Debate sobre la religión en la vida pública

El papel vital de los valores espirituales

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ROMA, domingo, 19 agosto 2007 (ZENIT.org).- El binomio religión y política sigue suscitando un amplio debate, con temas de enfrentamiento en las áreas de la bioética, la política familiar y la justicia social. Mientras que algunos insisten en que la religión no debería tener lugar en la política, un libro considera que una sociedad democrática pluralista tiene necesidad de la fe y de los argumentos religiosos en el debate público.

Brendam Sweetman explica su postura en «Why Politics Needs Religion: The Place of Religious Arguments in the Public Square» (InterVarsity Press) («Por qué la Política necesita la Religión: El Lugar de los Argumentos Religiosos en la Plaza Pública»).

Sweetman, profesor de filosofía en la Universidad Rockhurst en la ciudad de Kansas, Missouri, está convencido de que los intentos de erradicar la religión de la política se basan en haber entendido mal el pluralismo moderno.

El libro omienza con una explicación de lo que denomina «visiones del mundo» que sostienen nuestro concepto de la realidad, de la naturaleza de las personas humanas y los valores políticos. Existe una amplia variedad de estas visiones del mundo, algunas de ellas puramente laicas, otras basadas en la religión.

Quienes proponen el laicismo, explica el libro, desean excluir las visiones del mundo fundamentadas en la religión porque se basan supuestamente en fuentes que no son de fiar e irracionales. En una sociedad pluralista no es sostenible, según los laicistas, introducir argumentos religiosos porque es imponer elementos de una religión a otros que no comparten estas creencias.

Racional
Sweetman apunta, sin embargo, que tal postura ignora la parte sustancial que la razón juega en la religión. Sweetman, que al inicio del libro declara su fe católica, cita el ejemplo de la encíclica «Evangelium Vitae», que contiene una amplia explicación de los fundamentos racionales de la oposición al aborto.

«El laicismo ignora convenientemente el tema de la racionalidad de la creencia religiosa, o niega con superficialidad que la creencia religiosa pueda ser racional, o no llega a comparar la racionalidad de la creencia religiosa con la de las creencias laicistas», sostiene Sweetman.

Es el momento, propone, para que avancemos desde la visión de la religión como algo sinónimo de irracional. La visión religiosa del mundo en general, sostiene Sweetman, no tiene nada que temer del análisis racional.

El libro también sostiene que la religión no debería considerarse como una amenaza a la democracia; por el contrario puede hacer una valiosa aportación a los debates públicos. Para que una sociedad sea verdaderamente democrática debe tener en cuenta las visiones del mundo de sus miembros y permitirles participar añadiendo su voz, afirma.

La religión también puede hacer una valiosa contribución a los debates sobre los derechos humanos, los valores políticos y el concepto que tenemos de persona humana, añade Sweetman.

Admite que las religiones no siempre viven de acuerdo a las creencias que proclaman, y que hay en ocasiones desacuerdos entre religiones sobre temas morales, sociales y políticos. Además, no todos elementos de la religión son apropiados en términos de proporcionar una guía para la política pública, y Sweetman también explica que no está diciendo que todas las creencias religiosas sean racionales.

La visión del mundo religiosa, sin embargo tiene una aportación válida que hacer y que merece ser escuchada. De hecho, suprimir la visión del mundo religiosa sin oportunidad alguna de ser defendida en debate público por los argumentos que propone es una violación de los principios democráticos.

Una objeción presentada por los laicistas, observa Sweetman, es el argumento de que la religión introduce la división y el dogmatismo, o incluso la violencia, en la plaza pública. Es verdad que la religión puede dividir, admite Sweetman, pero esto es igualmente verdad para los argumentos de base laica. El siglo XX proporciona abundantes ejemplos de los excesos cometidos en nombre de ideologías laicas.

Católicos en acción
Un folleto con preguntas y respuestas del obispo Thomas Olmsted de Phoenix, Arizona, presentaba una serie de recomendaciones sobre el papel de la religión en la política. En su documento «Catholics in the Public Square» (Católicos en la Plaza Pública), publicado por Basílica Press, recomienda que los fieles sean respetuosos con las creencias de otros, o con quienes no tienen fe.

Al mismo tiempo, sin embargo, «los católicos no deberían tener miedo de abrazar su identidad, o de poner su fe en práctica en la vida pública».

La Iglesia, continuaba Mons. Olmsted, no intenta imponer su doctrina a los demás. No obstante, está preocupada legítimamente por el bien común, la promoción de la justicia y el bienestar de la sociedad.

Desgraciadamente, observa, existe discriminación contra las personas de fe, y especialmente contra los católicos cuando expresas sus puntos de vista en los debates públicos. No es sólo la mala imagen de cuál es la visión católicos, sino que también existe una hostilidad absoluta contra las personas de cualquier fe.

«No obstante, es nuestro deber guiar la cultura, no ser guiados por ella», comenta Mons. Olmsted. Las personas de fe, como las demás, tienen todo el derecho de aportar sus puntos de vista y creencias a la vida pública.

Valores básicos
Otra aportación reciente al tema del papel de la religión en política vino del arzobispo de Washington, monseñor Donald Wuerl. El 13 de abril hablaba en el National Catholic Prayer Breakfast.

En los últimos años ha habido un debilitamiento del apoyo de la opinión pública al papel de los valores religiosos básicos como soporte de las leyes y de las políticas públicas, comentaba el arzobispo. En lugar de valores que eran comunes a muchos credos se recurre cada vez más a justificaciones puramente laicas de la política gubernamental.

Monseñor Wuerl sostenía que esta tendencia es contraria a las opiniones mayoritarias de los fundadores de Norteamérica. Hay un principio común en la experiencia política norteamericana, mantenía: «La creencia en el carácter obligante de la ley moral es fundamental para cualquier comprensión del pensamiento norteamericano».

El pensamiento católico está de acuerdo con esto, continuaba el arzobispo. Observaba que el Catecismo de la Iglesia Católica habla de la importancia de la ley natural y de cómo los mandamientos son expresiones privilegiadas de la ley natural.

«La fe religiosa ha desempeñado y continúa desempeñando un papel significativo en la promoción de la justicia social cuando defiende toda vida humana inocente», explicaba el arzobispo. La fe, añadía, nos ayuda a ver nuestra vida y a jugar el bien y el mal según la sabiduría de Dios.

Postura esquizofrénica
Además, acentuaba monseñor Wuerl, procurar separar moralidad y vida política, o valores espirituales de valores humanos, es «una postura esquizofrénica para vivir», que sólo trae «devastación a la persona y a la sociedad».

«El modelo laicista no es suficiente para sostener una reflexión verdadera sobre la acción humana capaz de dar unas directrices que sean fieles a una comprensión vital de la naturaleza humana», concluía.

Es un argumento usado con frecuencia por Benedicto XVI. Una de sus intervenciones más recientes sobre la necesidad de la fe y los valores morales en la política y en sociedad tuvo lugar en su discurso del 5 de julio a un grupo de obispos de la República Dominicana en su visita quinquenal a Roma.

Es papel de los laicos trabajo para actuar directamente en la construcción del orden temporal, observaba el Papa. No obstante, necesitan ser guiados en esto por la luz del Evangelio y el amor cristiano.

Los cris
tianos activos en la esfera pública, recomendaba el Pontífice, deberían dar testimonio público de su fe y no vivir dos vidas paralelas: una, la espiritual; y otra, la laica, dedicada a su participación en las actividades sociales, políticas y culturales.

Por el contrario, animaba el Papa, deben esforzarse por la coherencia de sus vidas y su fe, así darán un testimonio elocuente de la verdad del mensaje cristiano.

Por el padre John Flynn, L. C.

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ZENIT Staff

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