Del sufrimiento a la solidaridad: habla el cardenal de Chicago

CHICAGO, martes, 24 julio 2007 (ZENIT.org).- Tras diez años como arzobispo de Chicago, el cardenal Francis Eugene George acepta expresar en Zenit las exigencias de su labor como pastor de la tercera diócesis más extensa de los Estados Unidos y comparte su experiencia personal del sufrimiento como camino de comunión.

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–Eminencia, ¿cuáles han sido las pruebas y los éxitos más significativos en el pastoreo de 2,3 millones de católicos como arzobispo de Chicago?

–Cardenal George: El desafío, en cada época de la historia de la Iglesia, es ayudar a Dios a crear santos, personas plasmadas por el Evangelio, sostenidas por los sacramentos de la Iglesia y alentadas y queridas por los pastores en la sucesión apostólica.

Todas las instituciones de la Iglesia son secundarias respecto a su misión de hacer santas a las personas, a fin de que puedan transformar el mundo y vivir eternamente con el Señor.

La archidiócesis de Chicago ha desarrollado muchas instituciones en su historia y es un dilema continuo mantenerlas vivas o decidir cuándo es oportuno establecer su final.

La población de la ciudad y de los dos nuevos condados que forman la archidiócesis está en continuo cambio y movimiento, pero las instituciones están enraizadas en su ubicación y deben responder a los retos que proceden de los cambios en la población y en las condiciones económicas.

Se ha tenido que realizar un esfuerzo extraordinario para reforzar la vida litúrgica y garantizar una catequesis adecuada. La reforma del clero, la supervisión del seminario y la formación de nuevos programas para los diáconos y los ministros laicos son aspectos de especial atención. Todo ello es objeto de un compromiso de gestión constante.

La programación forma parte del arte de gobernar, pero por otro lado es difícil ver con claridad en el futuro. Por lo tanto la planificación frecuentemente es superada por los eventos que se suceden. Lo importante es mantener claros los principios y después tomar decisiones a la luz de estos.

Dos sucesos de los últimos diez años han tenido un fuerte impacto en la vida de la Iglesia y en su ministerio en este país y en la archidiócesis de Chicago: el ataque lanzado contra nuestra nación, en nombre de Dios, el 11 de septiembre de 2001, y los efectos presentes de la crisis de los abusos sexuales referidos, en su mayor parte, al período entre 1973 y 1986, que en cambio estuvieron en el candelero de la opinión pública en 2002. Estos desafíos que hacen difícil la misión de la Iglesia existen aquí, pero también en otros sitios.

Como parte de la respuesta a estos desafíos, Chicago hoy puede contar con una nueva institución litúrgica de cierta importancia -la Chicago Scripture School para laicos- y sus programas reformados de preparación al ministerio laico y juvenil.

Las instituciones caritativas católicas siguen reforzando su obra a favor de los pobres. La red de los cementerios, de las parroquias y de las escuelas permite ejercer la misión en cuanto a los católicos practicantes.

Con todo, lamentablemente, sólo cerca del 30% de los católicos participa en Misa cada domingo; muchos de ellos son inmigrantes, personas formadas en el catolicismo en otros sitios. La enorme influencia de los inmigrantes de lengua española -y polaca- ha representado un desafío colosal, y la archidiócesis ha respondido de forma muy creativa.

El contraste ideológico en la Iglesia destruye la unidad necesaria para su misión. No podemos vivir y actuar si estamos divididos en los temas esenciales de la fe y de la moral, o si algunos deciden que no se conforman con las decisiones de los obispos si éstas no responden a sus expectativas particulares.

Algunos grupos actúan como un tipo de quinta columna de la Iglesia, convencidos de su razón y dispuestos debilitar o destruir la Iglesia si ésta no cambia según sus deseos, o si los obispos no hacen exactamente lo que ellos piden.

Es un reto notable de nuestros días, pero la respuesta no puede más que ser la misma de hace 2000 años: la conversión de la mente y del corazón.

–Ha escrito una carta pastoral sobre el racismo y ha promovido, dentro de la archidiócesis, grupos de trabajo sobre esta cuestión. ¿Qué le ha impulsado a concentrarse en este tema?

–Cardenal George: La archidiócesis tiene un amplio programa dirigido a formar a las personas para que sean capaces de identificar los efectos del racismo, porque se trata de un pecado horrible y profundamente enraizado en la historia del país. Es el pecado original de las colonias de lengua inglesa de la costa este que repercute en todos nosotros.

La carta pastoral Dwell In My Love («Permaneced en mi amor») afronta este pecado analizando muchos de los efectos del racismo en nuestro vivir en común.

–Su archidiócesis, tal vez más que ninguna otra, es conocida como meta de inmigrantes. Por su experiencia en esta zona, ¿cuáles son las necesidades pastorales más apremiantes respecto a la inmigración?

–Cardenal George: La primera generación de inmigrantes, cuando llega aquí, necesita encontrar una Iglesia que le acoja, que sea capaz de orientarle y de hablarle en su lengua y según su cultura. Los hijos de los inmigrantes presentan un problema pastoral distinto, pues viven una cultura en casa, y otra cultura diferente en la escuela, en el trabajo, con los amigos.

Los sacerdotes no sólo deben ser bilingües –o trilingües-, sino también biculturales, cosa que no es fácil. La cultura nos dice qué se considera como un valor y qué no lo es, y así también la fe. Ambas son parte de nosotros y la Iglesia debe respetar este diálogo entre fe y cultura que ocurre en el corazón de los creyentes. Es una situación compleja, pero positiva.

El mensaje fundamental de la Iglesia es que adoramos a un Dios que es amor, y debemos estar dispuestos a sacrificarnos por los demás. Esto significa también abandonar cosas que nos son queridas, a veces hasta nuestra lengua materna, a fin de poder formar parte de algo mayor. Esto constituye el contexto para poder combatir el racismo y para poder acoger a los inmigrantes.

–Como colega durante mucho tiempo de Joseph Ratzinger, ¿qué impresión tiene del pontificado de Benedicto XVI?

–Cardenal George: Benedicto XVI está plenamente a la altura de su misión. Es una bendición para la Iglesia.

–En los últimos años, usted ha padecido numerosos problemas de salud, además de la polio desde edad temprana. ¿Qué le ha enseñado su experiencia de sufrimiento? ¿Qué mensaje de esperanza da la Iglesia a quienes sufren?

–Cardenal George: El sufrimiento caracteriza la condición humana desde su caída. Cristo usó el mal representado por el sufrimiento y por la muerte para derribar los efectos del pecado y darnos el don de la vida eterna.

En la fe, el sufrimiento se acoge como un instrumento para participar en la misma pasión y muerte de Cristo. La tentación que impide acoger el significado del sufrimiento se llama victimismo o rencor: es la pregunta «¿por qué yo?».

Lo que el sufrimiento me ha enseñado en el curso de largos años es que uno no puede construir una vida, y menos aún responder a la llamada a la santidad, sobre el rencor o el victimismo. Estas son jaulas que hacen el sufrimiento inútil en la búsqueda de la santidad.

La respuesta de la fe al sufrimiento debe también ir más allá del estoicismo, del simple «apretar los dientes», porque esta reacción continúa queriendo aislar el dolor; no nos invita a la participación, que en cambio es la vía de la salvación.

La respuesta espontánea de la comunidad de fe al sufrimiento de cada uno de sus miembros es la de rezar por ellos. Esto expresa el sentido de solidaridad precisamente de la comunión de los santos. Lo que el sufrimiento me ha enseñado, entre otras cosas, es que nadie se salva solo; nadie vive aquí o en el más allá solo.

El sufrimiento nos puede ayudar a aprender a aceptar la ayuda de los demás y a ir más allá de las propias y limitadas experiencias. De esta forma, el sufrimiento puede convertirse en un instrumento para edificar la comunión.

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ZENIT Staff

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