De la muerte… ¡a la vida!

Domingo de Pascua

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Romanos 6, 3-11: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá”

Salmo 117: “Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya”

San Mateo 28, 1-10: “Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea”

Dos mujeres se arriesgan en la penumbra de la madrugada en búsqueda del cadáver del ser querido, encuentran sólo la tumba vacía; buscaban la muerte, y encuentran la vida. Esperaban cerrar un capítulo doloroso en su vida, dejar en el pasado aquellas ilusiones y aquella esperanza, pero se encuentran con una nueva misión: proclamar la Resurrección y la Vida.Mujeres fieles que no quieren abandonar a Jesús y regresan a ungir y a perfumar el cuerpo amado. Las trágicas escenas de la crucifixión cruzan por su mente. Todo está todavía muy confuso… pero el amor las mueve y se dirigen a la tumba. Esperaban sólo mirar por última vez al ser querido y se convierten en las primeras testigos de la Resurrección. Su amor y fidelidad han vencido las tinieblas de la noche y lejos de dejar en el olvido una historia llena de dolor, aquellas mujeres adquieren una mayor responsabilidad: son constituidas en testigos con plenos derechos, aunque los discípulos duden y se nieguen a aceptarlo. Nosotros también nos hemos acercado esta noche de Vigila Pascual al acontecimiento más grandioso de nuestra vida, a la experiencia trascendental para cada uno de nosotros: Cristo ha vencido a la muerte, Cristo está vivo y nos constituye testigos de su triunfo.

Es un nuevo ciclo, es una nueva historia y San Mateo se encarga de narrarlo cuidadosamente, dando a cada palabra un profundo sentido. Nos cuenta de manera cuidadosa el acercamiento de aquellas mujeres al sepulcro. El camino de las mujeres parece un viaje breve pero resulta decisivo: Transcurrido el sábado, al amanecer del primer día de la semana…”. Sin darse cuenta, las mujeres han entrado en una nueva contabilidad del tiempo y de la vida, lo que ayer era sábado, normas, leyes y muerte, ahora se convertirá en el primer día de la semana, en el domingo, día del “Señor”, el tiempo de la vida, el tiempo del amor. Todo se hace nuevo y diferente: los aromas y las flores se quedan en sus manos, ya no necesitan perfumar el sepulcro y, aunque ya lo saben en su corazón, necesitan ser informadas de la novedad sensacional. “No está aquí, ha resucitado”. Sus aromas y sus flores ahora tienen que regresar a los principios: “Vayan a Galilea”. Hoy también muchas mujeres, y muchísimos hombres, deberían ser informados que Jesús, el Crucificado, no se encuentra en la tumba. Que sus perfumes y aromas tendrán otros destinatarios. Todo ha cambiado. Hay quienes siguen cargando la cruz sin sentido, hay quienes llevan el sufrimiento a cuestas sin ilusión, como si Cristo no hubiese resucitado. Y el sufrimiento, la cruz y el sepulcro sólo tendrán sentido si se ha experimentado la Resurrección de Cristo. Si no, nos producirán un sentimiento fatalista, de fracaso y se perderá el sentido de la propia existencia. Tan trascendental es el poder sentir a Cristo vivo.

La tarea es difícil, son “simples” mujeres, y aunque lleven en sí mismas la vida, no les creerán; pero ¡qué importa si les creen o no, cuando se proclama y se grita la vida! Atrás ha quedado el último sábado en que deberían guardar reposo, ahora se les dice: “vayan de prisa”. La noticia es tan importante que no admite dilaciones, debe ser conocida en todas partes. Es la alegría mayor y debe ser comunicada con urgencia. Es el Evangelio que transforma, que no puede permanecer oculto en la oscuridad de una tumba. El mundo entero se debe sorprender con la Resurrección de su Señor, todos deben conocer que Jesús ha sido resucitado porque en su Resurrección, todos encontraremos la vida. Porque ha vencido a la muerte, nosotros participamos de su vida. Ya lo afirma San Pablo: “Ustedes considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. Por eso ahora estas valientes mujeres son enviadas como testigos de una vida nueva porque ya han contemplado la tumba vacía, porque ya han escuchado el anuncio del ángel.

Las dos Marías han recibido el mensaje del ángel y con “temor y alegría” se encaminan presurosas a cumplir su tarea. No es ya el temor que paraliza, sino el temor que dinamiza y la alegría que impulsa. No han pensado que son mujeres, que son pequeñas, que su palabra vale poco, pues cuando se lleva la vida en el interior no importa si los demás les creerán, porque la vida en el interior estalla y se manifiesta espontáneamente. Se ponen en camino, de prisa como lo había dicho el ángel. La vida tiene que anunciarse y la luz tiene que difundirse, no se puede quedar guardada en el corazón. Que la felicidad cuanto más se difunde, más se acrecienta. Es curioso que tanto el ángel, como después Jesús, las envían a Galilea como si se tratara de regresar a los inicios y a la pequeñez. No es vivir en el pasado, sino recobrar las raíces de toda una experiencia de vida. No es en el sepulcro ni en la muerte donde encontrarán a Jesús, sino en la lucha diaria en pro de la vida, en los olvidados y pequeños, allí es donde Jesús se hace presente. El mundo no puede ni debe ignorar la Resurrección de su Señor, a todos debe darse la oportunidad de conocer que Jesús ha sido resucitado porque en su Resurrección, todos encontraremos la vida. Y Galilea, la región abandonada, pobre y gentil, se convierte en centro que irradiará la nueva luz.

Día de resurrección y de alegría, hoy debemos proclamar que Cristo está vivo, hoy anunciamos a todos que es posible encontrarlo en medio de nosotros, hoy también cada uno de nosotros recibimos el mismo mensaje: “Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”. Sí, el Señor se nos mostrará en cada momento de nuestra vida cotidiana, en la Galilea humilde de nuestros hogares, en el trabajo de los pobres, al lado de los marginados. Hoy proclamemos a grito abierto: ¡Ha resucitado el Señor!

Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida, concédenos defender, cuidar y vivir una vida plena. Amén

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Enrique Díaz Díaz

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