Cristianismo y progreso

Ha dejado una huella inconfundible en el desarrollo de Occidente

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WACO, Texas, sábado, 21 enero 2006 (ZENIT.org).- La idea de que el éxito de Occidente ha dependido de haber superado las barreras religiosas para progresar es un «completo absurdo», afirma el autor de un nuevo libro.

Rodney Stark defiende esta tesis en «The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success» (Random House) (La Victoria de la Razón: Cómo el Cristianismo llevó a la Libertad, al Capitalismo y al Éxito de Occidente).

Stark, profesor de sociología en la Universidad Baylor, sostiene que, en contraste con otras creencias que acentúan el misterio y la intuición, la teología cristiana privilegia la razón. Este factor –no la geografía, ni un sistema agrícola más productivo, ni la reforma protestante– está detrás del ascenso de Occidente, sostiene.

El autor observa que está visión está contraste con la postura de muchos intelectuales occidentales del siglo XX. Éstos han mantenido que Occidente se puso por delante de otras culturas precisamente por su capacidad de superar las barreras religiosas para progresar. El crédito que dan a la religión se limitaba a reconocer la aportación del protestantismo, como si los quince siglos anteriores de cristianismo tuvieran poca importancia, dice Stark.

En un capítulo sobre la unión entre razón y teología en el cristianismo, Stark presenta por qué discrepa con estos intelectuales. El ascenso de Occidente, mantiene, se ha basado en cuatro victorias primarias de la razón:

— La fe en progreso dentro de la teología cristiana;

— La transmisión de esta fe en progreso a las innovaciones técnicas y organizativas, muchas de ellas fomentadas por los monasterios;

— La razón ha informado la teoría y práctica políticas, permitiendo la libertad personal;

— La razón se aplicó al comercio, dando como resultado el desarrollo del capitalismo.

Un don de Dios
Desde los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia enseñaron que la razón era un don de Dios y el medio para aumentar la comprensión de la Escritura y la revelación. Las religiones orientales, por el contrario, carecieron de la figura de un Dios consciente y todo poderoso, que pudiera ser objeto de reflexión teológica.

El judaísmo y el Islam tenían el concepto de un Dios suficiente para sostener la teología. Pero dentro de estas religiones la tendencia fue hacia una postura construccionista que concebía la escritura como algo que entender y aplicar, no como la base para una investigación posterior.

El cristianismo considera a Dios un ser racional y el universo como creado por Él. De esta forma, a la comprensión humana le aguarda una estructura racional. Y para plantear el desafío estaban los teólogos de la Iglesia católica, que durante siglos se implicaron en un cuidadoso razonamiento que llevó al desarrollo de la doctrina cristiana. Pensadores de primer orden como Agustín y Tomás de Aquino, explica Stark, celebraban el uso de la razón como un medio para lograr penetrar en las intenciones divinas.

Así, cuando tuvo lugar la revolución científica en el siglo XVI, no fue una irrupción repentina del pensamiento secular. Más bien, surgió de siglos de progreso sistemático de loa pensadores escolásticos medievales, y se sostuvo por una invención cristiana del siglo XII, las universidades.

Progreso medieval
Stark dedica un capítulo a derribar la idea de los «Tiempos Oscuros». Mucho antes de que tuvieran lugar el renacimiento y la ilustración, la ciencia y la tecnología europeas habían superado con mucho al resto del mundo. La idea de que la época medieval fue un periodo de estancamiento «es una caricatura creada por los intelectuales del siglo XVIII, antirreligiosos y amargamente anticatólicos», escribe Stark.

Fue en estos siglos cuando se desarrollaron la energía del agua y el viento de forma extensa, permitiendo avances enormes en la manufactura de bienes. Y los notables avances de la tecnología agrícola aumentaron los campos de cultivo que permitieron alimentar las ciudades.

Lejos de oponerse a tales avances técnicos, el cristianismo les dio la bienvenida y los promovió. Por el contrario, tanto el Imperio otomano como China se opusieron a la construcción de relojes mecánicos, por ejemplo. Tampoco la actividad económica tuvo que esperar al protestantismo para prosperar, afirma Stark. Las órdenes monásticas crearon una suerte de proto-capitalismo.

Estimulados por los aumentos de productividad debidos a los avances tecnológicos, los monasterios desviaron la tendencia a una economía de subsistencia hacia un sistema de especialización y comercio. A su vez, esto facilitó el aumento de la economía de moneda, como opuesta al trueque, y la creación del crédito y el préstamo de dinero.

Los monasterios también desarrollaron la ética del trabajo y el aprecio por el valor del esfuerzo económico – mucho antes de la llegada del protestantismo.

Además, los teólogos cristianos (es decir, católicos) redefinieron ideas relacionadas con la carga de intereses y los precios justos de los bienes -elementos esenciales para el desarrollo del capitalismo. Stark también dedica amplio espacio a subrayar el desarrollo del capitalismo en las ciudades estado italianas, que estimularon economías prósperas siglos antes la reforma.

Libertad e igualdad
Aunque las condiciones para el desarrollo del capitalismo han existido en algunos países, en ocasiones faltaba el elemento esencial de la libertad, impidiendo así el progreso económico. La libertad, sostiene Stark, es una victoria de la razón y fue apoyada por los teólogos cristianos que durante mucho tiempo teorizaron sobre la naturaleza de la igualdad y los derechos individuales. De hecho, el trabajo de los teóricos políticos seculares de tiempos posteriores, como John Locke, suelen basarse en ideas desarrollados por eruditos de la Iglesia.

El cristiano en general enseña el valor del individuo y pone de relieve la importancia de la responsabilidad personal en las decisiones morales. Unido a esto está el concento de voluntad libre. Esto era un cambio radical con respecto al pasado, algo evidente, por ejemplo, en la literatura. Stara sugiere comparar las tragedias griegas, donde los personajes son cautivos del destino, con Shakespeare, donde los protagonistas son claramente responsables de sus acciones.

Stark sostiene además que el nacimiento de la democracia en Europa occidental debe sus orígenes, no a la filosofía griega recuperada, sino a los ideales cristianos. El mundo clásico proporcionó ejemplos de democracia, pero éstos no se arraigaban en asumir la igual de todos los ciudadanos. Los ideales enseñados en el Nuevo Testamento, sin embargo, pusieron la base para afirmar la igualdad fundamental de todas las personas.

Los derechos de propiedad, otra condición previa vital para el capitalismo, también deben sus orígenes al cristianismo. Tanto la Biblia como los teólogos más importantes defienden la propiedad privada. Tomás de Aquino sostenía que el poseer propiedades es inherente a la naturaleza humana.

La enseñanza cristiana también contribuyó mucho al concepto de separación entre la iglesia y el estado, y a la limitación de los poderes del soberano sobre los ciudadanos. Estos dos factores permitieron a Occidente evitar un punto muerto del sistema político que condujera al uso arbitrario e ilimitado de la autoridad política, que obstaculiza el desarrollo de una economía moderna.

Razón y fe
Stark no reclama originalidad alguna por sus ideas. Precisa que historiadores eminentes como Henri Pirenne y Fernand Braudel establecieron hace mucho que los hechos históricos contradicen la noción de que la ética protestante del trabajo fue la fuerza que estuvo detrás del capitalismo.

Luego, en 1925, el conocido filósofo y matemático Alfred North Whitehead dec
laró que la ciencia surgió en Europa debido a la fe en la posibilidad de la ciencia, a su vez derivada de la teología medieval. Con todo, estas verdades se han visto oscurecidas por los mitos populares, afirma Stark.

Al concluir, Stark se pregunta si el cristianismo es irrelevante para la modernidad, ahora que la ciencia y el capitalismo se han establecido tan firmemente. Pero, se apresura a cuestionar, ¿si el cristianismo fuera irrelevante cómo podemos explicar su rápida expansión en muchos países?

Stark observa que en África están creciendo las denominaciones cristianas y, en muchas partes del mundo, las iglesias protestantes están convirtiendo a gran número de personas, o quizá de forma más precisa, cristianizando a muchos que previamente no habían practicado su religión. El cristianismo también está creciendo en China, a pesar de la oposición del gobierno.

«Para muchos no europeos, hacerse cristiano es intrínseco a ser moderno», afirma Stark. Razón y fe, al parecer, no están destinadas a oponerse.

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ZENIT Staff

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