Cultura pascual de la misericordia

Comentario al evangelio del Domingo 2° de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia/C

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Al anochecer de aquel día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:«Reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.» (Jn. 20, 19-31)

Al resucitar, el cuerpo de Jesús se vuelve glorioso, libre de las limitaciones de la materia caduca, del espacio, del tiempo, del sufrimiento, de la muerte. Así se aparece Jesús a sus discípulos reunidos a puertas cerradas.

Jesús también se nos presenta a nosotros todos los días, aunque no lo veamos, si le abrimos las puertas de nuestro templo interior: “¡Felices los que crean sin haber visto!” Él se nos presenta principalmente en la Eucaristía, en la Biblia, en el prójimo, que son los tres signos preferidos de su amorosa presencia real, aunque oculta.

La experiencia de Jesús Resucitado, presente en nuestra vida según su palabra infalible: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, es fuente de paz, de alegría y de fortaleza en el sufrimiento, y da eficacia salvífica a nuestra vida y obras.

Viviendo unidos al Resucitado, tenemos asegurada la victoria sobre el pecado, sobre el sufrimiento y la muerte: “Quien cree en mí, vivirá para siempre”; y podemos alcanzar la alegría de morir, como san Pablo la experimentaba: “Para mí es con mucho lo mejor morirme para estar con Cristo”.

En el Evangelio de hoy Jesús se presenta a los discípulos dándoles la paz y el poder de perdonar los pecados: “Paz a ustedes. Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados”. Por eso este domingo se celebra la “Fiesta de la Divina Misericordia”.

La omnipotencia de Dios se demuestra principalmente en el perdón de los pecados. Después de la vida, el perdón de Dios es el mayor don de su amor. Y perdonar al prójimo es una expresión del amor más genuino y puro, que nos garantiza el perdón de Dios: “Sean misericordiosos y alcanzarán misericordia”. “Si ustedes perdonan, serán perdonados”.

El tema del evangelio de hoy es también la misión: llamados para estar con Cristo resucitado y ser testigos suyos, dándolo a conocer por todos los medios a nuestro alcance: el ejemplo, la palabra, la imagen, las obras…

Si de verdad creemos en el Resucitado y lo amamos como persona presente, nos haremos transparencia suya allí donde vivimos, y compartiremos con amor y gozo su proyecto de salvación a favor de la humanidad: “Como el Padre me envió a mí, así los envío también yo a ustedes”. Así superamos la inútil fe teórica en la Resurrección.

La fe en Jesús resucitado presente, supone una felicidad tan extraordinaria, que se nos puede antojar increíble y hundirnos en la incredulidad, como les pasaba a los discípulos, que no podían creer por la alegría que les causaba la Resurrección. Supliquemos: Creo, Señor, pero aumenta mi fe.

Este próximo domingo es también la fiesta de la Divina Misericordia: 

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Jesús Álvarez

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