"Dios es Amor" (Pascua 6º, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

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ROMA, viernes 11 mayo 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 6º domingo de Pascua.

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Pedro Mendoza, LC

«Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados». 1Jn 4,7-10

Comentario

En este pasaje de la 1ª carta de san Juan de este 6º domingo de Pascua nos encontramos delante de una de las verdades más sublimes de la Revelación: «Dios es amor» y el comentario de la misma (4,7-10). La nueva sección de la carta que inicia en el primer versículo de este pasaje se une a la sección precedente 4,1-6 con una palabra nexo: «de Dios». Por ello resultará necesario exponer en qué consiste «ser de Dios».

Pero antes comencemos por el inicio de la frase: «Amados, amémonos». La primera palabra de este texto, henchido por completo del amor de Dios hacia nosotros, es «amados», sin especificar quién es el sujeto de esta acción verbal pasiva. Para resolver esta cuestión hay que tener en cuenta el contexto en que se encuentra y el uso del mismo término en otros pasajes de la carta (cf. 2,7; 3,21 y 4,1). En todos ellos se nos habla antes del amor de Dios hacia nosotros. Por consiguiente el significado completo de este vocativo es: «amados de Dios». Sólo de este modo se entiende la exhortación siguiente: «amémonos», la cual brota de una convicción de fe: «Puesto que sois amados de Dios, ¡amaos unos a otros!»

A continuación precisa el autor: el amor es «de Dios». No estamos todavía ante la suprema afirmación de la carta, que aparece en el versículo siguiente: «Dios es amor» (v.8). Tal afirmación se presupone aquí. El enunciado del v.7: «el amor es de Dios», es un peldaño para ello. Debemos, por tanto, amarnos unos a otros, porque el amor procede de Dios y une con Dios. El amor de Dios si es auténtico en nosotros producirá sus efectos: el amor mutuo. A continuación san Juan añade una razón más para vivir el precepto del amor: «…y porque todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios» (v.7b). No se trata solamente de vivir el precepto del amor de unos para con otros, como si se tratara de cumplir por parte nuestra la condición para que seamos hijos de Dios y podamos conocer a Dios. Más bien, este amarnos los unos a los otros es la señal de autenticidad de nuestra comunión con Dios: sólo así podremos estar en consonancia con lo que somos por parte de Dios.

En el v.8 el autor responde a la pregunta implícita de por qué el que no ama no conoce a Dios. La respuesta: porque Dios mismo es amor. Nadie puede alcanzar la comunión con Dios –»conociéndole»–, si no está en consonancia con la esencia de Dios, que es ser amor. Ahora bien, ¿qué significa que «Dios es amor»? Para entender correctamente esta afirmación, necesitamos tener presente la explicación que los vv.9 y 10 nos ofrecen. En primer lugar, el amor de Dios se ha manifestado en el envío de su Hijo unigénito (v.9). A ello se añade que esta entrega de su Hijo –a la muerte–, como expiación por nuestros pecados, ha sido totalmente gratuita e inmerecida por parte nuestra (v.10).

De lo dicho anteriormente se deduce que la afirmación de que Dios es amor no se refiere a cualesquiera muestras de amor que Dios nos haya dado. Se trata, más bien, de la máxima expresión de su amor. Por consiguiente, «Dios es amor» quiere decir: es el que ha entregado su Hijo a la muerte, en favor nuestro. «Dios es amor» significa: Dios es el amor que se nos ha manifestado en Cristo. «Dios es amor» quiere decir: Dios es amor como entrega. «Dios es amor» equivale a: Dios es donarse a sí mismo, el difundirse a sí mismo, aunque Él permanece siempre el mismo.

Por último añadimos una breve explicación del v.9: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él». Por un lado, san Juan coloca el amor de Dios en relación con nosotros, que somos los destinatarios de ese amor. Y, por otro lado, subraya que el amor de Dios se presenta ante el mundo. Dios envió su Hijo al mundo, para que nosotros pudiéramos nacer de Dios, para que nosotros pudiéramos «conocer» a Dios, para que nosotros tuviéramos comunión con Dios. Y esto significa: para que nosotros naciéramos del amor, y «conociéramos» al amor, porque en esto consiste precisamente la vida que merece ya realmente este nombre y que tiene en sí la promesa enunciada en 3,1.

Aplicación

Amarnos unos a otros, porque el amor es de Dios.

La liturgia de este 6º domingo de Pascua nos presenta textos sumamente elocuentes sobre una gran verdad de fe: Dios es amor. Nos encontramos en la cúspide de la Revelación. El Evangelio recoge las palabras consoladoras de Jesús en la última cena: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Jn 15,9). En la 2ª lectura Juan afirma que «Dios es amor» (1Jn 4,8); y en la 1ª lectura de los Hechos de los apóstoles Pedro refiere que en Dios no hay acepción de personas (10,34), su amor es personal y universal: Él ha venido a salvar a todos y a cada hombre, sin distinción alguna.

En el relato del libro de los Hechos de los apóstoles, recogido en la 1ª lectura (10,25-27.34-35.44-48), descubrimos ese amor de Dios que, a través de sus enviados, va al encuentro de todo hombre que tiene el corazón abierto para acogerlo. Así lo confiesa san Pedro, que es llevado por una revelación a un pagano, Cornelio el centurión, para comunicarle el gran don de la salvación que Dios ofrece: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato» (vv.34-35). Ese encuentro concluirá felizmente con el bautismo de este pagano y de todos los ahí presentes, quienes entrarán a formar parte de los hijos de Dios: «Estaba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra… Y mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo» (vv.44.48).

En el pasaje del Evangelio (Jn 15,9-17) se nos revela que el amor viene del Padre, pasa a través del corazón de Jesús y llega hasta nosotros: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros» (v.9). No podemos pretender ser nosotros la fuente del amor. La verdadera fuente del amor es Dios. Jesús mismo es consciente de recibir el amor del Padre y de ser sólo el mediador de este amor, aquel que lo debe comunicar. Y Él transmite a nosotros este amor de modo muy activo: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (v.13). Esto es lo que Él mismo ha hecho.

Al igual que los otros pasajes, la lectura de la 1ª carta de san Juan de este domingo (4,7-10) gira en torno a esta sublime verdad: «Dios es amor» (v.8). El autor de la carta nos revela así que Dios no es esa figura que el hombre equivocadamente puede formarse de Él: un juez intransigente, un tirano. Dios es generosidad absoluta, benevolencia infinita. Para dar testimonio de la autenticidad del amor de Dios para con nosotros Él no dudó en entregarnos a su propio Hijo: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (v.9). A este Dios, que es amor, y que nos llama a esta unión de amor con Él, correspondámosle con nuestra gratitud. Ofrezcámosle, además, nuestra entrega total a Él en la realización de la vocación en la que nos ha llamado a servirle. Y, finalmente, hagamos que nuestro amor a Él se exprese en ese «amarnos unos a otros, porque el amor
es de Dios».

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ZENIT Staff

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