Derechos humanos: El Papa denuncia contradicciones en el Consejo de Europa

Se afirma la exigencia de respetarlos y se niega el más fundamental: la vida

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CIUDAD DEL VATICANO, 3 nov (ZENIT.org).- Juan Pablo II denunció hoy, ante delegados del Consejo de Europa, una de las grandes contradicciones actuales: se reconoce y se exige el respeto de los derechos humanos, y sin embargo se niega el más fundamental, el derecho a la vida en el seno materno.

El pontífice recordó con claridad la posición de la Iglesia en una materia tan delicada al recibir esta mañana en la Sala Clementina del Vaticano a doscientos delegados de los 41 países miembros del Consejo de Europa, reunidos en Roma entre hoy y mañana para participar en la Conferencia ministerial de la organización y para celebrar el quincuagésimo aniversario de la Convención Europea de los Derechos del Hombre.

Hace cincuenta años
La Convención fue firmada precisamente en Roma, como recordó el Papa en su discurso, el 4 de noviembre de 1950, cuando al final de la segunda guerra mundial el Consejo de Europa «adoptó una nueva visión política y encarnó un nuevo orden jurídico, consagrando el principio de que el respeto de los derechos humanos trasciende la soberanía nacional y no puede ser subordinado a objetivos políticos o puesto en peligro por intereses nacionales».

De este modo, el Consejo de Europa «contribuyó a poner los fundamentos para la necesaria regeneración moral, tras las devastaciones de la guerra», y dio vida a aquel «documento histórico», la Convención, que «sigue siendo un instrumento legal único, tratando de proclamar y salvaguardar los derechos fundamentales de cada ciudadano de los Estados signatarios».

El Consejo de Europa es la más antigua de las organizaciones políticas de Europa Occidental, creada en 1949, con el objetivo de fomentar el progreso económico y social de los países miembros, y realizar en común los ideales y principios de la unión de Europa. Su Estatuto, firmado el 5 de mayo de 1949 en Londres, le dota de dos órganos, un Comité de Ministros y una Asamblea Parlamentaria, con sede en Estrasburgo (http://stars.coe.fr/).

Los miembros del Consejo, que en un primer momento eran diez, se han multiplicado hoy por cuatro. Un dato significativo para Juan Pablo II, quien constató cómo las nuevas democracias del Este de Europa miran a esta institución «como un punto focal de la unidad de todos los pueblos del continente, unidad que no puede ser concebida sin los valores religiosos y morales que son el patrimonio común de todas las naciones europeas».

Dignidad de la persona, corazón del patrimonio europeo
Y, «en el corazón de nuestro patrimonio común europeo, religioso, cultural y jurídico –continuó explicando el Papa– se encuentra la noción de la inviolable dignidad de la persona humana, que implica derechos inalienables que no han sido conferidos por gobiernos o instituciones, sino únicamente por el Creador».

Dos tendencias peligrosas
A la luz del compromiso del Consejo de Europa al servicio de los derechos humanos, el Papa señaló la necesidad de afrontar con claridad algunos problemas, entre los que se encuentra, en primer lugar, «la tendencia a separar los derechos humanos de su fundamento antropológico, es decir, la visión de la persona humana que es connatural a la cultura europea».

En segundo lugar, el pontífice denunció la «tendencia a interpretar los derechos sólo en una perspectiva individualista, con poca consideración del papel de la familia, como «célula fundamental de la sociedad»», como dice el artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La gran paradoja
Esto lleva a una paradoja que fue desenmascarada por Juan Pablo II en su discurso a los delegados del Consejo de Europa: «por una parte, se afirma con vigor la exigencia de respetar los derechos humanos; por otra, se niega el más fundamental de ellos, el derecho a la vida».

El obispo de Roma aplaudió el éxito alcanzado por el Consejo de Europa con la abolición de la pena de muerte de la legislación de la gran mayoría de sus Estados miembros. Ahora bien, deseó que este «noble logro» pueda extenderse al resto del mundo y añadió: «Tengo el deseo ardiente de que llegue pronto el momento en que se comprenda de la misma manera que se cumple una enorme injusticia cuando no se salvaguarda la vida inocente en el seno materno».

«Esta radical contradicción es posible –concluyó– sólo cuando la libertad se disocia de la verdad inherente a la realidad y cuando la democracia se divorcia de los valores trascendentes».

Las palabras de Juan Pablo II habían sido precedidas, en Roma, por las del ministro de Asuntos Exteriores de Italia, Lamberto Dini, quien al inaugurar la Conferencia del Consejo de Europa, tras constatar la gran evolución actual de la globalización económica, de los medios de comunicación, de los descubrimientos científicos y tecnológicos, afirmó: «Nos dirigimos hacia un nuevo orden de la realidad», pero atención, «la vida es el bien más precioso que tenemos».

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ZENIT Staff

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