Creyentes y no creyentes recuerdan hoy a san Francisco de Asís

Modelo de vida evangélica que trascendió las fronteras de la Iglesia

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ROMA, jueves 4 octubre 2012 (ZENIT.org).- La figura de san Francisco de Asís ha sido un modelo de vida evangélica que ha trascendido las fronteras de la Iglesia. Creyentes y no creyentes, desde el sector social al religioso, pasando por el ecológico, lo tienen como inspiración en sus esfuerzos por seguir a Jesucristo, a quien el «pobrecillo de Asís» imitó hasta el final sin acomodos. Con motivo de esta festividad reproducimos un artículo publicado por el director de la revista Ecclesia de España, Jesús de las Heras M.

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“Quién por fraile o por hermano, todo el mundo es franciscano”

Por Jesús de las Heras M.

La cita anual en el calendario litúrgico de la Iglesia en torno a la fiesta de San Francisco de Asís es una convocatoria siempre gozosa y festiva. Evocar y celebrar a Francisco es sumergirse en el manantial de la gracia de Dios, en las fuentes del verdadero y apasionado seguimiento de Jesucristo. Francisco de Asís siempre llega a la comunidad cristiana y a tantas y tantas otras personas como una bocanada de aire puro, fresco, fragante y renovador. El 4 de octubre es San Francisco de Asís, el santo que no pasa de moda, el cristiano que más se ha parecido a Cristo.

Decir Francisco es decir Evangelio, evangelio sin glosa, evangelio vivo, vivido y transmitido. Es decir radicalidad, idealismo, fraternidad, pobreza, paz, humildad, minoridad, conversión, cruz, gracia. Es decir, Dios, “mi Dios y mi todo”. Es decir el Dios que es “todo Bien, sumo Bien, Dios vivo y verdadero”.

Con razón el pobrecillo de Asís –“il poverello”-, el “mínimo y dulce Francisco” –en hermosa y acertada frase del poeta Rubén Darío- ha sido considerado como el cristiano que más se ha parecido a Jesucristo y como el principal o, al menos, uno de los principales personajes de todo el segundo milenio de la era cristiana. Francisco es amado no solo por la gran familia franciscana y por los miembros de la Iglesia, sino por tantas otras personas, cristianas o no, creyentes o no creyentes.

Llegar al corazón de todos, de tantos

Y es que Francisco ha llegado y llega al corazón de pobres y de ricos, de intelectuales y de iletrados, de laicos y de consagrados, de sacerdotes y de vocacionados, de nobles y de plebeyos. Prueba de ello es la fecundidad casi inagotable de su carisma, traducido a Órdenes e Institutos consagrados y laicales masculinos y femeninos, a movimientos, patronazgos, asociaciones…

¿Cuántas personas integran la gran familia franciscana? Se habla de más de setecientos mil seglares afiliados formalmente a ella. Los religiosos son en torno a cincuenta mil entre menores, conventuales, capuchinos, franciscanos de la TOR, franciscanos de la Cruz Blanca, franciscanos de María… Todas estas Instituciones tienen, a su vez, rama femenina, bien poblada y frondosa. Asimismo, a partir del siglo XIX, al autorizarse la vida consagrada activa para las mujeres, surgieron numerosas congregaciones de matriz franciscana, que sumaban muchos miles de consagradas. ¿Hasta un millón de católicos están jurídicamente relacionados con San Francisco? ¿Y cuántos más lo están –lo estamos- en el corazón?

San Francisco de Asís es patrono de los ecologistas, de los agentes forestales, de parroquias, de ciudades –como San Francisco, en USA, una de las principales metrópolis del país-, de los veterinarios, de los escultistas, de los pacifistas, de los belenistas… Como escribía el sacerdote y poeta catalán del siglo XIX -uno de los referentes de la literatura catalana- Jacinto Verdaguer, terciario franciscano, “quien por fraile quien por hermano, todo el mundo es franciscano”.

De todas las ramas franciscanas, han florecido en santidad 571 santos y beatos, al menos. Ninguna otra familia religiosa tiene tantos. Y algunos, como Santa Clara de Asís, San Pedro de Alcántara, San Maximiliano María Kolbe, o San Pío de Pietrelcina, de un nivel tan elevado y tan próximo al mismo Francisco.

El clamor de la historia y de la humanidad

Otro ejemplo de este clamor de la historia y del presente lo podemos encontrar en la riqueza y vitalidad de la iconografía franciscana. ¿Quién no ha oído hablar de la Tau, del cordón franciscano, del sayal, de los estigmas o del Cristo de San Damián?

Pero mayor clamor aún lo encontramos en la repercusión y huella de Francisco en la historia de la cultura. Giotto, Velázquez, Murillo, Zurbarán lo pintaron con primor y, en estela de estos grandísimos de la pintura, José Segrelles y hasta el mismo Joan Miró plasmaron a Francisco en sus creaciones. Al menos media docena de películas de gran metraje se han hecho sobre él: desde “Il poverello d´Assisi”, ya en 1911, en los mismos albores del cine, hasta “Francesco”, de Liliana Cavani, en 1989, o la película que más ha influido en el fervor popular por Francisco “Hermano sol, hermana luna” de Franco Zeffirelli, en 1972, o “Francisco, juglar de Dios”, de Roberto Rosellini, en 1959.

Hasta el extinto grupo musical “Mecano” le dedicó hace dos décadas una hermosa canción, “Hermano sol, hermana luna”. Hasta el dramaturgo agnóstico y a veces irreverente Darío Fo, italiano como Francisco y premio Nobel de literatura, hizo y representó una bella obra teatral sobre él. Las páginas de los musicales de las tres últimas décadas contienen asimismo memorables escenificaciones y recreaciones como la juvenil obra “Forza, venite gente”, con admirables canciones como “Luna”, “Laudato sia, mi Signore”, cuajadas de belleza y de contenidos e invitaciones pastorales.

Literatos tan extraordinarios como Dante, Todi, Tasso, Chesterston, Rubén Darío, Valle Inclán, Julien Green, Kazantzakis, escribieron espléndidas páginas de la mejor literatura en memoria y honor del “Poverello”. El mismo Miguel Cervantes, que fue terciario franciscano, pudo inspirarse en él para reflejar alguno de los rasgos de su inmoral Don Quijote de la Mancha. Hasta José Saramago y Álvaro Pombo lo han hecho y con respeto. Diríase que todos ellos y tantos otros han querido rendir un homenaje al autor del “Cántico a las criaturas” y de “Las florecillas”. Diríase que, desde sus situaciones personales de creencia o de increencia, se han acercado reverencialmente, respetuosamente, admirativamente, a este creyente, a este cristiano por antonomasia, sobre quien han escrito también extraordinarias biografías autores religiosos tan relevantes como Ignacio Larrañaga, Eloi Leclerq, Carlo Carreto…

Pero, ¿cuál es el secreto de Francisco?

Sí, todo esto es verdad. Pero ¿cómo es posible? ¿Cuál es la razón, la clave, el misterio de Francisco? ¿Cómo es posible que ocho siglos después siga de moda, vivo, fresco, atrayente, interpelador? ¿Cuál es su secreto? La respuesta es sencilla: su condición de enamorado y apasionado de Jesucristo, su Dios y su todo. Francisco no es una “marca” de moda, una referencia sólo humanamente atractiva. Sí, lo es, pero lo es desde su radicalidad en la imitación de Jesucristo pobre y crucificado. Lo es desde su itinerario de permanente conversión, desde su búsqueda de la santidad, desde su seguimiento fiel y fecundo del Evangelio “sin glosa”. Cercano ya al final de su vida, Francisco recibió en el monte Alverna los estigmas de la cruz. Pero antes, mucho antes, el corazón y el alma de Francisco habían sido ya “heridos” y transfigurados por las llagas del Señor.

La historia de Francisco es la historia de la gracia y de la conversión. Es la historia de la respuesta fiel, generosa y abnegada de quien se siente irresistiblemente atraído por Jesús. Es la historia de un hombre para los demás, que y porque fue un hombre para Dios y de Dios, sin Quien el mundo y el hombre pierden su fundamento y su dirección de marcha. Francisco es testimonio elocuente y grandioso de que Dios es, de que Dios exi
ste, de que Dios es amor, de que no podemos vivir sin este amor, sin este Dios. Francisco es anhelo y realización, desde este Dios del Amor, de las aspiraciones más profundas y más nobles del corazón del hombre. Francisco expresa y ejemplariza además las dos tendencias y tensiones del creyente en busca del equilibrio y de la propia vocación: la ascética y la mística, la misión y la contemplación, la oración y la caridad.

Y lo demás -que en su vida fue tanto y tan grande- a él se le dio y a nosotros se nos dará y vendrá por añadidura: la paz, la fraternidad, la pobreza, la humildad, la caridad, el respeto y la promoción de la naturaleza. Y todo porque Francisco descubrió, siguió, amó y transmitió al Cristo total: al Amor Encarnado, al Amor Crucificado y al Amor Resucitado.

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ZENIT Staff

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