Criterios morales para la lucha contra el terrorismo

Habla el profesor José Alfredo Peris Cancio, del Instituto Pontificio Juan Pablo II

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VALENCIA, 3 marzo 2003 (ZENIT.org).- ¿Qué dice la doctrina social de la Iglesia sobre una posible operación militar contra Irak?

José Alfredo Peris Cancio, profesor de Derecho en el Instituto Pontificio Juan Pablo II, así como de la Fundación Universitaria Edetania de Valencia, responde en esta entrevista.

–En este conflicto se ha hablado del concepto de guerra justa. ¿Qué dice la doctrina social de la Iglesia?

–Peris Cancio: Un resumen claro de esta doctrina se encuentra en el número 2309 del Catecismo de la Iglesia Católica. Con plena sintonía con el magisterio pontificio del siglo XX, el catecismo reduce la legitimidad de la guerra justa a supuestos de legítima defensa con unas condiciones muy estrictas.

En primer lugar «daño duradero, grave y cierto», en segundo lugar ausencia de «otros medios para poner fin a la agresión»; en tercer lugar «condiciones serias de éxito»; en cuarto lugar «que el empleo de las armas» no genere males más graves que el que se quiere evitar.

Creo que el caso de Irak no reúne estos cuatro requisitos, porque la agresión más que cierta es imputada (se atribuyen conexiones de Irak con el terrorismo internacional, pero lejos de las garantías de una imputación penal de responsabilidades); porque todavía se pueden emplear más medios diplomáticos para evitar la agresión; porque con ello no se garantiza la neutralización del terrorismo internacional, antes bien puede suponer su avivamiento entre el islamismo que hasta ahora se manifiesta más moderado; porque la sangre de los inocentes que pudieran morir en Irak (que se justificarían probablemente como efecto de «daños colaterales») clamaría al cielo como clama la de las víctimas del terrorismo internacional.

Si la guerra no es justa es injusta, y entonces desaparece la diferencia entre fuerza legítima y violencia ilegítima. Cuando esto se produce, los terroristas, paradójicamente, han conseguido el mayor de sus objetivos: vaciar la legitimidad moral de sus reprensores. Esto hay que evitarlo a toda costa.

–Aunque el Papa siempre ha dado la visión cristiana de los diferentes acontecimientos mundiales, parece como si en este caso la Santa Sede «se hubiera empleado a fondo» con contactos y presiones diplomáticas, mucho más que por ejemplo en la guerra de la antigua Yugoslavia. ¿A qué cree que se debe?

–Peris Cancio: No creo que haya una diferencia de criterio sino de intensidad, con una convicción cada día más viva y profunda de que el terrorismo y la guerra inyectan una cultura del odio en el corazón de las personas y de los pueblos y que ese virus de antihumanidad hay que extirparlo con toda la energía posible. A esto se añade la significación moral del conflicto. La lucha contra el terrorismo, moralmente legítima y obligada, no puede verse pervertida por una falta de respeto al Derecho internacional que la prive de estas connotaciones, y que iguale la acción militar internacional con la lógica de los atentados terroristas.

–¿Cree que finalmente habrá guerra? ¿Cómo cree que afectaría a las relaciones de Occidente con el mundo islámico?

–Peris Cancio: Creo, como el Santo Padre, que mientras haya personas responsables y creativas que encuentren modos pacíficos de resolver el conflicto se podrá evitar la guerra. Todos los pueblos tenemos que aprender a desarrollar una lógica de respeto incondicional de la dignidad de las personas, y evitar la guerra es el ejercicio más señero de este aprendizaje. Pero para no caer en simplismo ni en maniqueísmos, el rechazo de la guerra debe venir pronunciado desde un contexto de plena condena del terrorismo, sus medios, sus símbolos, sus secuaces y de la cultura política que genera. No al terrorismo y no a la guerra significa, como señaló el Santo Padre ante el cuerpo diplomático, sí a la vida, al derecho y la solidaridad entre los pueblos.

–Entre los que están contra la guerra hay como dos posturas diferenciadas: por un lado el pacifismo, especialmente entre los grupos de izquierdas, que parece más una postura política antiamericana (condenan a Estados Unidos pero nunca han condenado a Milosevic o a Fidel Castro, por ejemplo), y por otro lado la Iglesia. ¿Podría clarificar en qué consiste esa función pacificadora de la Iglesia y su relación o no con el pacifismo antes mencionado?

–Peris Cancio: Creo que es totalmente pertinente realizar esta diferenciación. Cierto pacifismo ingenuo, manipulador o interesado simplifica las raíces del conflicto, no tiene suficientemente en cuenta la amenaza del terrorismo internacional, promueve un antiamericanismo demagógico e injusto, y es altamente complaciente con algunos dictadores que se mueven en una ideología filomarxista.

En España ese pacifismo ha querido hacer del no a la guerra un no al gobierno, evidenciando en muchos momentos falta de sentido del Estado y de la responsabilidad ante la gravedad del momento.

Dicho todo esto, ese pacifismo ha tenido a su favor que el deseo de paz puesto en corazón de todo hombre por designio amoroso de Dios legitima todos los esfuerzos por detener la guerra. Si con ello se ha conseguido mover a mayor reflexión y a mayor cuidado a los responsables del bien común, ha realizado un buen servicio a la humanidad.

Pero la tarea pacificadora de la Iglesia es más profunda que ese pacifismo, y corrige sus errores ideológicos. Probablemente también suministra ese aliento de alma que le faltaba a quienes sostienen la necesidad de la guerra por motivos morales. El Santo Padre dice no al terrorismo y no a la guerra, con un sí integral a la vida y a la paz.

Grandes masas de población se han manifestado diciendo no a la guerra. Y a partir de ahí también nuestro gobierno se ha esforzado por explicar mejor que su sí es sobre todo a la paz, y que entienden la guerra como un medio para restaurarla. Incluso justifican la rigidez de su postura por la necesidad de intimidar a Sadam Husein y el terrorismo internacional.

No vendría mal que evoluciones de ese tipo se siguieran produciendo.

En concreto, considero que el mayor éxito de la política antiterrorista del presidente Aznar y del actual gobierno es haber superado los lamentables episodios de guerra sucia, haber conseguido una cohesión social ante el terrorismo plenamente basada en el respeto a la dignidad del ser humano y a las garantías del Estado de Derecho, haber sumado al primer partido de la oposición en una lucha por la paz y la libertad que trasciende las fronteras ideológicas.

Si ese mismo proyecto se consiguiera trasladar a la esfera de las naciones sería la mayor victoria frente al terrorismo internacional. Frenar los excesos de la política internacional de los Estados Unidos con un mayor sentido del Derecho Internacional, de la solidaridad entre los pueblos, de la dignidad de cada ser humano en cualquier lugar del mundo, y de la colaboración de las comunidades espirituales responsables en la difusión de la cultura de la paz no es abrazar un utopismo imposible sino profundizar en las raíces de lo mejor de la cultura política de la que participamos. También sería altamente conveniente que la oposición fuera incluyendo algunas de estas notas en su agenda política.

–¿Cree, como muchos denuncian, que hay intereses petroleros en la zona, reduciendo la guerra a una postura exclusivamente económica, o por el contrario tiene que ver más con la nueva geopolítica nacida del 11 de septiembre?

–Peris Cancio: Creo que es más decisivo lo segundo, la nueva situación geopolítica tras el 11 de septiembre. Pero lo primero ha sido alegado con suficiente seriedad como para no olvidarlo, aunque se ponga muy en segundo término, o mejor, aunque haya que buscar su auténtico sentido.

Este tipo de argumentaciones y otras semejantes dan en la diana de un principio muy elemental del Derecho: nadie
puede servir a la justicia de un conflicto si es al mismo tiempo juez y parte. En un mundo tan interconectado, todas las grandes potencias económicas tienen sus intereses preferentes con respecto a ciertos suministradores de petróleo. No sólo Estados Unidos. Así como los Estados buscamos dotarnos de instituciones judiciales independientes para dirimir las controversias entre los ciudadanos, la comunidad Internacional necesita seguir por esa dirección. De lo contrario, interrogantes acerca de por qué se insiste tanto en Irak y se tiene más paciencia con otras amenazas, resultan campo de cultivo para la sospecha de este tipo, que quiebra la legitimidad moral de los Estados en la esfera internacional. La política exterior de los Estados Unidos debería ser cada día más consciente de esto, y estoy seguro de que hay personas en Estados Unidos que piensan plenamente así.

–¿Por qué cree que la reacción contra la guerra en Irak ha sido tan fuerte mientras que contra Afganistán EE.UU. actuó con acuerdo tácito de todo el mundo?

–Peris Cancio: Porque el nexo con la responsabilidad moral por los atentados del 11 de septiembre era menos alejado: se pensaba que era la manera de pedir responsabilidades a Bin Laden. Con todo, conforme iba avanzando el conflicto un hondo sentido de pesar se nos iba apoderando. Las víctimas inocentes de Afganistán no podían ser tampoco carbón para la historia. La acción contra el terrorismo no debe asemejarse a la acción terrorista y esto hay que tenerlo continuamente pçresente. Pasa igual ante el terrorismo de ETA: sólo la fuerza de la razón es verdadera fuerza. La fuerza sin razón es la victoria del terrorista, que quiere extenderla como único código de conducta de las acciones de todos.

–Por último, ante la amenaza del terrorismo internacional, ¿cree que la guerra contra Irak serviría para terminar con esa amenaza o por el contrario la acrecentaría?

–Peris Cancio: Una guerra sin legitimidad moral acrecentaría el resentimiento y la lógica del terrorismo. Para reducir la cultura de la muerte, para acabar con ella, hay que mostrar la hegemonía de la lógica de la vida, de la solidaridad, del derecho. Hay que mostrar un nuevo rostro de misericordia en la esfera internacional. Hay que ejercer la fuerza sin la seducción del odio ni la tentación de la venganza.

Cuando se intenta justificar la guerra hay que mirar también el efecto que eso produce en el corazón de las personas. El más directo suele ser el miedo que lleva a pensar que el mundo no está llamado a la paz sino a la violencia, y que sólo la intimidación tiene eficacia. La buena nueva de Jesucristo introduce otra dinámica en la historia, en la que el ejercicio del poder no niega la vocación más originaria del hombre a la paz. Repeliendo la agresión del injusto sin reproducir su violencia se anuncia con claridad que la última palabra sobre el mundo no la tiene el mal. Las aparentes derrotas de hoy anuncian la victoria del mañana.

En las comunidades políticas nacionales hemos renunciado a la venganza individual y hemos confiando en la justicia. Esto nos ha hechos menos violentos. Eso mismo tiene que pasar entre los pueblos, porque los pueblos están formados por personas y son las personas las que toman decisiones en nombre de los pueblos. Confiar en las armas más que en las personas acrecentará el peligro terrorista. Confiar en las personas más que en las armas, confiar en la inteligencia humana para dotarse de instituciones para la paz dañará de muerte la lógica del terrorista.

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ZENIT Staff

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