No recuerdan que en la historia eclesiástica ha habido épocas mucho peores, y la Iglesia, que no es obra humana sino divina, no se ha derrumbado, sino que constantemente se renueva. 

En los días de Semana Santa, las multitudes se han volcado a nuestras iglesias, más que en otros años. Nuestra catedral estuvo abarrotada por gente de toda clase, resaltando la presencia de jóvenes. Ha habido muchos bautismos y conversiones, aquí y en otras partes. El Miércoles Santo, en catedral, estuvimos trece sacerdotes y los dos obispos confesando a cientos de fieles durante tres horas y media, y algo semejante sucedió en otras parroquias. Si desconfiaran de la Iglesia, no se acercarían a los sacerdotes para abrir lo profundo de su conciencia y encontrar el perdón y la paz que da este sacramento. Al término de la Misa pascual, mucha gente se acercó para pedir personalmente la bendición para sí, para sus niños y niñas. ¿Y esto no es noticia? 

JUZGAR

Lo más difícil de la fe no es creer en Jesucristo, sino en la institución a la que confió continuar su obra, su Iglesia. La instituyó para predicar su Evangelio y para demostrar con hechos que es posible otro mundo, otro tipo de vida, donde haya justicia, fraternidad, servicio, honestidad, paz, amor. Esta es su misión y vocación: ser sacramento del amor de Dios Padre, ser signo visible de la vida nueva en Cristo, en el Espíritu. Sería gravísimo que, por nuestros pecados, se rechazara el Evangelio. Sin embargo, El, que es santo, hace santa a su Iglesia y la sostiene; por ello, creemos en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.

Algunos, para prescindir de la institución eclesial, insisten en que lo importante es el Reino de Dios, no la Iglesia. Al respecto, dijo el Papa Juan Pablo II: «El Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente ésta no es fin en sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar. De ahí deriva una relación singular y única, que aunque no excluye la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia, le confiere un papel específico y necesario… La Iglesia no es fin en sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres y para los hombres» (Redemptoris Missio, 18 y 19). 

ACTUAR

Sin negar los pecados que tenemos y que no podemos justificar, es tiempo de asumir con madurez nuestra fe y salir adelante, iluminados por el Evangelio y sostenidos por la oración y la solidaridad eclesial, sin dejarnos apabullar. Por ello, desde este sencillo espacio, vaya nuestro apoyo sincero al Papa Benedicto XVI, a quien admiro por su lucidez evangélica, por su valentía en afrontar los problemas, por su claridad en indicar soluciones y por su invitación a un nuevo éxodo, que nos haga dejar el pasado y caminar hacia tiempos nuevos, aunque tengamos que pasar por desiertos. Vaya también mi solidaridad hacia los Legionarios de Cristo, pues aunque es verdad que son intolerables y aberrantes los actos que se han comprobado de su fundador, la entrega generosa y leal de muchos de ustedes que conozco, es un testimonio de fidelidad a su consagración. ¡Animo! Ustedes son Legión de Cristo, no de otra persona, y Él los sostiene e impulsa para renovarse y servir sólo a su Reino, en su Iglesia.

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ZENIT Staff

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