Cristo, el mejor aliado de la mujer, según el predicador del Papa

“Debería haber una petición de perdón colectiva, del hombre a la mujer”

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes 2 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Con la cruz, Cristo ha invertido la lógica de la violencia, derrotándola. Sin embargo, ésta sigue dominando en las relaciones humanas, de los poderosos contra los débiles y, por desgracia, entre el hombre y la mujer.

Así lo afirmó el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., durante la predicación con motivo del Viernes Santo dirigida en la Celebración de la Pasión del Señora,presidida por Benedicto XVI en la Basílica Vaticana.

Cantalamessa insistió en la gravedad de la violencia contra la mujer, y afirmó en que “esta es una ocasión para hacer comprender a las personas y a las instituciones que luchan contra ella que Cristo es su mejor aliado”.

En Cristo, “ya no es el hombre el que ofrece sacrificios a Dios, sino Dios quien se sacrifica por el hombre”, explicó. El sacrificio “ya no sirve para aplacar a la divinidad, sino más bien para aplacar al hombre y hacerle desistir de su hostilidad hacia Dios y el prójimo”.

“El sacrificio de Cristo contiene un mensaje formidable para el mundo de hoy. Grita al mundo que la violencia es un residuo arcaico, una regresión a estadios primitivos y superados de la historia humana y – si se trata de creyentes – de un retraso culpable y escandaloso en la toma de conciencia del salto de calidad realizado por Cristo”.

Explicó que en casi todos los mitos antiguos, la víctima es el vencido y el verdugo el vencedor. “Jesús cambió el signo de la victoria. Ha inaugurado un nuevo tipo de victoria que no consiste en hacer víctimas, sino en hacerse víctima”.

“El valor moderno de la defensa de las víctimas, de los débiles y de la vida amenazada nació sobre el terreno del cristianismo, es un fruto tardío de la revolución llevada a cabo por Cristo”.

Por ello, en cuanto se abandona la visión cristiana, “se pierde esta conquista y se vuelve a exaltar al fuerte, al poderoso”.

“Por desgracia, sin embargo, la misma cultura actual que condena la violencia, por otro lado, la favorece y exalta. Se rasgan las vestiduras frente a ciertos actos de sangre, pero no se dan cuenta de que se les prepara el terreno con lo que se anuncia en la página de al lado del periódico o en el programa siguiente de la televisión”.

Junto a la violencia juvenil y la violencia contra los niños, Cantalamessa señaló la violencia contra la mujer, “tanto más grave en cuanto que tiene lugar al abrigo de los muros del hogar, sin que nadie lo sepa, cuando no incluso se justifica con prejuicios pseudo-religiosos y culturales”.

“La violencia contra la mujer no es nunca tan odiosa como cuando se produce allí donde debería reinar el respeto y el amor recíprocos, en la relación entre marido y mujer”.

El predicador propuso, a imitación de Juan Pablo II, una “petición de perdón por los errores colectivos”, el “perdón que una mitad de la humanidad debe pedir a la otra mitad, los hombres a las mujeres”.

“Ésta no debe quedarse en genérica y abstracta. Debe llevar, especialmente a quien se profesa cristiano, a gestos concretos de conversión, a palabras de perdón y de reconciliación dentro de las familias y de la sociedad”, afirmó.

“También hacia la mujer que se ha equivocado, ¡qué contraste entre la actuación de Cristo y la que aún tiene lugar en ciertos ambientes!”, añadió, citando el pasaje evangélico del juicio de la adúltera. “El adulterio es un pecado que se comete siempre en dos, pero por el cual uno solo ha sido (y en algunas partes del mundo lo es todavía) castigado”.

“Hay familias donde aún el hombre se considera autorizado a levantar la voz y las manos sobre las mujeres de la casa. Mujeres e hijos viven a veces bajo la constante amenaza de la ‘ira de papá’”.

“A estos tales habría que decirles amablemente: ‘Queridos compañeros hombres, creándonos varones, Dios no ha pretendido darnos el derecho de enfadarnos y dar puñetazos en la mesa por cualquier pequeñez. La palabra dirigida a Eva después de la culpa, Él (el hombre) te dominará, era una amarga previsión, no una autorización”.

[Por Inma Álvarez]

 

 

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ZENIT Staff

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